Referéndum en las antípodas
EL GOBIERNO conservador francés no podrá exhibir como un triunfo ante la comunidad internacional los resultados del referéndum sobre la independencia de Nueva Caledonia. Muy pocos van a engañarse sobre estas cifras próximas al ciento por ciento de partidarios de la continuación en la República Francesa, propias de consultas en áreas no democráticas. La falta de consenso entre las fuerzas políticas sobre las condiciones del referéndum, la presencia militar en campamentos distribuidos en las proximidades de los poblados indígenas, el control ejercido sobre los periodistas, el boicoteo a los independentistas en los medios de comunicación, no han contribuido a la presentación de esta consulta como la solución democrática a la crisis que viene viviendo este lejano archipiélago oceánico.La derecha francesa ha conseguido, en cambio, un éxito notable con vistas a la población caledoniana no indígena. El éxito de los partidarios de Francia, encabezados por el RPCR, el partido de la derecha caledoniana, tradicionalmente articulada en torno a los intereses de media docena de familias, no ha ensombrecido, sin embargo, la firmeza del frente abstencionista de los independentistas canacos. Hechas las cuentas de votantes, sus huestes se han comportado, con medios escasísimos y en condiciones difíciles, con disciplina casi tan admirable como la del otro bando. La resolución y la confianza en la justeza de su causa, por más extraña que pueda parecer al resto de los caledonianos, les ha permitido ofrecer, sobre todo a sus vecinos del área del Pacífico, una imagen coherente de pueblo minúsculo, acorralado por una sociedad colonial y por una potencia militar, pero empeñado en conseguir la independencia. Ninguna de sus bazas ha quedado mermada después de este referéndum, que demuestra, por si hacían falta pruebas, que los melanesios son minoría en su propia tierra.
La autosatisfacción demostrada por los dos bandos en litigio es, sin embargo, reveladora del potencial explosivo que encierran los poco más de 19.000 kilómetros cuadrados sobre los que se asientan 140.000 personas. Ni los partidarios del mantenimiento de la vinculación a Francia parecen querer deducir de la consulta la necesidad de ofrecer cauces a las aspiraciones de independencia de un pueblo que se considera portador de un proyecto de resurrección cultural y nacional, ni los melanesios partidarios de la independencia parecen deducir la necesidad de ofrecer a las otras minorías que habitan las islas, con su proyecto de Estado canaco socialista, un futuro de convivencia sugestivo y una reconciliación que conjure los lógicos temores a una expulsión masiva, quizá una nueva efusión de sangre o incluso una dictadura fundamentalista, como sugieren algunos párrafos del proyecto constitucional canaco.
La alegría apenas reprimida de la derecha francesa expresa una acción de revancha por los violentos acontecimientos de 1984 y 1985, cuyas responsabilidades no se pueden atribuir a una sola de las dos comunidades en conflicto. Revancha de los sectores más enconados contra el independentismo, a veces con indudables resabios racistas, y revancha contra el Gobierno socialista que intentó plantear un referéndum sobre la independencia en asociación con Francia y con el mantenimiento de su presencia militar.
No es casual que nadie estuviera de acuerdo con la propuesta socialista; unos, por la independencia; otros, por la asociación. Y, sin embargo, ésta era la única propuesta capaz de romper la polarización entre derecha colonial e izquierda independentista, y de configurar una mayoría multirracial.
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