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Tribuna:
Tribuna
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El crecimiento del sujeto

Dicen que el individualismo ha vuelto. Yo creo que, en parte, la noticia es cierta. Pero creo también que puede malinterpretarse fácilmente. Porque no me parece que se trate tan sólo de una simple corriente de frivolidad que por comodidad o por escepticismo haya impuesto de pronto la moda del individualista, ese que, sin ser un marginado, gusta de actuar en lo posible por su cuenta. De entrada, hay rasgos de individualismo en fenómenos tales como el esfuerzo por hallar una pedagogía válida o el mayo del 68, la resistencia de los ciudadanos ante vías tradicionales de participación política o el auge de la astrología, la caída en picado de la natalidad o la perestroika soviética. Tras ellos, tras cada uno de ellos, no creo que resultara difícil encontrar un rasgo que aquí nos interesa destacar y que la noticia señalaba: el empuje de lo individual. Demasiada variedad y riqueza de cambios para pensar que estamos solamente ante una especie de deterioro ético generalizado, ante una especie de renovado pasotismo universal respecto a esa norma básica de la existencia humana que constituye el reconocimiento del otro.Somos más individuos que nunca, empezaba un artículo-entrevista que este periódico dedicaba a Lipovetsky (29 de octubre de 1987). El filósofo francés no dice que seamos ahora más individualistas, sino más individuos. No nos habla, pues, de individualismo, nos habla de individuación, es decir, de lo que podría describirse como un aumento en la precisión de los límites que diferencian a unos individuos de otros. Individuación. Es una idea que, aunque conocida, conviene recordar.

Porque vivimos con la impresión equivocada de que la aguda conciencia que cada uno de nosotros posee de sí mismo en nuestras sociedades ha sido patrimonio de todos los humanos, por el hecho de serlo, desde siempre. Pasarnos por alto, con ello, que la complejidad consciente incluida en el yo que hoy oímos pronunciar a un chico de 15 años es mayor que la que habría en el yo de casi todos los súbditos de Roma y, por supuesto, impensable entre los individuos del neolítico. Pasamos por alto que lo más probable es que hace 10.000 años sólo se dijera nosotros. Pasamos por alto que la novela intimista, la novela del yo, no comienza hasta el siglo XIX. Pasamos por alto, en fin, lo que llamábamos en líneas anteriores la individuación, un proceso por el que los humanos, progresivamente, nos definimos más como individuos.

Todo procede, por evolución, de lo mismo. La evolución es el modelo lógico que explica, más amplia y coherentemente, la manera en que ha sido posible la existencia de todo lo que existe, incluidos nosotros, los humanos. El esquema gráfico de tal modelo se parece a un árbol. Como lo que hay ahora es infinitamente más variado que lo que había en un principio, la idea no tiene vuelta de hoja. Forzosamente, si las cosas han ido apareciendo sucesivamente, lo más reciente y polimorfo hade venir de la diversificacíón de lo anterior, que, a su vez, procederá de la de lo anterior, etcétera. Me interesa destacar, sin embargo, que este proceso de diversificación no se produce solamente en cuanto aumenta el número de especies diferentes, sino, también, en cuanto aumenta, en cada especie más evolucionada, la diferencia existente entre sus individuos. Se podría decir, en términos de psicología científica, que los individuos de especies más recientes están en condiciones de dar un abanico más variado de respuestas ante el mismo estímulo que los individuos de especies más antiguas, y el resultado es que, como decíamos, los más recientes se diferencian más que los antiguos entre sí. Esto, para llamarlo como veníamos haciendo, es un proceso de individuación. En todos los sentidos, una planta se parece más a otra planta similar que una hormiga a otra hormiga, y éstas se parecen más entre sí, a su vez, que un perro a otro perro, y éstos se parecen más entre sí, a su vez, que un ser humano a otro ser humano. Dicho muy bruscamente: que desde el magma oceánico inicial, en su absoluta inconcreción, la evolución ha desembocado en nosotros, los humanos, que tenemos un nombre y una historia, repleta de datos y de fechas, cada uno.

La evolución general, comoun proceso de individuación, y la individuación humana, que antes señalábamos. A lo mejor hay que decir, si nos tomarnos en serio lo de que formamos parte de la evolución, que en realidad no hacemos sino continuar el proceso que ha venido sucediendo desde siempre.

Aunque en otra escala, ciertamente. En el proceso general, se ha producido por niveles, a medida que la evolución daba lugar a especies diferentes. La individuación humana, sorprendentemente, ocurre en la propia historia de la especie. Como si una tortuga de ahora estuviera más individualizada que una tortuga de hace 2.000 años. En realidad, el interminable drama de nuestra organización social, que es una de las claves de la historia, no hubiera existido, por supuesto, si fuéramos iguales desde siempre. Las abejas, por ejemplo, deben sufrirlo mucho menos: sus obreras, por lo que sabemos, no se han planteado nunca la necesidad de la revolución, y a nosotros, inevitablemente, se nos plantea de continuo.

El individualismo ha vuelto. Lo que yo diría es que en determinadas épocas, por razones que no conozco bien, pero que se relacionan con la consolidación de logros en la organización social, nuestra individuación particular aflora, se hace más evidente aún. Como si se viviera más en ellas desde una perspectiva individual. No sería una vuelta al individualismo, pues, lo que se estaría dando exactamente en nuestros días. Se estaría dando un aprovechamiento de la individuación y una confirmación de que el proceso sigue, ese proceso que nos hace más individuos cada vez y que constituye una originalísima versión del que ha venido ocurriendo, por niveles, a lo largo de la cadena evolutiva. Si hay, además, encerramiento en ello, si hay un aumento de la insolidaridad o el egoísmo, yo lo consideraría un subproducto, uno de los costes momentáneos de lo que constituye el meollo del asunto.

Y es que el proceso, por más que tenga el evidente lado positivo de habernos conducido hasta el presente, tiene también sus costes, como todo lo que se relaciona con la vida. Desde el punto de vista colectivo, por los irremediables bandazos que conlleva esa lucha interminable de ajustes entre los intereses del grupo y los de un individuo que se individualiza, que precisa de un reconocimiento creciente, de un espacio más amplio. Desde el punto de vista individual, porque individuarse es, también, cargar sobre la propia espalda, cada vez, más vida de uno mismo. La individuación, que supone, sin duda, un enriquecimiento de la vida, porque nos pertenece más lo que vivimos cuanto más individuos vamos siendo, exige una cierta solidez creciente al individuo. Vivir es una actividad, cuesta trabajo. Todo ese bien tramado apoyo psíquico que representa la tupida red de referencia que la tribu o el clan o la familia extensa prestaba al individuo, dándole identidad continua, -tiende a diluirse en nuestras sociedades. El individuo ha de enfrentarse más solo, más capaz o más débil, a más vida. Y hay quien se debate todo el tiempo en ese esfuerzo, y hay, incluso, quien se encuentra en la imposibilidad de realizarlo.

Antonio Hernández es médico psicoanalista.

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