_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mal del siglo

No es el cáncer, ni el herpes, ni el infarto; tampoco el SIDA. La enfermedad emblemática de estos tiempos vuelve a ser el célebre mal du siècle que padecieron Chateaubriand y, los desencantados de la Revolución, Schopenhauer y Zola, Emma Bovary y Ana Ozores. Tanto fervor por la salud del cuerpo nos ha hecho olvidar la vieja enfermedad del alma. Ya no la nombran los tratados de patología clínica; los médicos te mandan a freír espárragos si la mencionas; apenas la citan los manuales de literatura a pesar de su importancia en la fundación de la cultura moderna. Pero aquí está otra vez el mal del siglo con su delatora sintomatología, manifestándose como siempre, en plena ceremonia del desasosiego, cuando ruge el desconcierto, en el fin de siglo.Resulta curioso que nadie quiera hablar de esta enfermedad del alma, de esta epidemia de la civilización, cuando basta darse una vuelta por las conferencias de Baudrillard, Lipovetsky, Vattimo y demás juglares del vacío para verificar sus estragos y comprobar la escasa originalidad de las patologías que vocean. Ese cuadro clínico tiene un par de siglos. Los románticos, los primeros portadores del virus rebelde, la denominaron vague de passions o pasión de ánimo, y luego, según los tiempos, fue llamada desolación, histeria, vapores, spleen, neurastenia, melancolía. Por último, adoptó el nombre de mal delfin de siglo, ya que en esos períodos de transición, cuando el famoso vacío asoma las peludas orejas, suele expresar su virulencia y resulta más contagiosa.

Hay autores que la confunden con el taedium vitae, pero el aburrimiento, con ser su más infalible síntoma, es trastorno anterior. Lo que sí parece cierto es que el mal del siglo tuvo su caldo de cultivo en el tedio moderno: cuando el aburrimiento dejó de ser una secreta dolencia individual y se transformó en clamorosa afección social. Es injusto, por no decir altamente sospechoso, que nos aburran tanto y tan seguido con los males de este tercer fin de siglo y se olviden de la muy literaria y centenaria enfermedad original.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_