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Tribuna
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'Cuore'

La muerte de Renato Salvatori ha coincidido prácticamente con el final del ciclo que TVE dedicó a la comedia italiana. Renato, a quien vimos ayer en Queimada, formó parte, en su juventud, de una cantera de galanes irrepetibles que llenaron de vitalidad unas películas que son también irreemplazables: las amables, modestas, simpáticas comedias de amor y celos con que la Italia de la posguerra se rascaba las pulgas y bandeaba garbosamente el hambre. Junto a las chicas de sana pechuga,* las maggiorate, estaban esos torillos bravos, de los que Marcello Mastroianni era, sin duda, el rey.Marcello sigue en la brecha, y por ahí andan aún Franco Fabrizi, que iba de cínico, ahora todo pelo blanco y hecho un señor que recuerda el honor de haber trabajado con Fellini; Gabrielle Ferzeni, que era seductor a la milanesa y acabó incomunicándose con Antonioni, y Raf Vallone, que siempre fue más trágico que galán. Pero los Antonio Ciffariello, Roberto Riso, Raf Mattioli y, ahora, Renato Salvatori ya no están, se han ido largando hacia otra vida en la que, a lo mejor, continuarán hablando con las manos, a la italiana, tratando de beneficiarse de un reclinatorio robado o de una partida de san pancracios conseguida de estraperlo.

Eran galanes callejeros sin collar, guapos hasta las cachas, alegres a morir. Con camiseta imperio y mordiendo un cacho pan, tenían más sexo dentro que todo el guardarropía de Miami vice puede llegar a sugerir en 500 capítulos. Estaban vivos, sudaban, rufufuaban y, como canallada máxima, dejaban en estado a la chica antes de tiempo. Luego cumplían, naturalmente, porque, como malo, Cinecittá ya tenía a Vittorio Gassman en plantilla.

Cuando el cine de telefonistas, de dependientas, de secretarias, de obreras de fábrica y pescateras en busca del amor era una cita amable en la tarde de domingo, ellos, los galanes del Sur, que no tenían más tretas que las aprendidas creciendo en el arroyo, le echaban corazón.

Qué solas están hoy las muchachas de la Piazza de Spagna.

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