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La desesperación supera al terror en Rumanía

Miles de rumanos demostraron el pasado día 15 de noviembre en la ciudad de Brashov su cólera por el estado en que se halla el país, tras más de 20 años de régimen bajo Nicolae Ceaucescu. Obreros de las grandes fábricas de la ciudad, apoyados por la población, asaltaron e incendiaron el Ayuntamiento y la sede del partido, saquearon un economato de los privilegiados funcionarios comunistas y dieron muerte al menos a dos policías.Durante cerca de cinco horas los obreros fueron dueños de la ciudad, hasta que llegaron refuerzos de la policía y el ejército en vehículos blindados. No se sabe si hubo víctimas entre los manifestantes ni se conoce el alcance de las represalias. Se produjeron, al parecer, decenas de detenciones.

"Muera Ceaucescu" y "queremos pan" eran algunos de los gritos proferidos por los manifestantes. En Brashov han aparecido hace algunas semanas unas pintadas que expresan el estado de ánimo de muchos rumanos: "Nos da igual morir de hambre y frío que a tiros". La desesperación ante el cuarto invierno de restricciones de alimentos y energía cada vez más graves es ya mayor que el terror que inspira la policía secreta, Securitate, y sus decenas de miles de colaboradores.

Todos los productos de primera necesidad están racionados, cuando los hay. Conseguir leche, carne, aceite, mantequilla o arroz es una empresa casi imposible. En largas colas los rumanos acuden a comprar pan, convertido en alimento básico, también racionado. En las viviendas está prohibida una temperatura superior a los 12 grados. Cada familia tiene sólo derecho a una bombilla de 25 vatios. Los cortes de electricidad a viviendas y colegios, pero también a hospitales, son continuos. Debido a la falta de incubadoras y electricidad, la mortandad infantil ha aumentado tanto que el acta de nacimiento se levanta dos semanas después del parto para que las estadísticas no reflejen los fallecimientos en este plazo. Los ancianos no son admitidos en los hospitales, reservados para la "población productiva". Ha habido casos de suicidios de ancianos en público para protestar contra su obligada convocatoria a trabajar en la cosecha. También han sido detenidos trabajadores por gritar o pintar en paredes lemas como "Ceaucescu, asesino".

Con sus métodos estalinistas en la represión interior de toda crítica y su política de cierre de fronteras para los periodistas occidentales que osan buscar fuera de los cauces oficiales, el régimen de Ceaucescu ha logrado que en Occidente se informe poco sobre Rumanía. Abandonados sus sueños de presentarse en el mundo como el iluminado dirigente de una potencia media, Ceaucescu prefiere que no se hable a que se hable mal.

La opinión pública occidental no es por ello consciente de que, a finales del siglo XX y en pleno continente europeo, los 22 millones de rumanos -exceptuando a los funcionarios del partido y de la corrupta Administración- padecen hambre, frío, falta de medicamentos y una represión sólo comparable a la existente en algún lejano despotismo del Tercer Mundo.

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Megalómano

Ceaucescu llegó al poder en 1965 con la aureola de un comunista nacional que iba a crear un sistema socialista autónomo. Sin embargo, su política megalómana de industrialización y el consiguiente abandono de la agricultura supusieron un fuerte endeudamiento exterior y el principio de una escasez endémica de alimentos. "Ya sólo se intenta sobrevivir", según señalan rumanos a sus familiares en Occidente. La obsesión del presidente por reducir la deuda exterior se cumple a costa de los ingentes sacrificios de la población.

La URSS ve desde hace años con gran recelo la situación creada por Ceaucescu. La supuesta independencia de Rumanía es hoy menor que nunca debido a su absoluta dependencia de los suministros de materias primas de la URSS. Desde su llegada al poder, Ceaucescu irritó a Moscú con su comunismo nacional. Condenó la invasión de Checoslovaquia, mantuvo relaciones diplomáticas con China e Israel e intentó perfilarse como un estadista de talla internacional. Hoy, su despotismo bizantino no sólo bloquea las reformas que Moscú quiere ver implantadas en la comunidad socialista, sino que pone en peligro la estabilidad misma del bloque al mantener a la población en una situación ya insoportable.

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