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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Ética de los trasplantes

En su réplica homóninia (EL PAÍS del 15 de marzo) a mi artículo sobre la ética de los trasplantes, el profesor Figuera me interpela repetidas veces aludiendo a ignorancia, intrusismo, parcialidad, sensiblería y otras lindezas que no voy a responder. Aunque no puedo dejar de constatar esa personalización -a todas luces innecesaria, puesto que mi artículo se limitaba en lo sustancial a un trabajo de revisión- que me pretende situar como furtivo en (¿su?) coto privado. El dominio de los tras plantes cardiacos es sin duda suyo, pero la forma y condicio nes en que tiene lugar la incor poración de las nuevas tecnolo gías médicas en nuestro sistema sanitario es algo que nos concierne a todos. En ese sentido -y a pesar de sus notorios esfuerzos por dejar zanjado el caso-, la réplica del profesor Figuera no resuelve ninguno de los problemas fundamentales planteados. Reconoce el problema de la escasez de órganos, pero niega la posibilidad de entrar a debatir posibles alternativas legales que faciliten su disponibilidad de forma satisfáctoria para todos. Un tema tan delicado como éste, en el que se entrecruzan cuestiones de vida y muerte, no puede resolverse con llamadas angustiosas desde la televisión, entre otras cosas porque la eficacia de la postulación tiende a disminuir indefectiblemente como consecuencia de la habituación.Ningún comentario merece a Diego Figuera el problema de la selección de candidatos para trasplantes cardiacos, un tema que surge de la misma escasez de órganos pero que también es crucial para lograr las notables cifras de sobrevivencia que se están obteniendo. En la medida que se apliquen los criterios de selección más aceptados, el riesgo de discriminación es manifiesto. Como señala Ward Casscefis (New England Journal of Medicine del 20 de noviembre de 1986), del Hospital General de Massachusetts, "el senador de 60 años, el delincuente juvenil de 15, el médico despistado que no recuerda tomar sus píldoras, el compositor que bebe demasiado o la madre desempleada con tres hijos", todos ellos corren el riesgo de que se les niegue un corazón y mueran en la lista de espera.

Pero, con todo, el tema fundamental de los trasplantes cardiacos es el relativo a sus elevados costes y su posible impacto negativo sobre unos recursos limitados. Aquí el profesor Figuera se limita a criticar los datos aportados, sin entrar en sus significados. Los costes de estos tratamientos en España son difíciles de precisar, entre otras cosas porque nuestro sistema público de salud no está aparentemente interesado en el tema. Sin embargo, puede inferírse que la relación de costes trasplante/ cirugía coronaria (bypass) tiene un valor entre dos y cuatro. Si a esto se afiade que el tiempo medio de hospitalización de los trasplantes cardiacos es cuatro a seis veces superior al de la cirugía coronaria, resulta que una sola operación de trasplante consume los recursos que podrían usarse para efectuar de 8 a 24 tratamientos coronarios; eso sin entrar en consíderaciones sobre la sobrevivencia y calidad de vida de los sometidos a uno y otro tratamiento.

La limitación de recursos de salud hace que incluso las sociedades más prósperas tengan que plantearse el decir no. Esto no quiere decir que se deban suspender los programas de trasplantes cardiacos, sino que su desarrollo debe acompasarse con la capacidad del sistema de salud existente: no tiene sentido que la cirugía coronaria española se encuentre colapsada con largas listas de espera y una cifra de intervenciones muy baja para lo que se da en nuestro entorno europeo mientras que los programas de trasplantes cardiacos están a un nivel relativo alto, similar al de países como Canadá.

De la misma forma que no tiene sentido la incorporación masiva de tecnologías diagnésticas de alto coste, como la tomografía axial, mientras se abandonan programas de atención perinatal que pueden prevenir la mayoría de las minusvalías de origen congénito. Una política de salud sensata debe tener en cuenta estas paradojas y tratar de armonizarlas en un plan integrado. De otra forma se corre el riesgo de caer en un sistema tercermundista que alguien ha caracterizado como islotes de alta tecnología médica en medio de charcas de malaria.-

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