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Tribuna
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Cuelgamuros

La humedad se está comiendo el Valle de los Caídos. Lección no ya de la Historia, sino de la geología, que lo que mal anda mal acaba. El tiempo, el tiempo. La humedad también es tiempo. El tiempo también es humedad. De qué le vale al hombre, caudillo o no, edificar contra el tiempo, contra la grieta/gota sutil de la humedad, contra ese fantasma mojado de la nada que es el agua.La humedad, sí, está creando problemas de conservación en el Valle de los Caídos. Tres cuartos del millón de personas visitan anualmente el Valle. Va más gente que al Escorial. Tiene más tirón, se conoce, el tirano reciente que el tirano remoto. La humedad ha levantado su altar en el interior de la Basílica, que está, como se sabe, enclavada en la roca de granito. De qué le vale al hombre, ay, caudillo no, edificar sobre la roca misma, erigir su nada sobre el granito. Hay serpientes como ríos verticales e interiores que crecen por las columnatas de la memoria. Hay manchas de humedad que borran cuarenta años con su mapa de sombra. Grandeza y graveza que se arropa en el gran arte, o en el arte grande, cuando menos, que otro manto sagrado no tienen las religiones ni las instituciones, pero también el arte se queja con el peso de la sombra, y la humedad, como un inmenso lumbago, tronza por la cintura gigantes y paisajes. Lo que se sale de la medida del hombre acaba devorando al hombre. Ocho tapices del "Apocalipsis de San Juan", copia de los originales del XVI que se conservan en La Granja, permanecen hoy, en el Valle, bajo altos índices de humedad.

Apocalipsis sutil y silencioso del agua contra el "Apocalipsis" retórico y artístico. No hay eternidad que resista una gotera. Así la memoria del hombre que levantó el Valle de los Caídos, la tumba negra de España. Nada violento, nada grandioso, nada ruidoso se ha hecho contra él y su obra. Sólo la humedad del olvido, esa mancha lentísima, ese lentísimo mapa de lo gris, le va borrando de la memoria colectiva. La democracia, el nuevo Estado, lo que sea, ha tenido la elegancia de no oficiar contra aquél, contra aquello, ningún oficio, sino sólo el silencio, el destructivo silencio, que vale, sí, más que mil palabras.

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