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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La no-crisis italiana

DOS HECHOS han ocurrido en el mismo día en Italia: por un lado, una huelga general convocada por todas las centrales sindicales para expresar la protesta de los trabajadores contra un presupuesto que no tiene en cuenta la obligación del Estado de reducir las des igualdades engendradas por las leyes del mercado. Por otro, la votación de confianza en el Parlamento al Ejecutivo de Goria, en virtud de la cual un Gobier no que había dimitido por discrepancias surgidas en su seno sobre la ley de presupuestos ha nacido de nuevo, enterrando su dimisión y asumiendo sin más la gobernación del país. Aparentemente todo va bien: la crisis de Gobierno ha sido sólo un amago.Pocas veces el divorcio entre el país real y el país legal se ha manifestado de forma tan visible. Entre las centrales convocantes de la huelga general contra la ley de presupuestos no está sólo la CGIL, con una fuerte influencia comunista, sino también la CISL y la UISL, en las que son hegemónicos los democristianos y los socialdemócratas. Sucede pues, que las mismas corrientes ideológicas que en el terreno sindical movilizan la protesta mediante una forma de lucha tan radical como una huelga general contra el Gobierno, en el terreno parlamentario sostienen a ese Gobierno y aseguran la aprobación de los presupuestos.

A primera vista podría parecer que esa contradicción debería beneficiar a los comunistas, que encabezan la central CGIL y sostienen así la huelga, mientras a la vez votan contra el Gobierno en el Parlamento. Pero en la práctica no es así. El partido comunista está atravesando una fase diricil, desgarrado por corrientes discrepantes. Su crisis de identidad se prolonga desde el congreso de Florencia de 1986, y la elección de Achille Occhiptto como vicesecretarlo general, al lado de otros dirigentes más jóvenes, no ha servido para superarla.

Pero el principal interés del caso italiano estriba en que refleja problemas que existen, en grados más o menos agudos, en otros países europeos: la insuficiencia, o la inadecuación, de los actuales instrurnen~ tos para expresar la voluntad democrática de la ciu~ dadanía de manera que pueda influir eficazmente en las tomas de decisión ante los grandes problemas del país. En el caso de los sindicatos, el desfase entre la voluntad de la base y las decisiones de las direcciones ha sido palpable: la huelga del pasado miércoles en Italia ha sido un relativo fracaso, si se tiene en cuenta que las centrales convocantes agrupan a nueve millones de trabajadores y han representado el 90% del mundo laboral. El problema es que los sindicatos no logran aclararse ante una opción decisiva: o caen en posiciones corporativistas, defendiendo a las categorías de trabajadores del Estado, con empleo fijo garantizado, o se deciden a propugnar intereses más a largo plazo, definidos por la exigencia de un desarrollo capaz de garantizar el empleo del mayor número.

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La curiosa solución de la crisis de Gobierno italiano, mediante unos votos de confianza en el Senado y en la Cámara de Diputados para demostrar que esa crisis no existía, ha sido posible por la coincidencia de Craxi y del PSI, por un lado, y de De Mita y de la Democracia Cristiana, por otro, en un punto coyuntural: a Craxi le conviene que siga un Gobierno débil.

Pero es una coincidencia intrínsecamente pasajera, que limita el carácter del Gobierno de Goria a una esfera puramente "programática". Craxi no acepta darle la consistencia de una coalición política. Por eso la vida política italiana se presenta en tres niveles poco armonizados: unos sindicatos que reivindican lo inmediato; un Gobierno que capea los temporales, y unos partidos que elaboran, con más o menos perspectiva, estrategias de futuro.

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