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Diario de una noche

No voy a dormir. Me propongo no dormir. Me he pasado gran parte del día pensándolo. Llevo mucho tiempo durmiendo casi a horario. Más o menos, de 12 a 12.30 debo intentar cerrar los ojos. Cosa monótona e imbécil, aunque no los cierre en ese momento de llegar a la de cuando en cuando anónima almohada. Voy a escribir el Diario de una noche.Son ahora las 8.15 de la tarde. Ya han crecido los días. Y el pronto oscurecer se nota que se está alejando. Oigo en la televisión a un poeta archinovísimo que no dice más que lo que no dice. En mi época nos pasaba lo contrario: decíamos más de lo que decíamos. Hay que sacar a Gerardo Diego de la misa y de la olla. Y hay que subirlo definitivamente a la constelación decimoctava. Su verdadero sitio está allí. Él sabía bien que el canto del ruiseñor tan sólo consta de tres notas: "¡Ay señor, señor, señor!". Las suyas, maravillosas. Las verdaderas. Y ya está bien.

Las 9.15. Se acaba de marchar de mi casa el pintor Manolo Rivera con su muy sonriente María. En Granada pertenece al Patronato de la, Alhambra. Han sacado los naranjos del patio de los Leones. El poeta Antonio Gala suplica pasar una noche en el palacio moro. Está escribiendo una obra escénica sobre Boabdil. Se pasará hasta la madrugada recreándose en intentar leer los maravillosos poemas de Ibm Zamrak caligrafiados en las paredes de los salones. A buen seguro que se encontrará con la benéfica sombra traductora de Emilio García Gómez.

Las 10.15. Se me ha insurreccionado una vértebra y es muy difícil dominarla. Le pinchan a su alrededor casi todos los días. No quiere. Cuando parece que se ha dormido, da un salto, haciéndote gritar hasta las lágrimas. Mañana la someterán a un corsé de fuerza. Veremos.

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Las 11.15. Alguien me prometió que me visitaría en sueños. Pero yo no pienso dormir ¿Qué haré?

Te van a matar en esta corrida nocturna. Vais a morir los dos: el toro y el torero. Cuando embista el toro, el torero embestirá también, pero defendiéndose con su capote. Pocapena se llama el toro, y el torero, Sombra-larga. Cuando cae en redondo Poca-pena, cuatro banderilleros lo arrastran al corral. Y cuando muere Sombra-larga, cuatro torillos colorados lo pasean en redondo por la plaza. La entrada más barata para esta corrida costaba 300.000 pesetas.

Las 12.15. Ahora, en el Amazonas -las cuatro de la madrugada en Brasil-, unos indios carajas se han comido a cuatro jesuitas que descendían en una balsa. El río les cantaba con sus aguas movidas, resonantes.

La 1.15. Tal vez el sueño venga. Está rondándome. Y tú no quisieras recibirlo. Falta muchísimo para la madrugada. Y hay una gran espina de lagarto que se me está instalarido a lo ancho de la espalda. Me parece más bien la espina de una inmensa iguana que veía tomar el sol desde mi balcón de la casa del Mayor-loco, junto al río Paraná, en Argentina.

Las 2.15. De pronto da más pena que risa saber que los ángeles pueden tirarse pedos enmedio de los coros celestiales. Esto lo supe yo desde que tuve mi primera revelación de ellos. Lo que pasa es que el divino aire que expelen es completamente inodoro, aunque su sonido es musical, pudiéndose formar con su conjunto una dulce y afinada sinfonía.

En cambio, las ventosidades de los demonios, dirigidos por Luzbel, encienden el fuego, produciendo chispas y un espantoso mal olor. A los músicos modernos, actuales, no se les ha ocurrido todavía crear un gran concierto con esta temática celestial.

Las 3.15. De pronto me desapareció el cuaderno donde estoy escribiendo. No es posible. Lo tenía entre mis manos. Llevo perdida más de media hora. ¡Oh! Aquí está. Me había sentado sobre él.

Las 4.15. Me fue muy inesperado que aquella seria, aunque bella, señora amiga mía, cuando nos estábamos bañando en el mar de Cantegril, cubiertos por un serio bañador, sacara de pronto una linda teta para enseñarme la profunda huella de un beso que le había dado un negro cenando con ella la noche anterior.

Las 5.15. ¿En dónde se halla ahora aquel estremecido escalofrío, que te subía desde el talón hasta la nuca, cuando decías ciertos maravillosos versos de Garcilaso, san Juan, Baudelaire, Rubén Darío, Rimbaud...?

Las 6.15. Aunque me he propuesto no dormir, me parece que por unos instantes me va a venir el sueño. Y ya está aquí. Y sueño, largamente, en color, que algo así como el Cortejo de los Reyes Magos, de Benozzo Gozzoli, atravesando por en medio de la Batalla, de Paolo Ucello, va a entrarse en el coño de La maja desnuda, de Goya, en donde encuentra, jugando a las cartas, a la esperpéntica reina María Luisa con el generalísirno Godoy. Me despierto en seguida sobresaltado, comprobando que todas las cosas son posibles en el sueño.

Las 7.15. Se va acercando ya la mañana. ¿Qué he de hacer? Hay tres grados bajo cero en la. Ciudad Universitaria. Recuerdo que yo nunca pisé una universidad, pues abandoné el bachiller ato en el cuarto año, aunque, cosa inesperada y asombrosa, soy doctor honoris causa de la uníversidad de Toulousse y de Cádiz. Con el frío que hace saldría luego, más tarde, para inscribirme en la universidad, con el fin de estudiar la carrera de estadística, cuyo nombre me atrae.

Otra cosa seria volver a las bellas mañanas de las masturbaciones, cuando mi frente se poblaba de prodigiosas chicas que se iban pasando suavemente a mis manos, o al amor de Pepilla, la linda lavandera, allá en la alta azotea, de laberínticos tejados, llenos de recodos propicios...

Las 8.15. ¡Oh tú, Señor Dios, o quien seas! No me clausures la memoria, no me la cubras o veles con tus deliberadas malas intenciones. No me tires en las sombras, clausurándome esta maravilla prodigiosa de salir a la velocidad de la luz, de estos 85 años -paralizados por un oscuro maldito- a aquellos blancos y azulados de comienzos de siglo, junto al mar, en las playas abiertas de veleros tranquilos. Creo en la memoria del pasado, en el retorno de lo vivo lejano y en el vivo futuro que no me borre jamás lo que viví.

Pienso en las madrugadas que ella vive en la sombra, bellísima juventud, que no sabe hoy ni su nombre. Sobre su frente gira como una cinta que es la noche. Y toda ella gira sobre esa cinta infinitamente oscura que es la noche sin fin. Pero de pronto hay como un minúsculo punto, una cabeza de aguja por la que entra y pasa veloz un punto de luz. Entonces ella sonríe, quiere hablar, decir algo que reproduzca algo de lo que no está allí dentro; pero ya la cinta oscura ha seguido girando y sólo ella tiene tiempo para decir, muy débilmente: "No hay nadie".

(No hay apenas luz. Está casi nevando. Cuando yo estaba en la ribera azul del mar pensaba mucho en la nieve, en la patinadora de la luna nevada. "Ha nevado en la luna, Rosa Fría...".)

¿En dónde estáis, casadas de la noche? No va a salir el sol, no os marchéis. Hace frío.

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