Loco
El quimérico inquilino, adaptación cinematográfica de una novela de Roland Topor, desconcierta al más pintado: ¿comedia? ¿drama? ¿sesión de psicoanálisis? ¿terror?... de todo un poco, efectivamente, no en vano su autor, Roman Polanski, es un saludable saqueador de géneros y un aplicado transgresor de normas y códigos.En la película hay un personaje y un contexto. Él es un ser tímido -el propio Polanski, buen actor-, apocado, miedoso de sí mismo, con aspecto de inofensivo ratoncito de laboratorio y que se crea su propio mundo a partir de todo ese concentrado de defectos. Y el contexto, un apartamento alquilado cuyo pasado sobrevuela mortíferamente sobre su alucinado cerebro.
La gracia de Polanski está en haber tallado su freudiana madera a base de una rigurosa atención al realismo. Por tanto, realismo fantástico. Lo cotidiano está expuesto en carne viva, y está relatado sin prisas, parsimoniosamente. El espectador podrá ver ahí, tal vez, un ritmo lento, inadecuádo a sus pretensiones de ocio, que piden del cine un dinamismo que no necesariamente ha de hacer comunión con sus deberes artísticos.
En este sentido, la puesta en escena de Polanski es irrepro chable, insólita. Da fe de un au tor que de la parodia de El baile de los vampiros al homenaje de género de Chinatown se permite poner los puntos sobre las íes de sus fantasmas y pintárnoslos a la brava, a su manera, sometiéndo los a una codificación matemáti ca fiel a la razón de su sinrazón, al equilibrio de su desequilibrio. A la logica del absurdo. Como su protagonista, erigiéndose en úni co poseedor de la verdad, su ver dad. Que esa verdad nos interese más o menos, poco importa. Es la misma que cualquier transeúnte de la calle, cualquier pasajero de autobús o cualquier paciente de hospital llevan escrita en su cabeza. Sólo que Polanski ha te nido la suerte -y el coraje- de transmitirla en imágenes, lo cual, unido a su capacidad innegable por crearlas y dotarlas de senti do, ya genera interés.
El quimérico inquilino se emite hoy, a las 22. 10, por TVE2.
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