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La condición del deseo

Un reciente reportaje de este periódico (EL PAÍS, 23 de agosto) abordó la polémica internacional sobre el incesto, en el que aparecían algunas opiniones de la autora, que vuelve sobre ellas en este artículo para precisarlas desde la perspectiva en la que el psicoanálisis puede abordar este problema.

El tema del incesto se presta a múltiples confusiones porque no concierne de la misma manera al juez, al sociólogo, al antropólogo o al psicoanalista.Partamos de que en el psicoanálisis el incesto se define por la ley primordial de su prohibición. No puede hablarse de variantes del incesto, definidas en relación a diferentes lazos de parentesco, dado que lo específico de la prohibición del incesto hijo-madre es que instituye el deseo inconsciente.

La antropología estructural, por otros caminos, coincide con Freud, al afirmar Lévi-Strauss que la prohibición del incesto es la ley que inaugura la cultura, en oposición a la naturaleza.

Sin embargo, en la obra de Lévi-Strauss la prohibición universal del incesto hijo-madre permanece como un punto enigmático cuya necesidad no llega a esclarecerse. A este respecto, en una entrevista publicada recientemente en Le Monde, Maurice Godelier toma posiciones contra Lévi-Strauss y afirma que el tabú del incesto tiene su razón de ser en la sexualidad y no en las relaciones de parentesco.

Pero, en el fondo, Godelier no difiere tanto de Lévi-Strauss como pretende, sino que se ocupa de una vertiente de la prohibición del incesto que Lévi-Strauss dejó en la sombra: la función de esa ley primordial en la regulación del goce.

Mientras Lévi-Strauss articula la prohibición de un goce al orden significante que rige las estructuras elementales del parentesco, Godelier acentúa que esa prohibición es un paliativo de lo que la sexualidad lleva consigo de radical perturbación del orden significante que organiza la sociedad. Godelier, en ese punto, se acerca al Freud del Malestar de la cultura, revelando que lo real de lo sexual es la causa de lo que falla en lo simbólico y que el agujero irreductible de la sexualidad se transforma, en lo simbólico, en interdicción.

Después de Freud, y sobre todo con la enseñanza de Lacan, esta polémica sobre la causalidad de la prohibición del incesto resulta caduca. En la obra de Freud, desde el inicio, está presente que el resorte de la prohibición del incesto es que el inconsciente lleva al hombre, en el deseo, a buscar lo que nunca podrá alcanzar. Para Freud, el deseo esencial es el deseo incestuoso por la madre, y es el deseo que nunca podría satisfacerse. La madre edípica es la figura que reviste el lugar del goce imposible de alcanzar, y el padre edípico representa como interdicción esa imposibilidad, estructural, del encuentro con el goce.

Función del padre

Así, la función del padre es definida por Freud correlativamente a la ley de la prohibición del incesto. Es un padre que asegura la ley que protege al niño de la sexualidad, ya que lo alivia de tener que estar al servicio sexual de la madre. No puede confundirse el padre del que se habla en psicoanálisis con una persona que es llamada padre en el marco de un sistema determinado de filiación.

Para revelarnos que es una función, Freud recurrió al mito de Edipo e inventó el mito del padre de la horda de Tótem y tabú, que Lévi-Strauss reconoce como el único mito moderno y que, como todos los mitos, da forma épica a la estructura.

El padre mítico de Freud es el padre muerto desde siempre, lo cual ya indica que ese padre no existe. Lacan, subrayando que el padre es una función significante, define el padre freudiano como el nombre-del-padre. En el nombre-del-padre se articulan las dos funciones que Lévi-Strauss y Godelier señalan: la nominación que engendra la filiación y las alianzas y la incidencia sobre el goce. Pero ¿cuál es la incidencia de la función paterna en la sexualidad? Al fin y al cabo, la culpa de que la sexualidad sea traumática la tiene el lenguaje, porque la naturaleza de las palabras excluye que pueda decirse que es el otro sexo. Freud se resignó a comprobar que el inconsciente no sabe nada de la relación entre los sexos ni de la oposición hombre-mujer.

