EL PAÍS, su liturgia
Con perpleja mirada, me sorprende contemplar cómo cada mañana del domingo muchos de mis amigos y numerosa gente, que no tengo el gusto de conocer ni de tratar, comienzan con pasmosa ceremoniosidad lo que a lo largo del día se irá convirtiendo en una especie de inconsciente acción litúrgica con EL PAIS. Y digo lo de inconsciente porque la mayoría de lectores que participan en esa liturgia periodístico-dominical no saben efectivamente que están dando cuerpo a un hábito constante, que tiene casi todos los componentes necesarios para lo que se conoce comúnmente como liturgia.Esos elementos, esos compocanzar una pertecta e intensa comunión con él, para lo cual dicho sujeto se va alejando cuanto puede de todo aquello que perturbe su lectura íntima y reflexiva, y que pretende y pro-pende a la búsqueda más próxima de la verdad: bien sea por medio de la vía acatadora y sumisa -es decir, aceptación de lo en él escrito-, bien sea a través de la vía cuestionadora y crítica que resuelve con rigor intelectual y objetividad qué es razonable y qué no. Acabada esta tarea, el lector espera con inquieta o trémula esperanza el nuevo mensaje matinal de los sacros domingos, en que EL PAÍS publica con constancia otras verdades ya dadas o por desvelar.-
Barcelona.
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