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Innombrable

Manuel Vicent

Si la religión judeocristiana no hubiera podrido el helenismo, nosotros ahora ni siquiera llevaríamos pantalones. Tendríamos la nuca ligera sin el sagrado mordisco del Innombrable, y además aún usaríamos túnica con los genitales desconectados del cerebro bamboleando libremente dentro de ella. Tampoco habría cátedras sino catres para filosofar en posición oblicua, con un racimo de uva colgado de la oreja y el antebrazo hundido en un bordado cojín. Echaríamos al aire sentencias profundas acerca de nada y la rivalidad se entablaría entre la belleza, sin contar con la bondad ni mucho menos con la santidad de sebo. El esperma sería el refresco predilecto batido con limones de Creta hasta conseguir el punto de nieve, la gente se frotaría el cuerpo para alcanzar una luz de topacio y el peluquín de los calvos estaría confeccionado con mirto de Samos o con pámpanos de vid de Falerno. No habría profetas ni otro género de gafes con el cráneo hervido por el fuego del desierto, especialistas del bien y del mal. Los poetas y los filósofos harían la competencia a la policía en su amor a los mancebos y nuestra existencia se vería regida por el supremo rigor de los dados.Todo lo ha podrido la religión judeocristiana, que ha convertido nuestro seso en una pestilente lámpara votiva, cuyo reguero de grasa nos baja por las venas hacia las cámaras del vientre para formar allí una charca donde se mueven oscuros reptiles que tratan de salir a la superficie a través del pecado. La historia de estos últimos años de libertad es una reyerta de frustrada dicha. Parte de la humanidad se ha desnudado por completo, ha adorado al sol, ha descubierto el lado fisiológico del deseo, ha fabricado papel higiénico con los libros de Isaías o Ezequiel. Los hombres van a la caza de vaginas, las mujeres también tienen en casa un ábaco para contabilizar sus capturas. Parece que el paganismo ha vuelto, pero la moral ha abandonado el confesionario y se ha refugiado en las comisarías. Nuestra nuca aún está mordida por el Innombrable. Su señal es la marca de fábrica.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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