_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mijail Gorbachov

La historia de aquella ideocracia, dijo, era como un palimpsesto en el que se superponía la relación de unos acontecimientos descritos e interpretados de forma a veces contradictoria y, en cualquier caso, distinta, en aquella fase de intensa lucha ideológica en la que el poder colegiado de unos responsables con dignidad y atributos de cardenales había dado paso a la autoridad de un Pontífice único, la exposición del pasado y los hechos supuestamente establecidos debía ser reelaborada a diario a la luz de nuevos dogmas, anatemas y concilios, las obras oficiales recientes, incluso las de autores conocidos por su impecable ortodoxia, eran proclamadas apócrifas y retiradas de los estantes de las librerías por no ajustarse a la verdad de los últimos cambios, descubrimientos y autocríticas, el aplastamiento de las tentativas de oposición sucesiva restringían cada vez más el ámbito de las discusiones y desacuerdos, después de toda confrontación abierta o insinuada, lo juzgado hasta entonces legal o simplemente tolerado se transformaba en una suerte de crimen inexpiable; una mera charla a media voz con uno de los sospechosos o apestados constituía una grave infracción a la norma unitaria, por la que el culpable tenía que implorar perdón y someterse a la humillación de una abjuración pública, conforme el conflicto interno recrudecía y se generalizaba el recurso a los medios de disuasión policiales, la congregación de los ortodoxos advertía que las diferentes y ya expurgadas versiones históricas de la creación y afianzamiento de la nueva Iglesia mostraban una magnanimidad sospechosa con los opositores de la última hornada, flamantes interpretaciones de acontecimientos remotos o cercanos borraban y abolían-las apenas acabadas de redactar, los investigadores se mantenían al acecho de los informes y directivas emanados del Santo de los Santos para suprimir, modificar, corregir y agregar elementos y datos; cuando una obra parecía acabada y lista para la imprenta, la revelación súbita de la conducta y móviles cuidadosamente ocultos de alguno de los personajes encomiados ponía en tela de juicio los fundamentos de la empresa y obligaba al imprudente a precipitarse al departamento en el que se hallaba su escrito potencialmente incriminatorio y hacerlo desaparecer, y en caso extremo, tragárselo antes de que algún colega envidioso o con ganas de hacer méritos corriera a denunciarlo, las cosas habían llegado al punto de que toda ausencia del puesto de trabajo, por breve que fuese, podía poner en peligro la vida del investigador o al menos su carrera, los más concienzudos y astutos renunciaban a dormir en sus casas y permanecían en vela en los aposentos contiguos a la biblioteca, pendientes de la lectura de los editoriales de la Prensa y escucha de los boletines informativos de la radio; su teje y desteje de lienzos de Penélope les hacía tachar y enmendar por la noche lo que habían escrito por la mañana, sus obras no avanzaban y temían, con causa, ser acusados de sabotaje y holgazanería; en las pausas y horas muertas de su faena combatían la angustia consagrando su tiempo a retocar las láminas y fotografías que debían ilustrar la edición de sus futuras obras y enciclopedias, no sólo había que eliminar a los herejes indignos de aparecer en ellas, sino modificar también la prioridad e inmediatez de los demás al Jefe de acuerdo al grado de solicitud que éste les manifestaba, rejuvenecer y subrayar la vitalidad y energía de los rasgos de quienes gozaban de su favor y acentuar las señales de deterioro o vejez de quienes parecían caer en desgracia, esa tarea, ininterrumpida y frenética, les privaba de sueño y vagaban día y noche por los despachos de su departamento, sonámbulos y fantasmales con sus largos abrigos de piel y gorros cosacos, resueltos a no dejarse sorprender por los bandazos y variaciones de la línea oficial y su correspondiente percepción del pasado, ni el cansancio ni el frío hacían mella en ellos, poco a poco habían llegado a la conclusión razonable de que si el Pontífice era el garante y sustentador de una verdad con la cual en ningún caso podían equivocarse, el mejor medio de evitar el riesgo y salir de la intemperie y turbulencias a las que estaban expuestos consistía en escribir como él y transformar el estilo personal de cada uno en un estilo colectivo, en vista de las últimas y sobrecogedoras experiencias de algunos de sus colegas, decidieron que en adelante no iban a contentarse con seguir al pie de la letra sus normas e ideas, sino imitar igualmente sus giros, estilo y vocabulario, atarugar sus textos de citas suyas hasta disimular la propia escritura, conseguir la invisibilidad de los amanuenses, reemplazar los libros, todos los libros, aun los más devotos y beatíficos, por un libro único y perfecto, el compuesto por sus discursos a los creyentes, sin otra introducción ni comentario que frases o párrafos extraídos a su vez del texto original de aquel glorioso e infalible autor, de quien serían para siempre jamás recopiladores escrupulosos y fieles.

autor de Juan sin tierra y Makbara, escribió este artículo como un sueño cuyo título completo es: Mijail Gorbachov escucha en sueños las revelaciones del profeta desarmado Isaac Deutscher sobre los apuros de los historiadores en el período del culto a la personalidad.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_