La otra cara
A veces uno se siente cansado, se siente extraño al filo de la medianoche, después de haber paseado entre las calles de su pueblo o ciudad envueltas en detalles que indican inequívocamente las fechas navideñas en las que nos encontramos. En ocasiones, charlando al filo de la madrugada con tu mujer o compañera, uno siente deseos de escribir una carta a un periódico, a un medio de difusión que propague más allá de las paredes de la habitación esa conversación de protesta, ese grito silencioso que nos callamos impunemente ante esta sociedad de consumo, dspiadada, que en estos días luce sus mejores galas, exhibe sus trajes más lujosos y muestra sin vergüenza su rostro retorcido entre las joyas más brillantes, los regalos más caros y los manjares más sabrosos y tentadores.En estas fechas uno siente que el consumismo nos está contro-
lando, gobernando con una frialdad repugnante, transformándonos en seres carentes de voluntad, en autómatas de "saca y paga", de "compra", "regala", .adquiere", "ten", "posee"... Nadie escapa de sus garras ni deja que su capacidad adquisitiva siga un rumbo correcto de solidaridad, amor y fraternidad (los atributos tan rotundamente falseados). En estas fechas, a pesar del tópico, menos que nunca.No hay ninguna garganta certera que proteste contra el montaje inaudito de la Navidad, contra los anuncios despampanantes y engañosos y los escaparates iluminados al máximo, cargados de regalos, de trajes, de juguetes, de artículos y objetos dispuestos a ser comprados. Año tras año, el negocio se hace más redondo. Todo esto, al filo de la madrugada, produce un solo efecto: náuseas.-
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