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La India a los 40 años después

El 15 de agosto de 1947 la Unión India alcanzaba la independencia al cabo de siglo y medio de colonialismo británico, instalado desde comienzos del siglo XIX en la mayor parte del subcontinente, aunque el Punjab en el norte no fuera ocupado hasta 1847. Un día antes, el 14, el otro Estado indio, Pakistán, hacía su proclamación de independencia cuidadoso de que ni siquiera en el día patrio tuviera nada en común con los hermanos separados por la religión, hindú predominante al sur del Sutlej, e islámica excluyente al norte de la vía de agua.La partición del subcontinente sobrevino en un clima de apresurado repliegue británico, no sólo de enormes malentendidos, como siempre quiso creer Nehru, sino de temores ciertos de que el Estado único de musulmanes e hindúes sería la guerra, atroces matanzas en la doble hégira norte-sur para escapar a la venganza de los que se quedaban, trenes que llegaban a destino con un cargamento de cadáveres mutilados en ruta por una u otra creencia, constituidos sus militantes en ejércitos de ángeles exterminadores para la ocasión.

A despecho de los formidables auspicios negativos que habían asistido al doble nacimiento del gigante dividido, un optimismo contagioso, una euforia de lucha coronada, un convencimiento ilustrado en las virtudes de la acción pública y de las luces de la razón para tener al progreso como compañero de viaje, animaban a Jawaharlal Nehru a pretender que la acción de Gobierno equiparara independencia a igualdad, socialismo y democracia, quizá por ese orden.

A la muerte de Nehru en 1964 India seguía teniendo un futuro por delante pero no había conseguido modificar el presente; el primer ministro había visto estrellarse sus sueños de una política exterior aristocrática, moralizante, no alineada, en la guerra contra China en 1962, en la que el Ejército indio se desintegró en las nieves del Himalaya. Sus dos últimos años de vida fueron una agonía de enfermedades del cuerpo y del alma. El milagro de la razón no se había producido y el sucesor político de Gandhi -asesinado en 1948 por un extremista hindú-, que no había sido nunca un gandhiano acrítico, ni había apoyado sin reservas la política de la resistencia pasiva del mahatma, sufrió la hecatombe militar como un fracaso paralelo al de la construcción de un Estado que no encontraba los recursos para ser benéfico ni la ecuanimidad para ser justo.

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Nehru había reflexionado y escrito mucho -en inglés- sobre el pasado y la historia de la gran India, en cuya unidad creía apasionadamente, tanto que sintetizaba el mosaico lingüístico y cultural del subcontinente diciendo que de los centenares de hablas de la tierra sólo una docena tenían verdadero seguimiento. Y que las dos mayores, el hindi, lengua del brahmanismo religioso, y el urdu, adoptado como oficial en Pakistán y medio general de comunicación en la India del norte, eran un mismo instrumento mental sólo afectado de una grafía diferente y alguna variedad de pronunciación.

Como el recuerdo de la Hispania romana para los pueblos de la desagregación peninsular causada por la conquista islámica, Nehru veía a través de las razas, culturas y lenguas del subcontinente la permanencia de una idea unificadora de la India. Esta unidad trascendía la conquista de una parte del país por los señores musulmanes procedentes de Persia y de lengua farsi a comienzos del XVI, y la propia ocupación colomal que, aunque formalmente unificaba todo el espacio indostánico, lo descomponía en realidad en una gran densidad de principados bajo la administración indirecta de un comisionado de Londres, fianqueando al soberano local, y la llamada India británica, gobernada directamente por la potencia europea.

El pandit -título honorífico que puede traducirse por erudito o doctor brahmánico- había leído a Weber y considerado su obra sobre la sociología de las religiones, publicada en 1920-21, como básicamente favorable a su idealización instrumental del pasado hindú.

