Conejos
La derecha está levantisca y calderoniana, y mata conejos. En La Muela, Zaragoza, a Victoria Pinilla Bielsa, ya saben, la alcaldesa, le han masacrado los quinientos conejos del patio como chivos emisarios de la España eterna, que se venga siempre, no se sabe de qué, quizá de sí misma, que ya ni se aguanta. Me parece que eran conejos del CDS, ni siquiera del PSOE. En todo caso, conejos mixtos y pactados. Alguien, en el pueblo, levantó la veda política del conejo, tipo Glorioso Alzamiento contra el conejo infiltrado, y luego echaron los cadáveres a un pozo, en una operación tan delicada y siniestra como las de Dachau. Los conejos, en la foto, parecían judíos después de la ducha. Lo que pasa es que aquí, a la izquierda, por falta de tradición en el mando, se le nota la carencia de una dialéctica nacional y guerracivilista, que es lo nuestro. La respuesta a lo de los conejos, por ejemplo, tenía que haber sido irse a Perbes y hacerle a Fraga un holocausto de centollos, aunque nada tenga que ver con los incontrolados y furtivos de La Muela. Pero sería una manera de responder como hombres y de seguir el juego y el diálogo de la violencia, que es como nos hemos entendido siempre los españoles. Luego, como respuesta a lo de los centollos, coge la derecha y le pone arsénico a los dos canarios de Pilar Miró, Gary y Cooper, o los ahorca colgándoles del palo alto de la jaula. Aquí en España estas cosas nunca han estado mal vistas. Es nuestro equivalente de la guerra fría y el equilibrio del terror. Una manera de ir anunciando/aplazando la guerra civil de verdad, que ahí es donde se ven los hombres.Pero íbamos, en nuestro romance en prosa de la España heroica, por los canarios (difuntos) de la Miró. (Lo siento, Pilar, no había más remedio, el columnismo se cobra sus víctimas). Como acuse de recibo de lo de Gary y Cooper, la izquierda, entonces, coge, agarra, llega y ejercita el telerrifle con las manchas negras del elegante dálmata de Jorge Verstrynge, que pasaba por allí y no tenía nada que ver en esto. Ya vamos teniendo una hermosa colección de trofeos, y estamos a la mitad del artículo. La dialéctica del perro del vecino muerto (o el canario o el conejo), una vez que se desencadena, es una cosa que va sola y no hay quien la pare, ni falta que hace. 0 sea que lo del dálmata hay que vengarlo y entonces la derecha deja minado el Coto de Doñana, en plan Ormuz, para exterminar los marrajos que pesca Felipe González. Con lo que Felipe González monta en cólera y etcétera. Así indefinidamente. Esa es la guerra del perro ahorcado del vecino que está desencadenando la derecha, un juego muy nacional y muy distraído, una cosa de toda la vida, costumbrista y pintoresca como un cartón de Goya.
Esta izquierda es que, por falta histórica de uso del poder, no sabe aguantar una broma, ni gastarla. Pero luego, cuando ya hemos limpiado al personal de perros, gatos, conejos, centollos, marrajos y canarios, es cuando empieza la guerra civil propiamente dicha, entre españoles, o sea la Cruzada, otra Cruzada. Porque la guerra civil parece que es el estado natural de este país. Sólo entre Cruzada y Cruzada los chicos apedrean gatos y la gente se pega en el fútbol, porque si no es muy aburrido. Nuestro estado natural es el estado de guerra, como digo. Lo digo yo y lo dice el gran Eusebio García Luengo, que me ha comentado más de una vez, hablando del Madrid sitiado que padeció tres años: "Lo bueno de la guerra era que los amigos nos veíamos más".
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