Símbolo

El padre no responde de la relación entre los sexos y nada dice del goce que le falta al hombre, y que sería el de la mujer. Pero transforma ese goce que falta, imposible de alcanzar, en el valor de goce de un símbolo. Aunque Freud utilice el término pene, no se refiere al órgano anatómico, sino al falo, que es el símbolo que designa en el inconsciente el goce que falta. Al decir que la madre quiere el falo se dice que la relación madre-hijo no puede ser una relación incestuosa, porque la significación fálica del deseo materno es inherente a la interdicción del incesto, que el nombre-del-padre representa. El niño adquiere un valor fálico en lo imaginario y funciona como lo que tapa la falta materna. Ese valor imaginario del niño como lo que completaría a la madre es intrínseco a la relación madre-hijo y no tiene nada que ver con los avatares del goce sexual de esa mujer, que sólo es madre tal como es vista por su hijo.

En resumen, a ningún hombre se le puede pedir que sea el padre, porque el padre es sólo un nombre que hace pasar el goce del registro de la circulación del valor. De ahí que los sistemas de parentesco tengan siempre una correlación en el terreno de la transmisión y del reparto de los bienes, en el marco de un claro de una familia. El padre no es un sujeto porque el padre nombra la existencia de un decir, sin que se sepa quién lo dice; es un lugar de excepción deducido lógicamente de la universalidad de la castración. Con el término de castración, Freud definió el modo subjetivo de inscripción de la interdicción del incesto.

La ley de la prohibición del incesto es una ley sin legislador y sin enunciado. Está implícita en el saber del inconsciente, que es el saber de la lengua. De hecho, prohibición es sinónimo de interdicción; es decir, que esa ley se dice entre líneas y que el incesto, en la palabra, está puesto en entredicho. En las tablas de la ley no está escrito "no te acostarás con tu madre", pero lo que está escrito, que son las leyes de subsistencia de la palabra, se organiza para mantener al sujeto a distancia de cualquier realización del incesto.

En cuanto al incesto padre-hija, que constituía el centro del artículo aparecido en EL PAÍS, hay que señalar que es un término ajeno al psicoanálisis. Una cosa es el amor al padre, que se sitúa en relación a la función del padre en el deseo, como llamada a aquel que se supone un saber sobre el goce, y otra cosa bien distinta es que un hombre coloque a una niña al servicio de su goce sexual, que es un hecho delictivo.

Freud no habló de un padre incestuoso, sino de un padre perverso, cuando escuchó de las histéricas esa versión del padre que impone la sexualidad al niño. El padre del fantasma histérico de seducción tiene un sentido opuesto al padre edípico; el primero representa lo traumático de la sexualidad, mientras que el segundo es la mediación que pacifica la relación de un sexo a otro. El fantasma funciona a modo de un mito de los orígenes de la sexualidad, dando forma en lo imaginario a la conexión del sujeto con lo real de un goce. La escena traumática construye una relación displacentera con el goce sexual, y por ello el padre seductor. es una figura a la que está ligada la repugnancia y no el amor.

Verdad de un sujeto

Desde la perspectiva psicoanalítica, como Freud no tardó en descubrirlo, poco importa la exactitud de los hechos que aparecen en el relato de un sujeto, dado que la verdad de un sujeto sólo puede decirse en una estructura de ficción. La histérica, al decirse víctima pasiva en esa escena, está definiendo su posición, que es la de situarse como objeto del otro. Así, la cuestión no es que una agresión sexual realice el fantasma, sino que ante una agresión sexual el sujeto responda, o no, desde la posición histérica que le dicta su fantasma, colocando en relación con el agresor su propio goce.

En el fondo, la histérica denuncia una verdad cuando se queja de que el goce sexual y la perversión del fantasma ocupan, de manera inadecuada, el lugar de lo que ella espera en vano en el horizonte: lo absoluto del goce, que sería, si existiera, el de la mujer.

es psicoanalista y psiquiatra. Profesora de la universidad de San Sebastián.

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