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La probabilidad indeseada

A principios de año escribí para estas mismas paginas un artículo sobre el triunfo de la improbabilidad, de la opción que, en determinadas circunstancias históricas, contra todo pronóstico, termina por imponerse. Como ejemplos de ese triunfo de lo improbable mencionaba el caso de la revolución soviética y el de la revolución iraní y, a fin de aproximar el grado de esa a la sensibilidad del lector español actual, relacionaba la extrañeza que en su día ambos acontecimientos, incluso para quienes los vivieron de cerca, con la que hoy día iba a producir el hecho de que Jon Idígoras llegase a ser presidente del Gobierno español. Frente a esa alta improbabilidad, improbabilidad hard, enumeraba algunos ejemplos de improbabilidad soft: que el Barça ganase la Liga (entonces llevaba una ventaja de cuatro puntos), que AP sacase más votos sin Fraga que con Fraga o que saliese adelante cualquier opción política similar a la emprendida por el Partido Reformista. No pretendo ahora cubrirme con ningún laurel adivinatorio, ya que ese tipo de apreciaciones están al alcance de cualquiera, sino más bien destacar el hecho de que ese cual quiera no incluyese a los promotores del reformismo, a los aliancistas adversarios de Fraga y a los hinchas del Barça. ¿La razón? Muy obvia. Sus respectivas opciones -ganar la Liga, ganar las elecciones sin Fraga, consolidar un partido de ámbito nacional-, aunque improbables, eran más que deseadas. Cierta dosis de voluntarismo es, en ocasiones, hasta saludable; pero todos conocemos sus límites.La actualidad ofrece siempre numerosos ejemplos, tanto de deseos improbables como de probabilidades indeseadas; un mínimo de reflexión y seguro que damos con alguno. Así, el acoso a los socialistas, los ataques a Solchaga, Barrionuevo y González, por no hablar ya de Guerra. Empezaron el pasado otoño, se extendieron desde los ángulos más diversos el pasado invierno, culminaron en primavera durante la campaña electoral y ahora los vemos prolongarse en forma de declaraciones a cargo de portavoces y comentaristas políticos. Hablar de erosión erosiona, eso desde luego, y en vísperas electorales, comunistas, ucedistas y aliancistas coincidieron plenamente en su visión catastrofista del futuro del PSOE, Recuerdo las predicciones en este sentido de Gerardo Iglesias; sólo que, más que augurar lo que podía pasarle al partido socialista, estaba describiendo su personal experiencia, los avatares sufridos por su propio partido. Y, como él, los líderes de UCD y AP: deseos convertidos en probabilidades.

Un fenómeno equivalente, pero de sentido inverso al que se está produciendo en torno al derrame del terrorismo etarra por la totalidad del territorio español. ¿Cabe que prosiga y hasta se incremente? Desde luego que sí. ¿Pese a la condena casi unánime de la población? Por supuesto. ¿Susceptible de hundir a Cataluña, por ejemplo, en un proceso de crisis y ruina económica y social similar al que va experimentan las provincias vascingadas? Naturalmente. ¿Podría terminar afectando, también por ejemplo, los proyectos olímpicos de Barcelona? Es obvio; a nadie se le ocurriría celebrar unos juegos olímpicos en Beirut, y ETA difícilmente encontraría una baza más sonada que la cancelación de esos proyectos. Claro que una cosa es proponerse un objetivo y otra muy distinta alcanzarlo; es esa distancia entre una cosa y otra lo que permite hablar de probabilidad en vez de hablar de seguridad. ¿Por qué, entonces, pasadas las manifestaciones de condolencia que siotien al atentado de turno todo el mundo parece preferir rio hablar más de este tipo de riesgos que se nos ofrecen de nuevo como algo muy remoto? Porque se trata, precisamente, de una probabilidad de lo más indescada.

Tras fracasar relativamente en Madrid, ETA parece haber encontrado en Cataluña un terreno mucho más permeable, el rehén ideal. Pero tanto dentro como fuera de Cataluña, tanto dentro como fuera de las provincias vascongadas, en toda España, después de lamentar una vez más, sin duda sinceramente, el daño literalmente irreparable producido por el terrorismo, los dirigentes de diversas fuerzas políticas encuentran consuelo, se diría, en la valoración de los aspectos positivos que, por contraste, ese daño puede introducir en sus respectivos programas, ajenos a todo género de violencia. ¿Es legítimo entregarse a ese tipo de balances? A mi entender no Io es, salvo que, además de olvidar ese daño causado -el que en tiempos de Franco todos lo olvidaramos no es argumento válido-, se olviden también o dejen de lado unos cuantos elementos de juicio. El objetivo golpista, por ejemplo, de los atentados más rutinarios de ETA, es decir, los dirigidos contra las fuerzas armadas y policía. O el hecho de que tras las expresiones en apariencia técnicas y neutras de unas reivindicaciones políticas (alternativa KAS, unidad territorial, autogobierno) se esconde una ideologíaque se parece a la ideología nazi como una svástica se parece a otra svástica (espacio vital, pureza étnica, orden nuevo, etcétera). O que el racismo -o razismo- de esa gente no excluye, no ya a los simpatizantes que puedan encontrar en otras partes de España, sino tampoco a sus propios militantes y ejecutores que no sean vascos puros por los cuatro costados, aunque opr el momento, como es lógico, ellos se lo callen. Que no se hagan ilusiones los amigos de esos chavales tan majos que van por España buscando cobertura y colaboración local: todos los habitantes de Maquetania, sean andaluces, catalanes o gallegos, son maquetos. Y no hay distinción ni hecho diferencial que valga, empezando precisamente por Cataluña, que, si esos chicos han leído a Vicens Vives, Américo ,Castro, Pierre Vilar, etcétera, o cuando menos saben quiénes son, sabrán también que en su calidad de país-corredor por excelencia, de tierra por la que han circulado toda clase de invasores, el pueblo que la habita es esencia misma de mestizaje, algo que no puede merecerles más que desdén.

¿Qué pasa entonces con los votos obtenidos por Herri Batasuna en el conjunto de España? ¿ Fruto de la desesperación como se ha dicho? No exactamente: fruto del culto a la violencia. El fino instinto de los votantes les decía que votar a Herri Batasuna era votar a ETA. Y su relativamente escaso numero no hace sino confirmar la alta improbabilidad de que Jon Idígoras llegue a presidir no ya el español, sino incluso el Gobierno autonómico vasco.

A fin de cuentas, má votos hubiera sacado el ayatolá Jomeini de haber concurrido a las elecciones.

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