Ir al cine
Nadie ha dicho que las relaciones humanas sean fáciles, aunque a veces la diferencia entre un mundo feliz y otro que no lo sea depende de ellas. Por ello debemos contribuir a un mundo, si no más feliz, sí más educado.Un ejemplo de educación lo tenemos en una actividad tan simple como ir al cine. No son pocas las veces que, una vez acomodados en nuestra butaca y cuando ya ha pasado ese margen de tiempo para que lleguen los retrasados, nos son inexorablemente arrebatados los primeros minutos de la película por un grupo de personas que, haciendo gala de su informalidad, pide paso para acomodarse en la butaca de al lado. Suele coincidir que son esas mismas personas las que, hastiadas de hacer el supremo esfuerzo de seguir la trama de la película, tíenen que combatir su aburrimiento con una ruidosa bolsa de patatas fritas que han salido a comprar justo en el momento culminante de la acción. Si este grupo de personas ha sido el último en llegar, también será el primero en salir del cine huyendo del aburrido acto culturizante. Es demasiado para su sentido de la educación el pensar que entre el público exista una sola persona que le interese comprobar algún dato de los créditos del final o que simplemente le apetezca escuchar la música de la película. A veces me pregunto si ir al cine constituye una tortura o un placer, y si tanto costaría hacer felices a los demás, aunque sea a costa de unos minutos de la vida- Juan María Muñoz Palacios. .
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