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El Núñez de los Peines

En todo quehacer humano se verifica una lógica interna difícil de captar desde fuera. Por ejemplo, ¿qué proceso lógico ha llevado al escriba sentado egipcio a convertirse en pope literario, capaz incluso de actuar como profeta no siempre laico? Por eso hay que tener mucho cuidado con la lógica interna cuando desde fuera se trata de explicar al o cuyas claves no controlas. Esta es mi humilde disposición de partida ante el proceloso panorama del fútbol español, aquel deporte que llegó a España a manera de polen retenido en los pelos de las piernas de marinos ingleses y que hoy forma parte de nuestras obsesiones afirmativas o negativas. El fútbol ha recorrido en 100 años las mismas fases que otros procesos culturales han tardado varios siglos en cubrir. En el principio, la hegemonía del espectáculo la tenían los futbolistas; luego pasó a los técnicos, a los estrategas de victorias y derrotas; ahora los verdaderos protagonistas de la fiesta son los empresarios, los presidentes de club.Cuando se inició la Liga 1987-1988, en realidad no se presumía un combate deportivo por la victoria entre Madrid, Barcelona y el Atlético de Madrid, sino que las buenas y malas gentes del lugar se aprestaban a ver un combate a muerte entre Ramón Mendoza, José Luis Núñez y Jesús Gil. Los directivos habían conseguido, por fin, el liderazgo soñado y dotaban a sus clubes de los signos más externos de su propia personalidad. Los tres presidentes aludidos tienen algo en común, son triunfadores en sus profesiones, que además- vienen de abajo y se lo deben casi todo a sí mismos. Insisto en el casi porque nadie se lo debe absolutamente todo a sí mismo, ni El Lute ni Bibi Andersen, que son los españoles que más se han hecho a sí mismos. Mendoza reúne un doble aplomo, el del aventurero que negoció con los países del Este cuando eso era casi metafísicamente imposible y el de propietario de cuadras de caballos. Tinieblas de subsuelo histórico y claridades de hipódromo. José Luis Núñez es tan astuto como aparentemente inseguro, es decir, la inseguridad aparente es una de sus astucias y consigue poner a prueba aquella afirmación ético-geométrica: la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. Y en cuanto a Jesús Gil, con él llegó la posmodernidad al fútbol español, a manera de solución ecléctica entre el protagonista de la zarzuela El cantar del arriero y Kashogui.

Todas las apuestas apuntaban a que sería Jesús Gil el protagonista del curso. ¿De dónde saca pa tanto como destaca? ¿Dónde se mete la chica del diecisiete? Si en el pasado al señor Gil se le caían las construcciones reales, en el presente son muchos los que esperan que se derrumben los castillos futbolísticos que según ellos ha construido en el aire. Pero no siempre las expectativas se cumplen, y José Luis Núñez le ha robado a Jesús Gil el papel de primer perdedor del año. Ha bastado que el Barcelona perdiera demasiado y que el Madrid ganara por demasiado, para que el gigantesco edificio del barcelonismo (más de 100.000 socios, estadios que parecen rascacielos, un banco, una compañía de seguros en puerta, etcétera) se tambaleara y con él Núñez, en el sobreático, más mareado que un periquito enjaulado durante un terremoto. Pero mientras Núñez ponía un ojo de mareo, con el otro estudiaba la situación y buscaba dónde agarrarse. Él sabe que esos 100.000 socios constituyen hoy día un sujeto primario e inerte que sólo tiene un deseo claro: ganar al Madrid cuando juega en el Camp Nou (y si es posible, ganarle en el Bernabéu) o, en el caso infausto de perder el partido, que sea por culpa de un penalti discutible. Luego, ese sujeto milenario y expectante sale del estadio y se siente respaldado por el esplendor colosalista de las edificaciones, por "el patrimonio del club más rico del mundo", y en el fondo eso le basta para seguir esperando el próximo partido con el Real Madrid, el próximo penalti discutible, la próxima esperanza de Liga, el próximo fichaje que en cuanto llegue al aeropuerto del Prat, alertado por el intermediario de turno, declare que comprende perfectamente que "el Barça es algo más que un club". Y mucho mejor si, meses después, el fichaje tiene un niño o una niña y los bautiza como Jordi o Nuria. En el fondo, el público, como sujeto colectivo (de uno en uno es otra cosa), se entretiene con un peine. Núñez ha demostrado saber sacar el peine oportuno en el momento oportuno para que el público se entretuviera.

