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El crepúsculo de Spandau

Estaba acordado desde hacía mucho tiempo que la prisión para criminales de guerra de Spandau sería demolida tras la muerte de su último ocupante, Rudolf Hess, y que en su lugar se construiría un parque de recreo. No solamente se quería aprovechar este terreno, bien escaso en el Berlín Occidental, sino también impedir que estos edificios situados en el límite del barrio de Spandau se transformaran en un lugar de peregrinación para los neonazis, como aquel puñado de admiradores de Hess que, al conocer la noticia de su fallecimiento, ondearon banderas y depositaron flores ante la prisión. Por donde el antiguo lugarteniente de Hitler hacía sus paseos cotidianos correrán en el futuro los practicantes del jogging y abrirán sus cestas de merienda las familias. Esta transformación es un símbolo, escribe un diario de Alemania Occidental, "y no de los peores, de la vida de la República Federal de Alemania en 1987.Pero el derribo de la prisión de Spandau, en la que desde 1946 junto a Hess estuvieron encerrados entre otros el jefe de las juventudes hitlerianas, Baldur, con Schirach y el ministros de Armamentos, Albert Spee, como colaboración para la lucha contra el neonazismo, es tan sólo la mitad de la verdad, pues se enlaza con una serie de proyectos que tienen por fin hacer irreconocibles con cemento y césped fresco una serie de lugares acusadores y cargados de historia. Los campos de Nuremberg, donde se celebraban las asambleas del Partido Nacional Socialista y donde se aprobaron en 1935 las leyes raciales contra los judíos, deben transformarse también en un parque. En 1987 la ciudad de Francfort ha empezado a edificar un centro de servicios de sus empresas de energía sobre los cimientos de su antiguo y destruido gueto judío. En este lugar vendrán los ciudadanos a pedir información sobre el suministro de gas. Construir parques y centros de servicios en aquellos lugares donde los alemanes hicieron una historia poco gloriosa es realmente un símbolo de "la vida en la República Federal de Alemania en 1987. Precisamente fue en la antigua capital del Reich, Berlín, donde se empezó antes, con una frenética reconstrucción, a enterrar las huellas del pasado nazi o simplemente a ocultarlo bajo montañas de escombros.

En unos terrenos entre el muro y Ia paralizada estación de Anhalt pudieron los berlineses del Oeste ejercitarse en la conducción de automóviles sin sospechar que daban vueltas sobre los cimientos de la central del terror nazi, la Oficina Superior de Seguridad del Reich (RSHA). No fueron los bombarderos aliados los que derribaron el cuartel general de Himmler en la calle de Prinz Albrecht, sino una empresa de demolición civil, 10 años después de la guerra. Esperando la unificación de los diferentes sectores de Berlín se quería hacer de aquella tierra de nadie en el centro de Iza ciudad dividida, un nudo de tráfico.

Cuando la Alemania del Este levantó el muro junto a este lugar el plan cayó en el olvido y con ello la existencia de estos terrenos de la Gestapo. Tan sólo a comienzos de esta década empezó una agrupación, llamada Museo Activo del Fascismo, a excavar las ruinas y a descubrir la sección de los sótanos en la que se tomaba declaración y se atormentaba entre 1933 y 1945 a los adversarios del Estado nacionalsocialista. Con el buen humor propio de la celebración del 7502 aniversario de la ciudad de Berlín, el Senado dio su bendición a las excavaciones. Los turistas podrán visitar estos sótanos de la central del terror nacional socialista a partir de ahora con la reverencia histórica con que se visitan los restos del Coliseo romano.

Mientras se relega la época del nazismo a un pasado muy lejano, que ya parece historiable, nos llega la muerte de Rudolf Hess como una noticia del mundo de los espíritus. El que estuviera vivo este hombre, este nazi de la primera hora, primer corrector del Mein kampf, estorbaba este trabajo de historificación. Por ello muchas de las apelaciones a los aliados para que liberaran al anciano prisionero de Spandau. no estuvieron libres de ambigüedades, por muy poco sospechosas que fueran las personas que, como el presidente Richard von Weizsäcker, lo pidieron por motivos humanitarios. Un Hess en libertad, una vez que se alejara de las candilejas de la publicidad, hubiera estado, con sus delirios, más muerto que vivo: mientras que los aliados hicieran vigilar a este histórico nazi por unas docenas de soldados, daban a entender al mundo que había que conjurar dentro de los muros de Spandau un peligro siempre amenazante, que había una deuda que expiar y que había que vigilar algo más que un símbolo histórico.

