Memorias
La abundancia en la publicación de biografías, autobiografías, memorias y diarios hizo este verano publicar a Revista de Occidente un número especial sobre estos géneros, que si han tenido tradición anglosajona, ahora se difunden sin coto.El número es un surtido de temas, pero uno que se reitera obsesivamente es el equívoco entre realidad y ficción. ¿Es la historia de una mentira una novela, y la historia de una verdad unas memorias? ¿Cuánto no se enmascara de mentira lo que de verdad hay en un libro que se llama novela, y cuánto no se enmascara de verdad en un libro que se titula memorias? Quien quisiera decir la verdad sobre una historia y quedar eximido de riesgo o compromiso podría denominar novela a lo que escribe. Por el contrario, quien quisiera encubrir su mendacidad podría simular ser, sin más, un notario de los sucesos.
Muy a menudo el lector concede al autor mayor valor si se asegura de que todo aquello que se dice en el libro es producto de la fantasía. De su parte, los autores, se afanan con frecuencia en desmentir las supuestas secuencias autoblográficas que se atribuyen a la obra. En suma, parece considerarse un demérito, efecto de imaginación escasa y defecto de profesionalidad inclusive, la explotación de los episodios vividos. A lo que se ve, pues, si el lector ' al leer un libro, espera vivir una historia diferente a la suya, pide también que el autor no sea menos y escriba una historia a su vez diferente a la suya.
El sin sentido de estas reclamaciones, y, por tanto, de los criterios literarios que se siguen, queda una y otra vez de manifiesto. Una guía editada hace 30 años en Stanford, dirigida a aquellos que se dispusieran a escribir sus memorias, presentaba unas reglas de redacción y composición que habría suscrito punto a punto un novelista. En realidad, el deseo último de un autor de memorias, diarios o novelas es hacer verosímil, mediante la seducción, lo que dice, y el menor empeño es ser honrado y cabal. Escribir es disfrutar la delincuencia.
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