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Tribuna:
Tribuna
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Cuando la vida es sueño

El que hasta reciente fecha fuera principal portavoz de los críticos del PSOE, medita aquí en voz-alta sobre las circunstancias que le han llevado a la situación de verse juzgado por sus durante tantos años compañeros de militancia. La conclusión de su monólogo en torno a actividades dudosas de algunos de esos compañeros, y sobre su decisión de aventarlas, tal vez imprudentemente, es ésta: eppur, si mouve.

Otra vez a los tribunales, como cuando un conocido ultra te denunció por calificar, en una junta del Colegio de Abogados, de tribunal represivo al Tribunal de Orden Público, o cuando se avisó prestamente al señor Yagüe, de la Brigada Político- social, por ese insigne periodista, que acabó luego siendo un alto cargo con el Gobierno socialista, del peligroso delito de haber dado una conferencia de prensa en Estocolmo, no muy grata para los continuistas de la dictadura, o, en las últimas veces, en que todo el Ayuntamiento de Ceuta, de neta mayoría socialista, te puso una querella por criticar el que en aquella ciudad no se respetaran los derechos humanos de los trabajadores musulmanes. ¿Sabes, por cierto, dónde andará el que era entonces alcalde?Menos mal que a los tribunales no vas todavía, mas ten paciencia pues todo se andará, porque te acusen de llevarte alguna caja y lo de dentro, o porque te mezclen en alguna sabrosa quiebra, ni por poner escuchas telefónicas o dedicarte a blanquear dinerillos, y por ahora -toca madera- cada vez que has pasado por ellos, como cliente-doliente, ha sido por eso de cosas de la política.

Hay que ver, con lo que ha llovido, cómo persiste la tentación de llevar las cuestiones políticas a los juzgados, en lugar de discutirlas en los periódicos, las radios, en la calle, en el terreno de lo público y de lo político. Debe ser por aquello de los viejos hábitos, aún no perdidos, que persiste en algunos la tentación esa de acabar con el discrepante político con apariencia de aplicación de la legalidad vigente, bien sea presentándolo como espía del Kremlin o del Pentágono, juzgándolo por deshonrar a la patria, a su unidad o a sus prebostes, por ser enemigo del partido y sus dogmas, por extender rumores desestabilizadores o hacerse eco de los mismos, cuando, como todo el mundo sabe, eso era entonces y sigue siendo hoy un imperdonable delito de lesa política.

Me han dicho que los abogados están intentando ponerse de acuerdo, pero para que todo se te perdone y olvide has de reconocer que has mentido como un bellaco. Yo que tú, Pablo, lo haría, pues no creas que te estás enfrentando o se te está enfrentando cualquier ciudadano; ¡no, hijo!, es uno de los primeros números del partido en el poder, o lo que es lo mismo, del Estado, dado que partido-Gobierno y Estado ahora es todo uno. Es, por tanto, uno de los primeritos números de aquellos que, si quieren, con levantar un teléfono pueden disponer, de momento, de la policía, de la Guardia Civil, del Ejército, de los fiscales, de los inspectores de tributos, de las bancas oficiales, de los gobernadores, los parlamentos, los documentos, los monumentos, los sacramentos y los instrumentos.

Autocrítica

Un acto de humildad nunca viene mal. Y, al fin y al cabo, si los hechos han puesto de manifiesto que eres un fabulador, un imaginativo, y que jamás ha existido la menor posibilidad de un rumor del que hacerse eco, y que no se puede confundir eso de ser socio con el sólo ayudar en el negocio, ¿qué te cuesta reconocerlo?

Venga, hombre. Como cuando lo modélico era Stalin. Haz la autocrítica, pon rodilla en tierra y confiesa públicamente, en voz bien alta, que es pura invención comentar que en la nunca producida apertura-clausura-apertura de una inexistente discoteca en una imaginaria isla se haya podido producir intervención anómala alguna de ningún inventado político y que ello haya podido ocasionar en sus nunca conocidos comilitones o comilitantes ninguna impensable reacción de la que nunca existentes periódicos puedan haberse hecho eco, por tratarse, con tal cúmulo de patrañas, de una evidente campaña de desprestigio, aunque tales ficticias informaciones no hubieren sido nunca rectificadas, enmendadas en ningún medio de comunicación, en su paladinamente incierto acaecimiento, ni hayan sido por ella! demandados los responsables de la divulgación de esas falsedades, sus propaladores, pues sólo a ti, difamador profesional, se le ocurre convertir en historia el rumor e inventarte el eco y la noticia, y, por ello, sólo tú has de ser colocado en el banquillo de tu propia malicia, para tu pública deshonra y general vilipendio, pues así expresamente se reclama, por todos cuantos tiran la primera piedra de nunca haber hecho a la ligera comentario de rumor alguno.

Porque es ficción o novela que haya existido finca o estanque, salvo en tu calenturienta imaginación, en paradisiaco atolón o archipiélago, que pudiere ser objeto del espejismo de su compraventa entre socialistas y prestamistas de aquí o de fuera de estas fronteras, y que sobre ella se cerniese, para más infamia, cual castillo de naipes, un proyecto, fermentado de riqueza y empleo, que acabará realizando el edén, haciendo de la duna loma de cemento y del viejo bosque de sabinas, columnario de un avanzado supermercado.

Una vez más, tu mente desbordada por el odio y el rencor se ha inventado libélulas inspectoras de mariscos y marismas, flirteos amistosos de patriótico apoyo a la iniciativa, siempre creadora y estimulante de las bellas artes y de las prósperas industrias y. sólo en una corrompida mente, cual la tuya, a la que los dedos se hacen huéspedes, pueden llegar a fraguar como verosímil el eco rumoroso de una malévola ficción en la que la filantropía se vea sustituida por el interés y en que no sea la beneficencia cariñosa el motor del mundo y de su altruista progreso.

Alucinación o pesadilla es creerse las no verdades de la lealtad y de la buena fe, que permiten andar por las calles e ir a las casas de comidas sin escudos ni disfraz o camuflaje, cuando además tú nunca has agredido ni ofendido a aquel en quien jamás podrías pensar se diera, en mutua confianza, la necesidad de hacerte objeto de su gratuita o no tan gratuita violación en tu constitucional derecho a decir, a publicar, a callar, o a charlar y hasta a exagerar, si el talante y el ánimo narrandi así lo exige.

Visto es que eso de la libertad de expresión está pidiendo aún aclaraciones para aquellos que creen que sólo consiste en decir lo que ellos quieren y no ven también en esa libertad el derecho del otro a mantener discreto y reservado lo que no quiere que se diga ni sea expandido, porque desea se quede en su interior medida y sólo les llegue a quienes de inmediato y concretamente se destina y con tal exclusivo alcance.

Lenguaraz ,

Paga, pues, tu pecado de lenguaraz y de incontinente, y sé, cual los demás en sus ágapes y comidas, educado, mas no olvidando nunca que para que haya un lenguaraz incontenido, cual generalmente casi todos somos, a cubierto de la discreción de la charla y la tertulia, hace falta que algún, llamémosle ventilador, levante al aire tus palabras, las eche por las ventanas, con la sana intención de que gocen de lógica frescura, pues no era otro el fin al aventarlas; no seas además de fabulador un mal pensado.

Y así, reconocido todo, pon en el tajo la cabeza, llena de insana imaginación, fabulación, locura, insensatez, y por tu confianza sé bien condenado, déjala que ruede o salte por los escalones, con un maligno guiño, mas quedamente murmurando "eppur, si muove".

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