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Tribuna:EL PAPEL DEL SECTOR PÚBLICO EN LA ECONOMÍA
Tribuna
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Cantos a la privatización

El debate sobre la conveniencia o no de las privatizaciones de empresas públicas ha estado influido desde el principio por la crisis del Estado del Bienestar, lo mismo que la fiebre nacionalizadora y el papel del sector público de las décadas anteriores vino de la mano de la crisis de los años treinta y de la depresión mundial.

JOSEP M

COLOMER

Cuenta una vieja leyenda que un emperador romano debía juzgar un concurso entre dos cantantes. Escuchó sólo a la primera y, creyendo que no se podía cantar peor, dio el premio a la segunda. Esta parece a veces que sea la lógica que algunos utilizan para juzgar sobre las ventajas e inconvenientes de la iniciativa privada y la intervención estatal, incluso cuando mudan de opinión.Hasta los años setenta, los éxitos del intervencionismo durante las dos guerras mundiales y el recuerdo de la depresión entre ellas dio la iniciativa intelectual a los partidarios de las nacionalizaciones, con el argumento de que el control estatal sobre los sectores claves de la economía permitiría que ésta sirviera al interés nacional. Pero tras la crisis del Estado del bienestar no hay duda de que la iniciativa ha pasado a manos de los partidarios de las privatizaciones. Así ha podido confirmarse recientemente, tanto en el apabullante tercer triunfo electoral de Margaret Thatcher como en la animosa reacción encabezada por Mario Vargas al intento de nacionalización de la banca en Perú. Incluso en España, donde el sector público es el más pequeño de Europa, Felipe González aventuró hace un tiempo que "lo progresista es privatizar".

Desde luego, algunos viejos argumentos socialdemócratas sobre la mayor eficiencia de la empresa pública han caído hoy en un justificado desuso. Años atrás se había pensado, por ejemplo, que el ahorro de la empresa pública en el pago de rentas e intereses al capital podría canalizarse hacia un mayor ritmo de inversiones y modernización de métodos productivos y hacia una mejora de las condiciones de trabajo. De este modo, las empresas públicas obtendrían mayores beneficios y serían capaces de prestar mejores servicios, por lo que vencerían en la competencia con las privadas, Hoy se suele llamar la atención sobre otros aspectos. Por una parte, se comprueba que los directivos de las empresas públicas no son ángeles altruistas, sino personas normales que actúan con los mismos incentivos que los directivos de las empresas privadas para aumentar las dimensiones de su poder, prestigio y salario, normalmente asociadas al tamaño de la empresa. Por otra parte, el control de los políticos sobre la estructura de costes y beneficios de la empresa pública está limitado por la escasa información que les proporcionan esos burócratas y por su falta de motivaciones de lucro personal para aumentarla, ya que sólo les resulta rentable cuando de la mejora de eficiencia de la empresa pueden derivarse indirectamente mayores apoyos políticos o electorales a su gestión. No cabe olvidar estos factores en las tendencias de la burocracia pública a la expansión, con el consiguiente aumento de costes y disminución de beneficios. La mejora de las condiciones de trabajo, por su parte, depende de la fuerza negociadora de los sindicatos. Pero, en todo caso, lejos de contribuir a la competitividad atrayendo a la mano de obra más cualificada de la empresa privada, en esta época de paro extensivo ha quedado casi reducida a una mayor seguridad de mantenimiento del puesto de trabajo o de indemnización y subsidio, lo cual no es necesariamente un factor de eficiencia.

¿Significa todo esto que la otra cantante, la empresa privada, merece ahora ganar el concurso? Para dudarlo, cabe recordar que el mismo esquema de análisis de la conducta del burócrata en su propio beneficio se había aplicado ya al manager o directivo de la gran empresa privada, que es también notablemente autónomo en sus decisiones con respecto al control de los accionistas. Por otro lado, en muchos países todavía es cierto que una mejora de la eficiencia privada de las empresas puede generar desempleo. En cuanto a los consumidores, ciertamente pueden desconfiar de que sus deseos e intereses estén genuinamente representados por los gobernantes en la gestión de la empresa pública, pero no se ve por qué habrían de estarlo mejor en la empresa privada.

Intervención totalitaria

Hace unos años, unos veían el mercado como sinónimo de explotación, y la empresa pública, como un marco para el control de la producción por los trabajadores. Hoy, los otros (o a veces los mismos) tachan toda intervención estatal como totalitaria y elogian la libre iniciativa individual. Pero seguramente las cosas no son tan sencillas. Parece lógico que los sindicatos de empleados de las empresas nacionalizadas defiendan los privilegios relativos que han conseguido en ellas, y los burócratas, su poco controlada capacidad de gestión, como también lo es que las entidades financieras y la parte del público que puede convertirse en capitalista mediante la compra de acciones aliente o agradezco su privatización.

Este tipo de análisis puede explicar también los comportamientos de los distintos político Unos -como Margaret Thatcher- prefieren privatizar porque a cambio de perder sus posibilidades de control sobre las empresas públicas, que de hecho ya apenas ejercían, y conservan la desconfianza de trabajador y parados, que ya tenían, ganan el apoyo de los nuevos accionistas y propietarios. Otros como Alan García- optan por nacionalizar, aun no habiéndolo previsto como un factor de eficiencia, en su programa electoral, porque cuentan con que ya tienen aversión de los capitalistas y esperan ganarse el favor de los trabajadores de las empresas nacionalizadas, los nuevos burócratas y los parados, que así creen vislumbrar posibilidades de empleo.

No parece, pues, que la elevación sea entre un déspota benevolente del que se pudiera esperar que gobernara en interés todos, y una mano invisible que supuestamente armonizaría las conductas individuales. Más que de perseguir un óptimo, se trata, hoy de elegir el mal menor entre dos soluciones second best. Ninguna de las dos cantantes de concurso es una María Callas Pero, lejos de ideologías simplificadoras, conviene escuchar e todas las canciones a las dos.

Josep Maria Colomer es profesor de Ciencia Política de la universidad Autónoma de Barcelona.

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