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La Unesco se juega su futuro

Lluís Bassets

La Unesco, a los 40 años de su fundación, se encuentra en un momento crucial para su futuro. Hace cuatro años, con la retirada del Reino Unido, Estados Unidos y Singapur, vio mermado su presupuesto, tuvo que reducir su personal y, lo que es más importante, arrumbó su vocación de universalidad entre los deseos piadosos. De la elección del nuevo director general, que tiene que gobernar el organismo en los próximos siete años, depende que estos tres países regresen y que algunos más no se vayan, como han insinuado en la presión electoral final, destinada a evitar la continuación del senegalés Amadou Mahtar M'Bow.Nadie ha asegurado públicamente que los problemas que la Unesco arrastra desde hace unos años tengan que ver con su director general. En las cartas anunciando su retirada, ningún Gobierno aducía argumentos personales. Los desacuerdos quedaban objetivados en las críticas al peso excesivo de los gastos de funcionamiento y en los haberes de los funcionarios, en el desequilibrio entre las aportaciones económicas y el peso de los votos, en la inutilidad de ciertas actividades, el exceso de reuniones y foros sin traducciones prácticas, o en el deslizamiento hacia la izquierda y hacia el tercermundismo de sus programas. M'Bow recuerda, y todos los países se lo reconocen, que en sus 13 años largos de mandato ha gobernado siempre por consenso.

Odios y fidelidades

Pero basta con repasar las revistas de prensa o con instalarse de testigo en los pasillos de la organización para percibir que este ex ministro senegalés de 68 años, de profesión geólogo, perteneciente a una secta del islam africano, es capaz de despertar los mayores odios y las mayores fidelidades. Donde unos ven a un dictador, un intrigante, un traficante de influencias capaz de modelar a su antojo los órganos de una organización internacional, los otros ven a un hombre de Estado. Donde unos ven a un peligroso izquierdista, otros ven a un hombre moderado.

Nadie esconde las razones de la crisis de la Unesco. El mundo ha cambiado, y la confianza en las organizaciones internacionales, también. La irrupción de decenas de pequeños países en las organizaciones internacionales ha socavado las correlaciones de fuerzas, en las que los occidentales tenían casi siempre las de ganar. El resurgir de los fundamentalismos religiosos y de los Estados teocráticos o la revolución conservadora de Ronald Reagan han minado las posibilidades de acuerdo entre los enemigos más extremos. Los recortes presupuestarios en los países industrializados y la crisis del Estado del bienestar se han extendido también a las instituciones internacionales.

Pero en las comidillas de la diplomacia unesquiana esta crisis se ha traducido en términos más sencillos y cotidianos. "Se ha criticado mi tren de vida, las dimensiones de mi apartamento parisiense", aseguraba M'Bow. Y añadía: "Pero vivo en un antiguo almacén que ha sido arreglado para poder residir en la misma sede. Comparen este apartamento con el del secretario general de la OCDE, o con los apartamentos de los embajadores delegados permanentes en la Unesco, y hablaremos otra vez. ¿O es que acaso, como africano, debo vivir en una cabaña?".

La llegada de M'Bow, en 1974, supuso un aumento de los funcionarios africanos. "Era justo", señalan sus partidarios, "pues el Tercer Mundo también tiene derecho a participar en pie de igualdad en todos los niveles de la función pública internacional". "Pero la mayor parte son senegaleses o provienen del entorno personal de M'Bow", señalan sus detractores. Las cuotas de personal que rigen en la Unesco son, en cualquier caso, una fuente de conflictos: los más críticos aseguran que en ellas los pequeños países pierden sus cuadros más valiosos, mientras que muchos puestos se llenan con profesionales ineptos sólo porque corresponde a su país. Los partidarios de M'Bow insinúan la prepotencia europea y norteamericana. "Nadie se extraña del tren de vida de un funcionario del Banco Mundial o de la OCIDE", puede oírse entre las filas del director general, "pero sí se escandalizan si es de la Unesco, o más cuando se trata de un africano".

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Estas querellas reflejan perfectamente la traducción en las relaciones humanas de los problemas políticos. Aunque, naturalmente, hay argumentos más ideológicos. EE UU se fue, según sus portavoces, porque era insoportable seguir financiando un tercio de un organismo dedicado a la demolición de los intereses norteamericanos. Los ataques a las injusticias occidentales, se argumenta, llevan implícita la defensa de las dictaduras del Tercer Mundo.

Derrocar a M'Bow

Pero lo que apasiona estos días en la Unesco no son los proyectos de reforma, ni los grandes debates ideológicos, sino la táctica de juego y la intendencia. Nadie habla ya ahora del Informe McBride y del Nuevo Orden de la Información, en realidad una de las más importantes espoletas de la crisis. Los países occidentales, que vieron en esta iniciativa un auténtico peligro para la libertad de información, se preocupan de una sola cuestión: derrocar a M'Bow y a sus amigos, a los que califican de mafia africana. Los amigos de M'Bow se ocupan en garantizar la continuidad del patrón o, si no hay otra alternativa, en la búsqueda de un consenso.

La reforma de la Unesco es, por el momento, "una cuestión hipotética", en lenguaje de los diplomáticos. Se planteará y se discutirá si el nuevo director general quiere y puede. Si no, la ya veterana institución puede desangrarse en miembros y en dinero y empezar a dormitar. Francia, país anfitrión y padrino, pero también gran beneficiarlo, puede ser, además de los países del sur del planeta, el perjudicado inmediato.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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