Cuidado que el personaje se ha sacado peines importantes de la manga. Llegó a reunir en un solo equipo a Schuster y Maradona, considerados como los mejores futbolistas del mundo, y a pesar de que Schuster y Maradona se le enfrentaron y le combatieron, Núñez ha sabido sobrevivirles y romper el invisible hilo de respeto reverencial que une al público con los ídolos. Toda la habilidad que Núñez tiene: para ante los ojos de la multitud convertir las derrotas en victorias o desentenderse de las derrotas como si no fueran también suyas, se convierte en torpeza en su relación con las grandes figuras que contrata. No es presumible que se trate de una mala predisposición del presidente ante liderazgos competitivos, al menos en los primeros tiempos, pero sí es evidente que hay una química negativa en esa relación y que en esa mala química intervienen factores caracterológicos: el líder futbolístico está en condiciones de: prepotencia y el presidente del Barcelona no le inspira ni confianza ni respeto. Algo de eso ocurre para que Núñez haya tenido que pasar por encima de tanto cadáver exquisito.

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Tras el nefasto comienzo de, la Liga 1987-1988, Núñez anticipó quién sería el muerto de la novela y quién no lo sería sin antes pasar por encima de su propio cadáver. Núñez insistió que Schuster, al que se había visto obligado a reponer en el equipo, más tarde o más temprano caería por su propia ineficacia, voluntaria o involuntaria. En cambio, el entrenador, Venables, no estaba ni en discusión ni en almoneda. Para que se fuera Venables, dijo Núñez, primero me tendrán que echar a mí. En parte cumplió su palabra. Ante el coro de voces directivas que le pedían la cabeza del entrenador inglés, Núñez respondió presentando la dimisión. No le fue aceptada pero él había cumplido. Se había autoinmolado por Venables, pero luego, y mucho antes del tercer día, había resucitado. "He descubierto que tengo grandes amigos en la junta directiva". Esos amigos le resucitaron y ¿quién puede resistirse a una propuesta de resurrección? Y no ha resucitado desnudo, sino que aunque evidentemente está casi en cueros, Núñez ha salido de la tumba con otro peine en la mano. Se trata de un entrenador manchego que difícilmente está en condiciones ideológicas de aceptar que el Barça es algo más que un club, pero que reúne cualidades muy apreciadas por el público del Barça: es trabajador, es honrado, se ha peleado con Jesús Gil, le dijo que no a Ramón Mendoza y además entrenará acompañado por un producto del país: Charly Rexach. Rexach pone el pan con tomate, la Moreneta, la escudella amb cam d'olla, las Nurias y los Jordis, el tortell, la mona de pascua, la sardana, la barretina... En fin, todos los signos externos de cierta catalanidad. Luis Aragonés, todo, lo demás.

¿Será suficiente este peine? ¿Conseguirán sus reflejos hipnotizar una vez más a la masa de socios de club más numerosa de la Tierra? Todo dependerá de los próximos resultados y, en última instancia, de cómo termine el primer Barcelona-Real Madrid de la temporada y de si el penalti que piten a favor del Real Madrid es discutible o no. Si Núñez llega hasta ese penalti discutible, estará salvado. Lo que más nos gusta de este mundo a los catalanes es que los penaltis que nos pitan, sean futbolísticos o sean históricos, al menos sean discutibles y sospechosos.

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