A los alemanes que quieren se los deje tranquilos y a los que: no les gusta recordar los tiempos en que sus planes para la conquista del mundo pusieron en pie la coalición contra Hitler no se les pudo hacer mayor favor que dejar morir a Rudolf Hess en un crepúsculo que iluminara su desacuerdo y que simultáneamente favoreciera la formación de una leyenda. Ya había habido disentimiento entre los jueces de Nuremberg: el soviético quería ahorcarlo, el británico y el norteamericano votaron por la cadena perpetua, y el francés, por una pena de'20 años. En el juicio se había visto que contaba, como hombre de confianza y lugarteniente de Hitler, entre los máximos directivos del Estado nazi, pero no había ejercido las importantes funciones que teóricamente se le atribuían. Churchill calificó su caso como

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Lothar Baier, nacido en 1942, es escritor alemán, residente en Francfort, autor de la novela Plazo de un año (1985) y del ensayo en lengua francesa Un allemand né de la dernière guerre (1986).

El crepúsculo de Spandau

Viene de la página anteriorasunto médico más que como asunto criminal. Contrariamente a los soviéticos los británicos no estaban en absoluto convencidos de que Hess llevara una misión de los jefes nazis cuando voló al Reino Unido el 10 de mayo de 1941 para ofrecer la paz al adversario y dejar así las manos libres a los ejércitos alemanes en el Este. Precisamente el día de su supuesta misión de paz, la aviación alemana bombardeó el Parlamento de Londres. Y fue en este Parlamento donde el hijo de aquel lord Hamilton con el que quería negociar Hess cuando voló hasta Escocia pidió la liberación del prisionero de Spandau.

Aunque los soviéticos han afirmado hasta el final que con Hess atraparon a uno de los que prepararon el ataque geoestratégico contra la Unión Soviética, el detenido de Spandau, con sus delirios, su afición a las ciencias ocultas y a la homeopatía, representaba el aspecto folclórico y patológico del nacionalsocialismo. La diferencia entre sus funciones de gran importancia como lugarteniente de Hitler y el modesto perfil folclórico puede originar la energía que necesita la formación de una leyenda para encontrar eco. Para los nostálgicos de la grandeza alemana de otros tiempos es justamente Hess la Figura ideal para la identificación porque ofrece las grandes fantasías en ejecución pequeño burguesa y sobre todo porque encarna un nazismo que todavía no estaba criminalizado por la orden para la solución final, pues cuando se reunió en enero de 1942 la conferencia de Wannsee, donde se hizo asunto de Estado la destrucción de los judíos europeos, ya hacía tiempo que Hess estaba preso de los británicos.

Delinquió sin duda Hess, paladín de Hitler desde el nacimiento del partido nazi, poseído de la locura racista y de la conciencia de la misión de Alemania y cómplice de la política criminal del régimen imperante desde 1933. Él firmó como lugarteniente del jefe del partido las leyes raciales antijudías. Pero mientras que Hess estaba prisionero como criminal nazi en Spandau, el comentarista de estas leyes, el jurista Hans Globke, era secretario de Estado en el departamento del canciller Adenauer, sin que esto pareciera molestarles mucho a los aliados. Uno se pregunta si la República Federal de Alemania, que aceptó a su servicio a tantos fieles servidores del Estado nazi, hubiera podido hacer algo con el testarudo y chiflado nazi Hess si los aliados lo hubieran dejado en libertad después de la guerra. Por ello no estaba mal guardarlo en la prisión de Spandau para que pagara por todos aquellos que no habían sido castigados y donde representaba para el mundo el papel de caricatura viviente de un devoto de Hitler, mientras que los nazis más flexibles eran aceptados al servicio del Estado federal. Es hipocresía cuando ahora se elevan voces en Alemania Occidental que lo lloran póstumamente como víctima de la arbitrariedad de los vencedores aliados, con lo que no hacen más que alentar a los dispersos grupos neonazis. Si las potencias aliadas que realizaron el juicio de Nuremberg han perdido su crédito, de esto tuvieron la culpa Hiroshima y las guerras coloniales y no la condena de Hess. Lo injusto no es que él cumpliera su larga pena, sino que no lo hicieran muchos de su tipo y su pasado. Los muchos alemanes a los que evidentemente esta muerte deja indiferentes, pese a todo el barullo de la Prensa, parecen por lo menos haberlo comprendido así.

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