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Tribuna:UN EJEMPLO DEL PASADO
Tribuna
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Historia de una negociacion o las esperanzas de la paz

Desde hace algún tiempo, en el mosaico internacional la palabra negociación se repite frecuentemente como esperanza de la paz interna o entre las naciones. El acuerdo de Esquipulas es el último intento de los sufridos países centroamericanos, cuyo artífice ha sido el laureado premio Nobel de la Paz Óscar Arias, que lo ha conseguido con' enorme paciencia, sin la verborrea, el carisma o el aparataje externo del que se rodean algunos líderes suramericanos.Toda negociación es compleja, difícil, agravada por el talante de los halcones de uno y otro signo que se empeñan, como decía Kissinger, en calificar todo. intento de negociación como una prueba de debilidad.

Repasando la historia resulta interesante conocer los antecedentes del convenio de Vergara, sin que entre en mi ánimo establecer ninguna similitud con la situación presente por la distancia histórica y la dimensión del conflicto.

Javier de Landaburu escribía: "Al cabo de más de un siglo de distancia nos es imposible afirmar quiénes fueron mejores o peores vascos, los liberales o los carlistas. Comprobado esto, ni los carlistas solos -y vencidos- ni solos los liberales -vencedores- fueron capaces de remediar la catástrofe, y cuando años después liberales y carlistas volvieron a unir sus voces, Madrid había ya abierto una brecha considerable en el frente vasco".

Los militares liberales, en su intento de negociación, descartaron casi siempre a los políticos, es decir, a la corte de don Carlos, y centraron sus objetivos en los militares carlistas, especialmente en momentos de desánimo y división.

La primera oferta

El general Quesada, con la colaboración del hermano de Zumalacárregui, antiguo diputado a las Cortes de Cádiz, formuló la primera oferta seria trazada en tres puntos:

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1. El respeto a los fueros, para que los combatientes volvieran a sus pueblos con la cara alta y no les tildasen de traidores, con el riesgo de una rebelión posterior.

2. La amnistía general.

3. La compensación profesional y económica a sus jefes y oficiales.

Tomás de Zumalacárregui: reunió a sus jefes y oficiales para conocer su parecer, y, finalmente, tras la negativa de éstos, procedió a leer ante sus tropas un manifiesto en el que se informaba de las negociaciones mantenidas con Quesada.

La crueldad de los contendientes llegó a extremos de barbarie por ambas partes. Su impacto en la opinión pública internacional fue tal que motivó la intervención británica, al objeto de humanizar la guerra mediante el respeto de las vidas y el canje de los prisioneros, lo que llevó a la firma del convenio de lord Elliot.

Las crónicas más interesantes de aquel período las ofrecen los periodistas, políticos y militares británicos y franceses, de las que existe un abanico florido, prueba del interés de la época. Como no podía ser menos, la Prensa de Madrid comenzó a generalizar adjetivos, insultantes muchas veces, que descalificaban con carácter general al pueblo vasco, olvidando el papel de los liberales de Bilbao, San Sebastián y otras ciudades.

En un texto de la época, los calificativos utilizados eran del siguiente tenor: "Los seguidores de don Carlos y los líderes de esta despreciable guerra son una mezcla de ignorancia, fanatismo, pobreza, miseria y desgracia, de todo lo que es desagradable y depravado; salteadores, bandidos, criminales, vagabundos, asesinos, perversos e individuos desesperados". Y eso que no completaron el diccionario de sinónimos.

La muerte de Zumalacárregui fue celebrada desde muchos sectores como presagio de un rápido desenlace que no ocurrió. La angustia vivencial de muchas familias, la penuria económica, la imposibilidad de alcanzar la victoria y los progresivos reveses hicieron mella en un gran sector de la población carlista, pero no la hicieron desistir en su voluntad de resistencia, pese a todas las adversidades, y los duros seguían asegurando: "Los brutos, señor, sentaremos a V. M. en su trono".

Alguna mente maquiavélica, desde Madrid -aunque defendiera el espíritu liberal de Montesquieu-, ideó y diseñó una estrategia de división y otra de negociación con una alternativa intermedia.

Avinareta, personaje inteligente y siniestro, magistralmente descrito por Pío Bareja, se encargó de avivar la desconfianza entre intransigentes y pactistas. Es decir, apostólicos y marotistas. Llegó a maquinar un secuestro de don Carlos; atribuyéndoselo a Maroto, que se levantaría como presidente de una federación foral vasca.

Convenía también separar la causa foralista del ideario carlista para lo que vino muy bien la proclama de "Paz y fueros", de Muñagorri, a la que se estimuló en un principio, incluso económicamente. Este proyecto fracasó. Pero logró abrir una brecha importante y, al mismo tiempo, alumbró la esperanza de una negociación posterior en la que se respetaran los fueros.

Lafuente y Pirala, entre otros, no obstante su parcialidad, reflejan la descomposición, la lucha implacable de las numerosas camarillas en las que se fragmentó el carlismo.

Apareció un intermediario, un tal Martín Echaide, arriero de Begoña, que actuó de enlace entre Espartero y Maroto. Sin embargo, fue más determinante la mediación inglesa, a través de lord John Hay -cuya actuación recogió Irujo con gran erudición-, quien formuló una serie de propuestas conducentes a la suspensión de hostilidades y la consecución de una paz honrosa para ambas partes.

La gran dificultad estribaba en el marco constitucional, que dificultaba o imposibilitaba, según las diversas opiniones, el encaje de la alternativa foral. Así, fracasó el primer intento serio presentado por el brigadier Zabala y el coronel Wylde, que hablaba de un término que nos es familiar: la posible conservación de los fueros en cuanto sean conciliables con las instituciones y leyes de la nación.

Fueros

Finalmente, tras diversas tentativas, el representante del Ejército, el general Espartero, se comprometió a recomendar al Gobierno que propusiera a las Cortes la concesión o modificación de los fueros. Junto a ello, la amnistía, la salida económica y profesional, pensiones, etcétera.

Su aprobación originó una explosión de alegría en todo el País Vasco. El vendido al oro extranjero, el general Maroto, pasó a engrosar la terminología del carlismo como sinónímo de traidor. El incumplimiento del convenio por unos y otros, pese a lo que pudo significar momentáneamente, es otro cantar.

Como he dicho al principio, todo parecido con la actualidad es pura coincidencia, pero conviene refrescar la memoria histórica. Porque, como decía Harold Wilson, "todo político que no tenga una visión histórica carecerá de una herramienta indispensable".

Andoni Monforte Arregui es responsable del gabinete para cuestiones de la Comunidad Europea del Gobierno vasco.

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