LAS CASTAS

El pensador germánico explicaba el estancamiento de la sociedad india en castas -las cuatro tradicionales: brahmanes o aristocracia del pensamiento, jatriyas o guerreros, vaisiyas o artesanos y comerciantes y sudras o laborantes inferiores, más las docenas surgidas por evolución- como la única forma compatible con el mantenimiento de una superestructura política unitaria para los medios del Antiguo Régimen sobre el reticulado de etnias, lenguas y religiones del subcontinente. La clase dominante, de lo que se conoce como el hindu belt -el cinturón hindú- en el norte del país, habría adaptado con el correr de las generaciones la doctrina de las castas, ni siquiera mencionada en los vedas o santas escrituras del hinduísmo, para consolidar un estilo de dominación. Igualmente, seguía Weber, el elemento final de la doctrina que añadía la movilidad necesaria al sistema era la creencia en la transmigración de las almas que daba a los creyentes la posibilidad de que en una eventual reencarnación se produjera una especie de redención por las obras y les tocara una casta más arreglada en la vida siguiente. Casi una doctrina de yuppies para lo sobrenatural.

Lo que le importaba a Nehru era que las castas, formalmente declaradas fuera de la ley a la independencia, pero persistentes en la sociedad india actual, no hubieran constituido un elemento dogmático de la gran civilización hindú, sino sólo un apéndice utilitario y ya anacrónico de la misma. Era esencial para el estadista, heredero de una familia de brahmanes de Cachemira, educado en el Reino Unido, más a sus anchas en la lengua de Shakespeare que en urdu, hallar una justificación de su visión de la India en la historia semimitológica del país; el elegante y britanizado Nehru no podía ofrecer una ruptura con el pasado sin arroparla en antiguas pulsiones intangibles del alma nacional.

El siglo y medio de dominación colonial era un adecuado argumento para explicar el atraso de la India, y servía como arma arrojadiza en los mítines del nacionalismo en la lucha por la swaraj (soberanía), pero para un fino espíritu como el del primer ministro no podía dar única respuesta al decaimiento que había hecho de las costas del subcontinente un protectorado comercial portugués en el siglo XVI, y a su tierra firme presa relativamente fácil para los soldados británicos tres siglos más tarde. ¿Por qué la grandiosa creación intelectual del hinduismo, en tantos aspectos adelantada al Occidente en las ciencias del espíritu, no desarrolló una fortaleza capaz de competir con el exterior?

Las grandes civilizaciones asiáticas, la china y la india, notablemente, por más que su proeza individual las situara en momentos a un nivel de desarrollo tecnológico similar o superior al occidental antes de la aparición masiva del soldado o el administrador europeo en el gran continente, carecían de algo que sí se daba en la Europa contemporánea. Como ha señalado Pierre Chaunu, en la estela de su maestro Fernand Braudel, determinadas zonas de la Europa occidental constituyeron un mundo pleno, aquel en el que la densidad de población -un mínimo de 35 personas por kilómetro cuadrado-, la capacidad de intercomunicación, la articulación comercial y cultural de esa sociedad garantizaban ya en la baja edad media la marcha integrada hacia adelante de una sociedad. Ese tipo de construcción social nunca se dio en la India, donde una gran irregularidad en las densidades, una absoluta in comunicación estratificada en las castas, la inexistencia de ese mundo pleno hacían que el progreso permaneciera en la esfera de lo individual, que los avances tecnológicos carecieran de toda fuerza de arrastre social.

UNA NUEVA INDIA

La India no existió nunca, por tanto, como país de la manera en que se creó una colectividad intereuropea entre el desarrollo textil y agrícola de Flandes, la ganadería castellana, la técnica comercial del norte de Italia, el progreso industrial de ciertas zonas de Francia. Europa, cuando aún no se conocía a sí misma por ese nombre, estaba más cerca de constituir un país multilingüe, a punto ya de su gran escisión religiosa, que el poder formalmente unificado del imperio mogul de la India. Este problemático punto de partida obligaba a los fundadores del Estado a pensar una nueva forma de cementación social, el invento de un patriotismo indio.

