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Azca, madrugada

Nueve personas detenidas en 10 horas nocturnas de despliegue policial

Deborah, una prostituta de 29 años, nacida Ana María V. V., fue violada y apaleada a punta de navaja cuando regresaba a su casa a las 2.30 de ayer. Fue un delito más de los que se hicieron cargo, en las zonas de Orense y los subterráneos de Azca, los miembros de la comisaría de Tetuán, que detuvieron en total a nueve personas desde las once de la noche del jueves hasta las nueve de la mañana de ayer, viernes. Dos redactoras de EL PAÍS recorrieron esas calles durante toda la noche con los coches patrulla de la policía.

Un agente inspecciona el terreno donde se produjo la violación de Deborah-Ana María. Cuando corre las cortinas de un fotomatón callejero buscando alguna pista, el inspector descubre en su interior a una prostituta que cumple con una relación a un joven de 19 años.Al principio de la noche un policía vaticina: "Hoy vamos a llenar el palacio de Buckingham", los calabozos.

La noche se inicia con un recorrido por la zona que ocupan las lumis de la calle del Capitán Haya. "Ésta es la señorita Marianne, ésta la señorita Susana", explica el inspector J. J. Las dueñas de la calle se quejaban de la inseguridad de la zona.

A las 0.35, la radio del K (coche camuflado) lanza la noticia de un asalto a una vivienda de la calle de la Infanta Mercedes. En el lugar de los hechos, el portero ha retenido a Francisco Javier Jiménez Cantero, de 28 años y con decenas de detenciones en las espaldas. El supuesto delincuente ha derribado la parte inferior de la puerta de "una guarra". La denunciante, que viste un pijama con la inscripción "perrito cariñoso" y es una prostituta, según la polícía, no deja de nombrar a su marido, a pesar de la ausencia de ropa masculina en su domicilio. La mujer declara que el asaltante la ha amenazado con un cuchillo y la ha besado. También explica que ella es periodista, lo que provoca las sonrisas policiales.

El detenido fue acusado de intento de robo y abusos deshonestos. Durante su estancia en la casa, se invitó a un whisky.

A la 1.10 horas, el K recibe el aviso de que un hombre ebrio está rompiendo los cristales de un mesón en la calle de Palencia. En el lugar de los hechos detienen a un cincuentón gordito, que por el grado de concentración etílica que baña en su sangre argentina, tiene que ser trasladado a la comisaría acostado en el coche policial. El argentino carece de documentación de residencia en España.

El argentino abandona su propósito de hacerse pasar por policía y viaja a los calabozos para dormir la mona. '"Quiere una habitación con baño o con ducha", bromea el policía. Otro agente descubre una mancha de sangre en el pantalón, que le va a traer problemas con su mujer. "Es que me duran limpios un día", dice abnegado.

Un alcohólico detenido anteriormente lidia con los milikitos (los municipales) que tratan de impedirle que vaya pidiendo la documentación a todos los policías que se le cruzan.

Tres de la madrugada del viernes. Un grupo de policías encabezado por los señores (inspectores) entra en los locales subterráneos de Azca (siglas de Asociación Zona Comercial A). En el primero, después de enseñar la galleta que les acredita como policías, detienen a dos iraníes indocumentados, a los que envían a tocar el piano con las yemas de sus dedos entintadas. Minutos más tarde, la patrulla se desplaza por los. subterráneos a paso ligero. Los porteros de los bares se están dando el agua, y empiezan a salir de naja algunos macas conocidos.

Es decir, ha corrido la voz y todos se van deprisa.

"Apaguen la música y enciendan las luces", dice el inspector cuando entra en el disco-bar. Con la luz aparecen 25 cabezas filipinas atónitas y dos cuerpos de norteamericanos de Torrejón. El jueves es el día libre del servicio doméstico exótico, que está celebrando a deshora la fiesta de San Valentín. La policía cachea un bulto sospechoso en la ropa de uno de los varones y descubre nueve cajas de chicles. No hay detenciones.

Toco después, una mujer llega en taxi a la comisaría. Lleva media cara sangrando, va descalza, sin medias, y se tambalea. Acaba de ser violada y quiere ver al inspector A. L. Asegura que sólo declarará ante él. Es Deborah, la prostituta de 29 años, nacida Ana María V. V.

A. L. es localizado por radio y se desplaza al hospital donde están examinando a su amiga. La Catalana, compañera de Deborah, ha llegado a la comisaría, está temblando y no recuerda nada. "Cuando la vi llegar sangrando", dice, "me dio una ausencia, y cuando me desperté estaba en mí casa. ¿Ella está bien?". Los policías, que ya la conocen, aclaran que las ausencias de la Catalana son ataques epilépticos. Saben que lleva en la calle desde los 13 años. Y que de eso hace 10.

A las 5.30. El inspector A. L. tiene "una corazonada" y comienza a repasar los cromos de los fichados, mientras la violada está revisando álbumes para encontrar a su agresor. El inspector no explica su corazonada, y alega: "No hables hasta que no triunfes".

A las 6.45, Deborah y el inspector desayunan café en el bar de la esquina. En el palacio de Buckingham duermen nueve detenidos.

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