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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un congreso sin rendijas

EL 31º Congreso del PSOE, que se inicia hoy en Madrid, se presenta como un congreso continuista. Ello se debe a que las razones internas en favor del continuismo son mucho más poderosas que las que operan en sentido inverso desde la sociedad. El éxito del PSOE en 1982 se apoyó en dos factores principales. De una parte, la retirada del contrarío: la autoderrota de UCD dejó un amplio espacio, que objetivamente sólo podía ocupar la socialdemocracia. De otra, la habilidad del PSOE para aglutinar en tomo a un proyecto político atrayente a lo más valioso de la oposición democrática al franquismo, lo que legitimó ese proyecto desde sectores del movimiento obrero y de las clases medias urbanas. La identificación de esos sectores sólo comenzó a quebrarse a raíz del referéndum de la OTAN, que dividió a la izquierda. Con todo, era todavía considerable en junio de 1986. Ello, más la autodestrucción del PCE y la incapacidad de la derecha tradicional para actualizar su mensaje, posibilitó la repetición del triunfo socialista.El desgaste, mínimo hasta entonces, se aceleró desde el último trimestre de 1986, pese a que la coyuntura económica evolucionaba positivamente. Ese desgaste se hizo más apreciable en términos de base social que en el terreno electoral propiamente dicho. En las elecciones locales de 1987, el PSOE obtuvo 700.000 votos menos que en las municipales de 1983, pero pasó de controlar 2.700 alcaldías a ser mayoritario en 3.200 avuntamientos. Ello indicaba que su desgaste no tenía una repercusión proporcional en el afianzamiento de eventuales alternativas. Pero la ruptura con UGT y la desafección de buena parte de las clases medias ilustradas miné la credibilidad del proyecto político. En algún momento pareció incluso que ese proyecto flotaba en el aire: no se veía cuál era el sujeto social que le daba sentido. Para entonces, sin embargo, y a la vista de que el cambio prometido no implicaba riesgos mayores para la estabilidad social, sectores moderados pasaron a contemplar con simpatía a los nuevos gobernantes, como se comprobé en las elecciones de 1987.

Por lo demás, y tras los efectos psicológicos del 23-F (en particular, un mayor aprecio a la democracia, considerada como un valor en si misma), el que el PSOE hubiera sido capaz de conservar la mayoría, evitando los riesgos de una reacción pendular como la producida en Francia -que aquí más bien hubiera revestido la forma de una involución similar a la que supuso el bienio negro durante la República-, fue considerado desde la izquierda un mérito que excusaba incumplimientos en otros terrenos.

Si esos incumplimientos no han provocado mayores convulsiones en el interior del PSOE es porque la espontánea tendencia al continuismo de todo aparato en el poder se ha visto reforzada por las citadas razones más o menos objetivas, y que venían a sintetizarse en una: mientras no exista alternativa exterior, el único riesgo de perder el poder vendría de una ruptura interna. Ello conspira contra un congreso de verdadero debate y confrontación de proyectos. Especialmente porque, además, los intereses personales de los dirigentes del partido coinciden con esa apreciación de la realidad. La mayoría de los delegados ocupa cargos públicos. Ello es hasta cierto punto lógico. Se supone que las agrupaciones eligen como delegados a las personas más capaces, y sería un contrasentido que tales personas no ocuparan cargos de responsabilidad cuando tantas son las del PSOE en todas las administraciones.

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Pero esa realidad le impide al partido desempeñar un papel autónomo, anulándolo como factor capaz de mediar entre el Gobierno y UGT o de reconstruir los lazos con los sectores sociales que dan sentido al proyecto socialista. De manera más específica, es imposible, desde el mero continuismo, enlazar con la juventud, principal víctima del paro y símbolo máximo de los sectores que han quedado marginados del inicial proyecto del cambio socialista. Resulta indemostrable que la pérdida de votos sea consecuencia del desplazamiento hacia el centro. Una política más a la izquierda podría haber provocado pérdidas mayores. Sin embargo, sí es verificable que esa evolución ha producido el desplazamiento de los sectores que constituían lo esencial de la base social del cambio posible. Por ello, puede producirse la paradoja de que la canonización en el 31º congreso del pragmatismo de los últimos años, incluso al riesgo de sancionar la definitiva ruptura con UGT, por una parte, y con la juventud, por otra, permita al PSOE mantener su po sición electoralmente hegemónica. Pero será al precio de renunciar al proyecto de transformación de la so ciedad española que llevó al PSOE al poder en aquel ya lejano octubre.

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