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Las divisiones blindadas del País Rojo invaden el País Azul

Francia y la RFA juegan a la guerra en suelo alemán

Lluís Bassets

A mediados de septiembre, las divisiones blindadas de Rotland (País Rojo) desencadenaron las hostilidades. Dos brigadas acorazadas penetraron en un frente de unos 20 kilómetros por la frontera con Blauland (País Azul), mientras otras fuerzas más ligeras atravesaban Grünland (País Verde), el vecino neutral, para sorprender por la retaguardia las escasas defensas de sus enemigos. Los blindados de Blauland pudieron contener el alud de hierro y fuego en su propia frontera, pero el Estado Mayor de Rotland comprendió en seguida que en la frontera con el país neutral se hallaba el flanco débil.

En pocas horas toda la presión se trasladó al Sur, donde la brecha del frente alcanzó en pocas horas casi 100 kilómetros. La República de Blauland y todo su costoso sistema de defensa quedaba a merced de una invasión por la retaguardia, incapaz de contener el alud de fuego y de hierro que llegaba del Este.Esta historia es auténtica. Sucedió sólo como un juego, en el que se gastaron cientos de millones de pesetas, se ocupó a más de 80.000 hombres, se emplearon 20.000 vehículos de todo tipo, desde camiones hasta carros de combate, 400 helicópteros y decenas de aviones; se ocuparon casi dos Estados enteros de la República Federal de Alemania, y tuvo también sus víctimas: 50 heridos y cuatro muertos en accidentes. Pero explica otra historia que no ha sucedido y que nadie quiere que suceda. Rotland es el Pacto de Varsovia. Blauland, la República Federal de Alemania. Y Grünland, la Austria neutral.

Rojos, azules y verdes. La hipótesis de una debilidad alemana frente a una penetración roja a través de Austria tampoco es un invento, pero no era posible la realización de los ejercicios en las fronteras reales. En los mapas militares las fronteras germano-checa y germano-austriaca fueron desplazadas 100 kilómetros hacia el Oeste. Se bautizó el ejercicio con un nombre, Gorrión Audaz, más inocente que los colores los ejércitos, en memoria de la leyenda de un pajarillo que mostró a los constructores de la catedral de Ulm cómo entrar una viga por una puerta estrecha.

La clave de las maniobras, que han perturbado la vida agrícola de varios pueblos bávaros y han llenado de rugidos mecánicos un área de más de 20.000 kilómetros cuadrados durante 10 días, del 15 al el 25 de setiembre, es la solución a la debilidad del flanco sur alemán. Una solución sobre el tapete de este juego bélico que tiene más de apuesta política y de manifestación de deseos que de realidad: la intervención de una fuerza francesa de 25.000 hombres que se desplaza en pocas horas desde sus bases situadas en algunos casos a casi 1.000 kilómetros, con sus 240 helicópteros anticarro, 500 carros de combate ligeros, 220 cañones y morteros y 500 puestos de tiro anticarro.

La Fuerza de Acción Rápida

La Fuerza de Acción Rápida (FAR), ideada para la intervención urgente en territorios alejados, ha sido así el símbolo de la solidaridad de Francia con la defensa de la República Federal de Alemania. Ha sido, también, el instrumento de un mensaje político: esta fuerza de despliegue rápido, ideada para actuar en los territorios de ultramar y en cualquier parte del mundo, sirve también para defender a la RFA.No todos han creído el mensaje. Desde el punto de vista técnico, porque la FAR, después de demostrar su potencia para repeler un ataque blindado, hizo gala también de su debilidad para estabilizar un frente y tuvo que depender del auxilio de auténticos carros pesados alemanes para asentar las posiciones. Desde el punto de vista político, porque muchos en la RFA creen que la actuación de la FAR no responde tanto a la solidaridad francesa con Alemania Occidental como a una necesidad propiamente francesa: la de desplazar una fuerza que actúe de secante sobre una invasión desde el Este en el entreacto a una decisión nuclear. Vista así la cosa, estas maniobras han sido un ejercicio francés al que han prestado una generosísima ayuda los alemanes.

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El barro, el rancho, el tizne en los rostros de los paracaidistas, el gruñido de los transportes orugas, el fragor fulgurante de los caza-bombarderos, el vuelo de moscardón de los helicópteros anticarro, las llanuras onduladas moteadas por las nubecillas de los cañonazos, las súbitas apariciones de oleadas de tanques, el arado militar de los campos exhibido, filmado, fotografiado, desmenuzado ante cientos de periodistas y de observadores, algunos del más alto nivel, han sugerido otras visiones más críticas: esto no han sido unas maniobras sino una película.

Permite pensarlo el despliegue de medios para atender a los más de 300 periodistas, trasladados como una inútil fuerza de asalto en una ristra de enormes helicópteros y la clausura de los ejercicios en presencia del presidente de la República, François Mitterrand, y del canciller alemán, Helmut Kohl, con una exhibición especialmente teatral sobre los campos de patatas próximos a Ingolstadt y un acto final cargado de simbolismos: el pasado jueves, a mediodía, una compañía de zapadores conectó los dos ejércitos aliados, a través de un puente formado por 14 camiones anfibios, y los dos comandantes supremos se dieron la mano, un abrazo y un beso, antes de dar paso al caminar pausado de Mitterrand y de Kohl, a su nuevo saludo para la Prensa en mitad del puente y a las columnas de blindados.

Promesas contrarias

A pocos metros, un diputado de los verdes alemanes y un candidato de los verdes franceses repetían el mismo gesto, ante un centenar de seguidores, con promesas simétricas y contrarias, por el desarme y la desnuclearización de Europa.Pero poco después, el presidente francés permitía reinterpretar de nuevo la exhibición cinematográfica, con el anuncio de la próxima creación de un organismo encargado de la defensa común de Francia y la República Federal de Alemania, en el que se esboza el núcleo de la futura defensa europea. Los recalcitrantes han visto en ello una nueva fantasía francesa, de dudosos y quizá peligrosos efectos para la solidez de la seguridad europea y de los lazos con EE UU. Los más optimistas, en cambio, han querido ver el final discreto pero esperanzado y cívico de una buena película de guerra.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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