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Las últimas promesas

Todos los dirigentes políticos turcos prometen arreglar el país. Ante las cámaras, Ozal apuntaba con un bolígrafo. "Con una mano exprime el limón y con la otra quiere saltarnos un ojo", dicen sus enemigos. El primer ministro promete el siglo XXI con un millón de ordenadores en las escuelas, miles de kilómetros de autopistas, un coche para cada familia en 15 años, un piso en 10, una disminución de la inflación, 23 provincias más, dos Estambules en lugar de uno (uno europeo y otro asiático), una multiplicación de la producción agrícola e industrial y de las exportaciones. El precio, dice, es la estabilidad política. La garantía, él mismo. Inonu sólo mueve una mano, la derecha. La izquierda está cerrada e inmóvil sobre la mesa. "No la abre porque tiene un limón, como Ozal; si llega al poder, también lo exprimirá". Pero esto lo dicen sus enemigos, claro. Él pone en solfa al primer ministro, a una política que, dice, ha empobrecido a Turquía. Y no se cansa de prometer: mejorar el nivel de vida, disminuir la inflación, transformar la política de salud y el sistema de enseñanza, acabar con la pena de muerte y la tortura, aplicar una amnistía general, reducir el servicio militar... "Cambiaremos el curso del río", concluye.

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Su principal rival, Ecevit, denuncia que no tiene medios y que si Ozal gana será con muchos votos de izquierda y por culpa de una ley electoral injusta. Demirel pronostica la catástrofe si Ozal sigue en el Gobierno. Lo que ha hecho bien no es mérito propio, sino suyo (de Demirel), que puso en marcha el proyecto. Lo que está mal es culpa de Ozal.

Erbakan, con un dedo vendado, que se pilló con la puerta del coche, promete una revolución: eliminar el interés bancario, crear un canal religioso en televisión, suprimir el pago de la amplia deuda externa, retirar la petición de ingreso en la CE, extender la educación islámica. Una "revolución democrática" bajo el signo de la media luna.

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