Profesores
Una reivindicación, entre las que mantienen los profesores estatales en huelga, merece ser atendida: el aumento de sueldo.No importa en este caso si la razón que les asiste es la homologación de categoría con otros funcionarios. Lo capital para decidirse a subirles el sueldo es la necesidad de cambiar su aspecto. Desde hace unos años, justo el tiempo que ha corrido desde las inauguraciones masivas, el deterioro de las instalaciones ha sido formidable. Puede decirse que, pareja a la bella estampa de las cifras de escolarización, ha crecido la arquitectura de la destrucción. Patios desconchados y abruptos, jardines arruinados entre papeles y brozas, aulas y pasillos enmohecidos y sucios, es el recuento en multitud de escuelas. Pero adentro, además, los profesores son seres que pugnan y se degradan, día tras día, al compás del edificio. No solamente se trata del denodado esfuerzo -esfuerzo sin precedentes- que, en carteles murales, han desplegado en estos años para cubrir los desperfectos. Se trata de que, entre otras sevicias, la mayoría se ha visto obligada a comprarse un Samba.
No tiene buen aspecto el profesorado estatal; ahorran hasta el límite los gastos de vestuario. Y tampoco gozan de buena salud. Entre las poblaciones fumadoras, las maestras son hoy uno de los colectivos de mayor consumo de cigarrillos. Sabido es que médicos y profesores, como profesionales ejemplares, están más obligados a no fumar, pero las maestras, acaso acuciadas por la tensión de la nómina, no pueden evitarlo.
Sin discusión, el Estado debería atender mejor la imagen que difunde a través del sistema educativo. Si la enseñanza estatal ofrece este rostro material y humano tan descuidado e infeliz, ¿qué se puede esperar de sus lecciones y del porvenir que ofrezcan? Está pasando con la escuela pública como con el hospital estatal. Los centros se han ido entristeciendo y degenerando de tal manera que al ánimo le cuesta creer que ingresando allí pueda deducirse algo mejor.
Deberían subir los sueldos.
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