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Las tres generaciones y el lobo feroz

Érase una vez un país de verdad en el que sucedían cosas que parecían de mentira. Un país en el que, al contrario que la mayoría de sus vecinos, la cultura era el enemigo natural del poder, de la aristocracia y -en el presente siglo- hasta de una clase, en parte hidalga, en parte franquista, que de burguesa no tenía más que la pretensión de serlo. 7 sucedió en él un día que las lanzas se tornaron cañas merced a un inteligente empleo del voto, y, llenos de voluntad de redención, los elegidos decidieron reunir a la cultura con el votante a golpe de acto, beca, movida y talonario. La confusión a que dio lugar esta decisión no es para contarla porque no ha terminado, y las historias de este tipo deben relatarse cuando posean no ya final, sino también moraleja. No debe dejar de advertirse, sin embargo, que si bien nadie teme que pueda alcanzarse el aurea mediocritas aplastante y oficial que bañó hasta la náusea al anterior régimen, algunas almas lúcidas despiertan sudorosas en mitad de la noche recordando repentinamente aquella máxima de Mao: "El que abre los ojos una vez nunca más vuelve a dormir tranquilo".Sucedió que en este país, desde el término de su guerra civil, fue apareciendo -probablemente más por espíritu de contradicción que por propia conveniencia- una serie de forzados de la pluma, autores de novelas de mayor o menor fortuna, en cuyo espíritu anidaba el deseo del arte. A éstas siguieron otras y otros, cada uno con sus razones, sus medios y su éxito. As time goes by, unos llegaron hasta la escalerilla del avión y otros cayeron antes como el pobre Peter Lorre; pero los que quedaron cumplieron años y, a fuerza de reponerse sus éxitos en las pantallas editoriales de todo el país, dejaron de ser unos héroes individualistas para convertirse en integrantes de una (o unas) generación(es) de la novela española de posguerra.

Cierto escritor ha declarado en estos días que en España coexisten tres generaciones de novelistas en activo y que este fenómeno es enriquecedor para la cultura española en la medida que lo es para la novela española. ¿Es cierto esto? ¿Es cierto que existan las tales tres generaciones? ¿Es cierto que existe la novela española?

La clasificación por generaciones es la más fácil y, por ello, la más práctica. Las generaciones reúnen a las personas en torno a unas fechas de nacimiento, y ahí acaba todo; es decir, casi todo, porque, según los períodos históricos en que se desarrolle su formación, pueden concedérsele además unas vivencias comunes, y sólo se dice vivencias, no modo de aprovechamiento de las mismas. Pues bien, sobre tan endeble cañamazo hay quien ha bordado libros enteros para desconcierto y confusión de muchas generaciones -ésas sí- de estudiantes.

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Pero no es menos cierto que la convivencia de escritores diferenciados cronológicamente y poseedores de vivencias comunes ha ofrecido óptimas realidades literarias en sus países. Por ejemplo, ¿cómo no pensar -ante el triste panorama de la literatura francesa actual- en aquellos momentos en que tres grupos de escritorías producían sus obras en un mismo espacio y tiempo? Me estoy refiriendo a los Malraux y Céline, a los Sartre y Camus, al nouveau roman. ¿Cómo no aceptar que la gran riqueza de la literatura actual en lengua ;alemana se produce mientras escriben a la vez Max Frisch y Dürrenmatt, Bernhard y Grass, Peter Handke y Botho Strauss? Y así, sucesivamente, el sistema podemos aplicarlo a la literatura norteamericana, a la brasileña...

¿Existen tres generaciones en España, como señala el agudo escritor antes aludido? Nada más lejos de mi ánimo que establecer comparaciones nacionales, pero lo cierto es que aquí están escribiendo a la vez, pongo por ejemplo, Gonzalo Torrente y Cela, Benet y Juan Goytisolo, Eduardo Mendoza y Luis Mateo Díez, lo cierto es -ioh, casualidad!- que esto coincide con un momento de granazón y enriquecimiento de la novela en nuestro país particularmente estimulante (repárese en que con toda cautela se utiliza la palabra estimulante para que el maniqueísmo y la hipocresía nacionales puedan descansar a gusto, algo así como pasar de puntillas ante el durmiente pero pasar).

Sea como fuere, lo importante es participar. Muy probablemente, los novelistas antes nombrados no encuentren razón alguna para que este modesto artículo les una e incluso lo consideren una impertinencia; los no nombrados, además, quizá se molesten por no haber sido nombrados. Pero ¿alguien puede negar su obra y sus edades? Lo que llegue a ser la obra de cada uno de ellos y de todos los que sobrevivan en conjunto a la usura del tiempo pertenece a su esfuerzo por crear y sobrevivir, y muy posiblemente no exista entre todos ellos otra relación generacional que la de la competencia, lo cual siempre es buen acicate. Unos están cerrando su obra, y otros acaban de sentar las bases para el tramo final. del desarrollo de las suyas. Todos escriben sin soltar las riendas.

El panorama no quedaría ni completo ni hispánico si no entrase en escena el lobo feroz, siempre hambriento, siempre enseñando la patita enharinada por debajo de la puerta de la casa de la novela. Hay una consigna: cúbranse con cultura todos los remiendos, deterioros y malas caras, y todo el mundo se aplica a ello con frenesí, hasta el punto de que se rumorea con insistencia la creación de unos estudios universitarios para obtener la titulación de animador cultural. En ese momento al lobo ya no habrá quien lo mueva; pues todo acontecimiento social -incluido el paro- que genera burocracia y rnovimiento de dinero deja de ser un bien o un mal para convertirse en una industria.

¿Por qué no pensar entonces: qué lástima la coincidencia entre las tres generaciones y el lobo feroz? Quizá sea una coincidencia inexcusable. Aunque a veces tampoco dejo de pensar: ¿y si un día, ahogado el lobo, le abren la tripa y dentro no encuentran más que piedras o, por ajustar la metáfora, ladrillos?

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