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Tribuna
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Posturas

Existe una ética del dolor y una estética de la tristeza. Más aún, la ética comporta con asiduidad una evocación al dolor. Y la estética, una alianza con el ámbito de la tristeza.En la plenitud de una acción ética resplandece el dolor. Pero esa luz cebada que sostiene la acción ética apenas conmueve al reino de la estética. Más bien este resplandor es un efecto de la fisiología, algo de secuencia común y orgánica. La tristeza, sin embargo, forma parte de las formaciones más tenues y complejas.

Dentro del sistema general de la adversidad, el dolor se traduce en apreciables bienes morales, pero la tristeza sólo se convalida con el arte. En el dolor, su magnitud cuenta algo. En función de su tamaño, el dolor procura enseñanzas heroicas o parvularias. Alecciona. La tristeza, en cambio, no se mide nunca. Parece inútil y posee la clase de sabiduría del arte.

Casi todo dolor tiene un destino; acaba siendo productivo en el mundo del sentido. Pero la tristeza es con frecuencia sólo una mediación hacia el sentido del mundo.

El gozo o el dolor desbordan cuanto manipulan. Poseen unas manos más grandes que aquello que pretenden conformar. La tristeza, en cambio, es como un animal iluso que desconoce sus fuerzas. Subyace. Se deslíe con la calidad de un líquido y se acaba como un olor.

Bajo el síntoma del dolor el mundo queda metabolizado como una nutrición sabrosa. Pero la tristeza llega y puede perpetuarse en el bocado. El dolor se da a conocer y engulle el conocimiento. Lo come hasta engrandecerse. Pero la tristeza merodea y desdice lo que contempla. Existe una voluptuosidad del dolor, una desproporción del placer que busca buscando su saturación en su reverso; pero no existe un vicio de dolor. El dolor transcurre imponiéndose a todo, sin objetivos de dependencia. La tristeza, en cambio, es investigación. El vicio de estar triste se corresponde exactamente con la inclinación al ciclo y al secreto. La solicitud radical de compañía.

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