A pleno sol

La cuestión consiste en saber si en medio de tanta felicidad los desheredados tienen derecho a tirar de navaja. En general, la respuesta suele ser afirmativa entre la gente de clase media, aunque con ciertos matices. Los desheredados pueden usar la navaja para buscar la verdad, pero sólo en el extrarradio, cerca de los basureros, después de la caída del sol. La gente de clase media pide que en esto se siga la tradición secular. Los pordioseros deben adornar la puerta de los templos, los delincuentes deben actuar junto a los vertederos industriales, en su propia salsa, durante las tinieblas. Al parecer nadie soporta que lo acuchillen a la luz del día en una calle elegante del centro de la ciudad mientras se dirige a casa del notario o toma un aperitivo de gambas. Eso sienta fatal. Es la falta de costumbre. El pequeño contribuyente se ha hecho ya a esta sociedad de bienestar con mendigos, de libertad con navajeros, de democracia con terror. Lo acepta todo: que la dinamita germine en las alcantarillas, que el mundo se caiga a pedazos, que se cometan grandes crímenes lejos, que en los semáforos haya una cuerda de pobres pidiendo limosna, pero se pone muy nervioso cuando se entera que un humilde atracador se busca la la vida a pleno sol en una esquina de Goya, al lado de una pastelería. Esa acera tranquila donde él paseaba con su señora constituía su única reserva.Hasta hace poco el centro de la ciudad era ocupado en horas de oficina sólo por algunos distinguidos delincuentes que en sus altos despachos daban bocados de negocio, cometían atracos con un golpe de teléfono e incluso dictaban leyes. Los carillones financieros, desde la cúpula de los bancos, daban campanadas de paz sobre el asfalto Heno de tulipanes. Al anochecer, estos refinados atracadores se retiraban a su hogar dejando el espacio libre a delincuentes minoristas que exhibían una navaja oxidada a la luz de la farola. Trabajaban en la oscuridad, pero ahora todo anda revuelto. Unos y otros se agitan a pleno sol. El centro de la ciudad se ha convertido en una romería. Y eso es lo que tal vez cabrea a las últimas almas benditas.
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