El polvorín de Gaza
EN LA franja de Gaza y en el territorio de Cisjordania, ocupados desde 1967 por Israel, se suceden desde hace más de una semana choques entre la población palestina y las tropas israelíes. Los métodos represivos aplicados por el Ejército israelí, disparando con bala contra grupos de jóvenes que tiran piedras y botellas, han provocado declaraciones de repulsa de autoridades francesas y norteamericanas. El balance oficial registra nueve muertos palestinos -entre ellos, un niño de 11 años- y numerosos heridos. Por la amplitud de las protestas populares y el salvajismo de la represión, la situación actual es más grave que en los anteriores brotes violentos, como en 1975-1976 o en 1980-1981. Hoy, la protesta es mucho más masiva y se prolonga durante más tiempo. En ella participan todos los sectores, como lo confirma la huelga general que se ha producido en poblaciones de Cisjordania. En esta situación destaca, sobre todo, el protagonismo adoptado por muchachos muy jóvenes, de 13 o 14 años.La principal conclusión que cabe extraer de estos hechos es el fracaso total de la política aplicada por Israel en los territorios; ocupados. Sus intentos de fomentar actitudes de colaboración en autoridades locales no han dado ningún fruto. Ha sido una política dura, de ocupación militar. No ha estado ausente de esta conducta la práctica de actitudes racistas, de desprecio hacia los palestinos, observada entre miembros de las fuerzas armadas israelíes. Ahora, 20 años después de dominar esos territorios, Israel se enfrenta con una población que siente un odio generalizado ante los ocupantes y en la que se evidencia un sentimiento nacional palestino más poderoso que nunca.
En Israel se han perfilado dos actitudes: la intransigente de los partidos derechistas agrupados en el Likud, enfilada a anexionar esos territorios, y la de los laboristas, que se halla más inclinada a buscar soluciones políticas al actual conflicto. A raíz de los últimos choques violentos, el debate entre estas dos líneas se ha agudizado, incluso en el seno del Gobierno, en el que están coligados el Likud y los laboristas. Pero las declaraciones del jefe del Gobierno israelí, Isaac Shamir, en el sentido de que las protestas son provocadas por "terroristas y delincuentes", indican una ceguera total o la voluntad de justificar el recrudecimiento de la represión. En todo caso, una experiencia ya muy larga demuestra que, en la práctica, siempre se ha impuesto la línea dura.
No se puede desconocer que el problema tiene también una dimensión internacional. Los territorios de Gaza y Cisjordania no pertenecen al Estado de Israel. Éste los ocupa y los administra de modo provisional, pero subsiste un problema internacional, de fronteras, que aún no ha sido zanjado. Por otra parte, diversos países árabes han tomado iniciativas para que la comunidad internacional presione sobre Israel para que suavice su actitud. El Consejo de Seguridad de la ONU debate el tema desde hace varios días, y los delegados de Siria y Jordania se han enfrentado duramente con el de Israel. La Liga Árabe celebra asimismo en Túnez una sesión especial para estudiar medidas políticas que puedan aliviar la situación trágica en la que se hallan las poblaciones palestinas de los territorios ocupados.
No parece dudoso que, en la presente coyuntura, el único país capaz de ejercer una influencia real sobre Israel sea EE UU. Los acuerdos sobre defensa concluidos en Washington por el ministro israelí Rabin y el secretario de Defensa, Carlucci, confirman la estrechez de los lazos entre ambos países. Pero una actitud europea clara expresada en la ONU y por otros canales ayudaría a demostrar a Israel hasta qué punto su política represiva es condenada por la opinión internacional, incluso en países que en numerosas ocasiones le han mostrado simpatía.
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