Para Gandhi no había que diluir las diferencias sociales, raciales, religiosas sino crear un lazo de unión para la diversidad a partir de esas mismas diferencias en el combate pacífico contra el ocupante; la visión secularizada del brahmán Nehru, agnóstico aunque hindú por nacionalismo, creía no en la política por derivación, como Gandhi, sino en sí misma, a través del socialismo, como elemento unificador de la diversidad. Una India laica, sin división en castas, recurso que lo fue de una época, pero innecesario a la hora de la recuperación de la soberanía, un Estado de obras, una prosperidad arrancada a los estragos del colonialismo era lo que soñaba. El éxito, precisamente, de la fundación de un Estado que necesitaban todos sería la fuente de esa nueva legitimidad nacional.

Por esa razón Nehru sintió como nadie el desgarrón divisorio del islamismo paquistaní; porque obligaba a nacer a la India desprovista de la cuota de musulmanes que habrían redondeado su carácter de Estado para todas las religiones. Al mismo tiempo, la pérdida de ese contrapeso daba mayor fuerza a la entonces gran mayoría hindú y a su aristocracia, bien representada en el partido nacional, el Partido del Congreso. La independencia había mal nacido amputada de tina de sus extremidades.

La historia de la India independiente ha demostrado cuando menos que la separación de hindúes y musulmanes no era tampoco remedio de la guerra, sino receta para que ésta continuara. Tres veces, en 1947-48, 1965 y 1971, los Estados separados se han venido a las armas, y en la última de estas guerras se ha creado un tercer Estado en el subcontinente, el también musulmán pero separado al cuadrado, puesto que se ha desgajado de los primeros separatistas paquistaníes, de Bangla Desh, en la extremidad oriental del gran país.

UM ESTADO DINÁSTICO

De otro lado, ese Estado secular ha adquirido una textura dinástica con la sucesión de Indira Gandhi, hija de Nehru, en la, jefatura de Gobierno, tras el breve paréntesis de otro brahmán, Lal Bahadur, y de Rajiv Gandhi, hijo de Indira, sucesor de ésta, con otra concisa interrupción que dominó el anciano Morarji Desai, un gandhiano del hinduísmo conservador y escisionista del Partido del Congreso, que gobernó entre uno y otro período de Indira.

V. S. Naipaul, el escritor de Trinidad de, origen indio, es tremendamente duro con su patria perdida, pues ve en ella un rechazo inercial y deliberado de la modernidad. La búsqueda absurda de una tecnología enraizada en el pasado, la obsesión por hinduizar el progreso, esa misma pulsión sacralizadora del poder, son elementos que convierten a la Unión, según el autor, en una nacionalidad en histérica búsqueda de su identidad.

El problema del secesionismo sij; la idea del Estado como botín, muy cercana a la práctica de tantos países del Tercer Mundo; la antigua casta dominante aliada con los grandes empresarios de la revolución industrial que se ha atrincherado en el Partido del Congreso; el caciquismo apoyado en la pervivencia de las castas, y, la obviedad de que independencia no equivalía a abundancia, han robado a la Unión India la sangrienta inocencia con que nació en 1947.

Pero si ésta no puede ser la India quesoñó Gandhí y fundó Nehru, a los 40 años de existencia sigue siendo el Estado democrático más poblado del planeta, una sociedad capaz de competir en todos los campos de la ciencia y de las artes con las naciones más avanzadas, un gigante regional enfrentado a desafíos continentales, escenario de una revolución verde que por primera vez permite al país alejar el fantasma del hambre como endemia.

La Unión India, con todas sus divisiones, es un factor de estabilidad en Asia, como ha demostrado en su mediación en el conflicto de Sri Lanka; un poder no alineado al Este ni al Oeste; un modelo democrático piara el Tercer Mundo; una ONU necesaria en el subcontinente; una gran formulación mental, si todavía no una nación, que procede de un pasado con más de 2.000 años de historia. Un gran país que ha vuelto.

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