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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En pos del récord

LOS CAMPEONATOS del Mundo de atletismo -que terminaron ayer con la medalla de plata de José Luis González en la prueba de 1.500- han quedado confirmados como el tercer gran evento deportivo de nuestro tiempo, junto a los Juegos Olímpicos y los mundiales de fútbol. Los organizadores calculan en 2.000 millones el número de personas que han presenciado por televisión, las pruebas más espectaculares. Confrontaciones que han mostrado toda la grandeza, pero también algunas miserias, del deporte de alta competición.En la memoria de esos millones de espectadores quedará grabada para siempre la prodigiosa carrera del canadiense Ben Johnson en los 100 metros y el carácter épico de la victoria de Edwin Moses sobre Danny Harris y Harald Schmid en los 400 metros vallas; pero también la agonía de las marchadoras sobre la pista romana, un hecho que hace meditar sobre ciertos aspectos brutales, casi inhumanos, del deporte y sobre la rigidez de las normas de competición.

El formidable récord de Ben Johnson en los 100 metros ha causado la misma conmoción que el célebre salto de Bob Beamon en los Juegos Olímpicos de México. La gesta del velocista canadiense se ve aureolada, además, por el hecho de no haber sido influida por las condiciones excepcionalmente favorables -la altitud, el viento- que propiciaron aquel vuelo de 8,90 metros. La hazaña de Johnson fomenta de nuevo la polémica sobre los límites de progresión del cuerpo humano.

En contra de las opiniones que estimaban, hace unos 20 años, que el ser humano había alcanzado ya el umbral máximo de velocidad posible -y que situaban en los 10 segundos para esa distancia-, el tiempo registrado por Johnson supone un considerable avance sobre la anterior plusmarca mundial, que se contaba entre las más prestigiosas de la tabla de récords. Esta progresión no se debe tan sólo a la calidad atlética y al talento de Johnson, sino también a los avances científicos aplicados a la preparación risica de los deportistas.

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Al hilo de esta consideración renace el debate entre los que mantienen que gestas como la de Johnson son el reflejo fiel de las mejoras sanitarias, higiénicas y alimenticias en el mundo, y en ese sentido símbolos del progreso humano, y aquellos que se preguntan si no es un mero reflejo paranoico el que lleva a considerar algo trascendental que alguien sea capaz de recorrer una distancia dada en unas centésimas de segundo menos que el héroe anterior. Debate tras el que se encuentra el más profundo sobre los intereses políticos que se ocultan tras la obsesión por las medallas y los récords. Especialmente cuando esos objetivos no constituyen necesariamente un reflejo de la capacitación deportiva, y salud fisica en general, de la masa de la población de que han sido extraídos los atletas exhibidos como prueba. Se suele citar el ejemplo de la República Democrática Alemana, pero también debería mover a reflexión el contraste entre el hecho de que un número.creciente de los atletas de elite norteamericanos sean de color y las condiciones de vida de gran parte de la población negra en EE UU.

Algunas escenas de los mundiales de Roma alimentan la preocupación. El patetismo de la llegada de las atletas en la prueba de 10 kilómetros marcha femeninos provocó el desconcierto de los espectadores. Entre tumbos, con la mirada perdida, sin más fortaleza que la voluntad de cruzar la meta, las atletas caían desmayadas sobre la pista. Ni el honor de las patrias respectivas ni la connotación épica asociada a la competición justifica la no intervención automática de las asistencias sanitarias cuando situaciones como ésas se producen. A no ser que se pretenda suscitar en el público reacciones similares a la solidaridad que en los patricios romanos provocaba el esfuerzo de los gladiadores en el circo.

Consideración aplicable a las retransmisiones de combates de boxeo como el que se ofreció la pasada semana en el espacio deportivo de la noche de los domingos. Las imágenes que con detalle morboso fueron mostradas esa noche por las camaras de TVE, ilustrando la verdadera naturaleza de ese deporte brutal, debería ser el mejor argumento para que la televisión pública desistiera de tan desafortunada iniciativa.

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