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Juan Gelman: aire y ángeles

'La poesía nada hace suceder, sobrevive'. W. H. AudenHoy, en el día de hoy en que estas líneas aparecen, Juan Gelman, el poeta, vuela a Buenos Aires. El vuelo y la ciudad: todo es, diríase, del aire o de los aires, como Ariel, espíritu del aire. O igual que las palabras -aladas, según el antiguo hablar de la epopeya- que dicen a su vez relación con el aire. Con palabras aladas quisiéramos, en verdad, saludar este vuelo, para poder así, de algún modo, acompañarle.

Vuelve, en fin, Juan Gelman a Argentina, al cabo de 13 años de proscripción y exilio, para comparecer ante el juez Miguel Guillermo Pons, que había dictado contra él orden de captura después de haberle incoado en 1985 un procedimiento por asociación ilícita en aplicación del artículo 210 del Código Penal.

Alude esa figura jurídica a la pertenencia de Gelman al Movimiento Peronista Montonero (MPM), a,cuya fundación contribuyó en 1977 y del que se separó públicamente a fines del siguiente año, al hacer pasar dicho Movimiento la militarización y la acción violenta por encima de toda reflexión política. Esa ruptura valió a Gelman que el MPM pronunciara contra él una condena de muerte que vino a sumarse a las generosas posibilidades de pena capital que ya le había ofrecido con reiteración la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y a las que, sin duda, estaba dispuesta a ofrecerle la Junta Militar, contra la que Gelman luchó infatigablemente dentro y fuera de su patria.

Larga y dolorosa lucha la del hombre que hoy vuela a Buenos Aires. Camino sembrado de desaparecidos y de muertos. En él han quedado sus amigos, los escritores Haroldo Conti, Francisco Urondo, Rodolfo Walsh, este último liquidado a tiros por un grupo del que formaba parte el teniente Astiz, notorio torturador y asesino, recientemente ascendido en la jerarquía militar del paradójico cuadro que la democracia argentina así presenta. Y en él quedaron, como sabido es por cuantos ya conocen esta dura historia, su propio hijo y la mujer de su hijo, y el hijo de ambos, nacido hace diez años en el campo de tortura en el que sus padres murieron, y hoy todavía desaparecido.

El juez Pons ha procesado a Juan Gelman, en el marco de la democracia, con los mismos argumentos utilizados por la Junta Militar que la democracia, a su vez, ha condenado. Y ha impuesto además sus condiciones, contra las cuales Gelman ha apelado a la Cámara Federal de Justicia. La sentencia de ésta ha sido favorable a Gelman. En efecto, la Cámara ha suspendido la orden de captura, anulado la caución de 20.000 dólares que el juez imponía y asegurado la irrestricta libertad de Gelman para entrar en su país y salir de él.

Vuelve, pues, Juan Gelman libremente para dar testimonio de sí, de lo que es, de lo que ha sido, llevando como única arma o argumento aquella "clara dignidad" con la que él mismo caracterizó una vez el perfil de sus amigos muertos: Conti, Urondo, Walsh.

Alguien me ha hecho saber que en uno de los considerandos de la sentencia de la Cámara Federal se cita un poema de Juan Gelman. Un poema del exilio. Ignoro cuál sea el peso jurídico de un poema, pero puedo entender esa mención -dicho sea en honor de los jueces federales- como un preciso acto de reconocimiento. Porque, en efecto, el hombre que hoy vuelve a Buenos Aires, asumiendo en ese acto la totalidad de su vida y la íntegra realidad de su persona, es, antes de nada y después de todo, el poeta.

Precisamente porque en todos sus actos -los de entonces y los de ahora- supo Gelman ser libre, la poesía sobrevive en él y la palabra en él se sobrevive. Arte de la libertad y la supervivencia, el arte que en su poesía toma forma y se manifiesta. Esa libertad última e indeclinable, que está tanto en su vida como en su palabra, hace, sin duda, que la poesía escrita por Gelman en los años de lucha sobreviva al naufragio de las ideologías del compron-iíso, al menos como entonces fue entendido, y al de tantas escrituras tan aciagas que el tiempo prontamente ha arrastrado consigo.

Horizonte de libertad de la palabra que el poeta supo salvaguardar en todo momento y en el que naturalmente se genera la honda, adentrada materia, de la poesía escrita en los años de exilio.

Cuando lo conocí en París, en los primeros días de 1983, Juan Gelman era ya un poeta mayor, voz mayor de la poesía en lengua española que me es contemporánea. Leí o releí entonces su obra anterior al exilio, pero entré en particular comunicación con su escritura más reciente, sobre todo con los poemas que compone Citas y comentarios, libro publicado en Madrid en 1982.

Ese libro que, en buena medida, restituye a la escritura poética contemporánea la lengua del siglo XVI y muy en especial desde las voces de Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, estableció entre la escritura de Gelman y la mía propia un territorio de radical encuentro. Radicalidad tal la de ese encuentro que bien podría yo establecer en mi personal relación con la escritura de Gelman dos fases: una, la de la escritura simplemente leída; otra, la de la escritura con él compartida o convivida. Convivialidad o convergencia de la palabra que acaso llega a su punto extremo en el período en que Gelman escribe Com/posiciones, publicado en Barcelona en 1986, donde recupera la tradición hebrea y donde hace oír desde la voz de los viejos poetas judíos, realumbrada en la suya propia, un canto en el que el exilio y el amor se funden en un solo y luminoso cuerpo.

En la última comunicación que de él he recibido, apenas hace unos días, Juan Gelman se refiere al Libro hebreo de Henoc y a la creación incesante de los ángeles según la angeleología de la Cábala. Hoy, en el día de hoy en que estas líneas aparecen, Juan Gelman, el poeta, vuela a Buenos Aires. Que el vuelo de los ángeles cantores le haga compañía.

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