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Nieve

Juan Cruz

Ayer nevó en Madrid, y un compañero de la Redacción me acercó a la ventana, como el abuelo del personaje de Gabriel García Márquez llevó a su nieto a que viera por primera vez el hielo. "Mira, es la nieve", me dijo, y me dejó solo ante el espectáculo. Blanca, exacta y fría caía esa lluvia de abrigo sobre una ciudad colapsada y ausente, como ajena, tan distante de sí misma y tan ruidosa. La nieve era la réplica bondadosa y tenue a la hojarasca del tráfico de otoño. La nieve, la fascinación de la nieve, la memoria de la nieve. Como un espejo imposible, sobre el asfalto y las azoteas, ese azote frío que simula ser inmaculado.No sé si lo recordaré ante el pelotón de fusilamiento, pero vi luego que la fascinación obligada por la nevada se repetía ante todos los ventanales del periódico. Mesetarios, insulares, catalanes reciclados en Castilla, Jóvenes recién llegados, personajes que habitaban en Miguel Yuste la tarde del golpe de Estado, seres a los que vi llegar por primera vez con una trenka y un bolígrafo, periodistas serranos o andaluces anclados aquí quisieron repetir la misma curiosidad del año pasado con los ojos de ver la nieve.

Daba exactamente igual que el presidente del Gobierno estuviera apagando cinco velas en la Moncloa, o que Mijail Gorbachov preparara la mano que ha de usar para reírse la próxima semana con su colega Ronald Reagan en las heladas cumbres de Washington. Mario Conde podía poner la silla al revés, López de Letona podía resucitar con una orquídea entre los dientes o Guerra podía convencer a Pastora para que volviera a luchar contra el imperio. El mundo podía ponerse del revés en aquel instante, pero la noticia evidente de la nieve se convirtió en el asunto prioritario de la jornada. Daba igual que cayera hierro candente sobre Buenos Aires o que en Haití refulgiera la miseria. Caía la nieve, y ante ese trozo sólido de agua los ojos perdieron la memoria y la realidad y se convirtieron en una mirada blanca como la nieve. Ocurrirá pronto otra vez y será lo mismo. Todos los ojos son iguales cuando cae la nieve.

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