Ni un adiós ni un hasta luego
No es fácil describir los sentimientos entrecruzados, confundidos y hasta contradictorios que nos acosan a las gentes de EL PAÍS con la noticia de la marcha de Augusto Delkáder y su nombramiento como director de los Servicios Informativos de la Sociedad Española de Radiodifusión (SER).Ésta es una noticia espléndida para la SER, por lo que supone de impulso renovador a las estructuras de la que constituye la antena más escuchada de este país al tiempo que la empresa decana en la radiodifusión española. También para EL PAÍS, puesto que, aun si el diario se resentirá inevitablemente, de la ausencia de quien ha jugado tan fundamental papel a lo largo de su historia, su empresa editora mantiene la mayoría del accionariado de la SER, y el crecimiento y mejora de la cadena de emisoras es también algo de lo que el periódico se ha de beneficiar. Y desde luego para Augusto, porque si como subdirector y director adjunto ha dado sobradas muestras de maestría y de buen hacer en todos los terrenos, el acceso a la dirección de los informativos le depara la oportunidad de individualizar todavía más sus triunfos y de poner una larga y enjundiosa experiencia profesional al servicio de uno de los medios más populares de la comunicación española.
O sea que, bien mirado, la única mala noticia es para esta Redacción de EL PAÍS y para su director, ya que no cabe la más mínima duda de que la figura de Augusto Delkáder es del todo irrepetible en nuestra casa. Un elemental sentido del decoro que Augusto se merece me ha de ahorrar la retahíla de adjetivos encomiásticos para quien ha sido mi más cercano y brillante colaborador en la dirección de EL PAÍS durante los últimos y únicos 11 años de existencia del periódico.
Su lealtad y dedicación al equipo de profesionales que comenzó esta aventura en mayo de 1976, la agudeza de su juicio y la honestidad de su comportamiento son, por utilizar frase tan castiza, de las que hacen época. En la historia del periodismo español será difícil encontrar periodista a la vez tan lúcido y tan poco deseoso del protagonismo personal. Pero, por todo ello, si sus ascensos profesionales nos alegran como compañeros y como amigos, su marcha nos deja un inevitable poso de amargura. Esta Redacción, sin su presencia diaria, no volverá a ser la misma.
En modo alguno ésta es, por lo demás, una despedida a Augusto Delkáder, ni siquiera un hasta luego: seguirá vinculado a nuestra empresa y también a nuestro periódico, en donde no sabríamos prescindir de su criterio, de su capacidad de análisis y de su empuje vital. Pero no podría ser que, cuando asume una nueva responsabilidad profesional de alto calibre, no lo hiciera rodeado de nuestra solidaridad explícita y del apoyo público y entusiasta de este equipo de EL PAÍS al que él pertenece por derecho propio y del que nunca le vamos a dar de baja.
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