La interminable despedida del "tapado"
Si se resiste la tentación de entrar en el juego de acertijos o de apologías intelectuales de un sistema que nunca contesta los primeros y no requiere ni agradece las segundas, sólo queda entonces el tratar de entender. No lo que sucede en la coyuntura como tal -el velo del tapadísmo no lo permite-, sino más bien el trazo en los sedimentos donde se inscriben las imperceptibles transformaciones de una sociedad y una cultura política que, como pocas, se resisten al cambio.Son dos las posibles grandes novedades de la transición mexicana versión 1987-1988; son dos, pues, los riesgos en que se incurren al afirmar que una determinada innovación reviste realmente trascendencia. La primera tiene que ver con el fenómeno que se ha dado en llamar la corriente democrática, surgida dentro del propio PRI, el partido gobernante. La segunda, que engarza con la anterior, se refiere a lo que podríamos denominar la interminable despedida del último tapado: el largo adiós del secreto sucesorio mexicano.
La llamada corriente democrática está encabezada por Cuauhtemoc Cárdenas, ex gobernador del Estado de Michoacán e hijo del general Lázaro Cárdenas, el ex presidente de México más querido y respetado por la población del país, y por Porfirio Muñoz Ledo, ex secretario de Trabajo, ex presidente del PRI, ex secretario de Educación y ex representante permanente de México ante las Naciones Unidas. En principio, los dos dirigentes y sus seguidores planteaban la necesidad tanto de una democratización del PRI, sobre todo en lo tocante a la selección de sus candidatos, en particular a la presidencia de la República, y una rectificación de la política económica y social del régimen de Miguel de la Madrid. Según ellos, era preciso volver a un cauce más popular, nacionalista y afin a las tradiciones de la revolución mexicana.
La corriente democrática
A pesar de ciertas expectativas iniciales, con el paso del tiempo resultó evidente que la jefatura de la emergente agrupación se limitaba a las figuras mencionadas. También se hizo patente el hecho de que, por lo menos en público, la corriente no contaba con el apoyo o siquiera la simpatía de sectores, individuos u opiniones relevantes dentro del PRI o del Gobierno.
Sin embargo, rápidamente se vio que la tendencia disidente o bien hacía más ruido, y provocaba más turbulencias, de las que ameritaba su fuerza real, o bien esta última era superior a lo que parecía. Es indudable que desde finales del año pasado, y sobre todo durante los meses recientes, las actividades, las declaraciones y la existencia misma de la ya famosa corriente democrática se convirtieron en uno de los acontecimientos más comentados por la sociedad política mexicana. Por las reacciones acaloradas y las denuncias apasionadas que suscitó en el seno del Gobierno y del PRI, todo indicaba que en la huella de la corriente yacía un asunto político de primera importancia. De allí el enigma: ¿Por qué tanto ruido, si son tan pocas nueces?
Las dos respuestas más comunes a esa interrogante llevan agua al molino de quienes las proporcionan. En un caso se insinúa que es el mismo Gobierno el que ha tolerado, o incluso fomentado, la popularidad aparente de la corriente. Sus motivos serían que en plena crisis todo lo que distrae es bueno, y que además el surgimiento de un polo político situado a la izquierda del Gobierno puede servir para reequilibrar el espectro político mexicano, inclinado en exceso hacia la derecha desde hace algunos años. En México nunca debe descartarse ninguna explicación, por alambicada que parezca.
La otra explicación hacía hincapié en la fuerza subterránea y desconocida, pero real y actuante, de esta nueva disidencia priista. En esta óptica, Muñoz Ledo y Cárdenas son simplemente la punta del iceberg, la cabeza aparente de un caudaloso torrente que amenaza o promete transformar de cabo a rabo las prácticas políticas mexicanas. De nuevo, sin ser probable, esta teoría no debe ser considerada como totalmente carente de verosimilitud. No es imposible que la fuerza real de la corriente supere lo que indica la raquítica lista de firmantes de sus documentos.
Pero existe una tercera posibilidad, a saber: que la corriente, sin ser ni el simple producto de la maquiavélica manipulación del Gobierno, ni tampoco la fuerza renovadora que aclaman las masas mexicanas, sea el síntoma de procesos reales inscritos en el devenir político del país.
En pocas palabras, es factible que el descomunal e inexplicable éxito publicitario de la corriente se deba justamente a la convergencia de fenómenos recientes que si bien no desembocan en la corriente, ni la nutren o la conforman, sí la explican. El primero es quizá el más evidente y se refiere a un hecho que -ahora sí- comienza a ser indiscutible: el Gobierno del presidente Miguel de la Madrid ha puesto en práctica un proceso auténtico y profundo de transformación de la estructura económica de México. A través del llamado cambio estructural -apertura al comercio exterior y a la inversión extranjera, privatización de empresas estatales, reducción sustancial de subsidios y del gasto público social, reconversión industrial-, el Gobierno de De la Madrid ha echado a andar una mutación de largo alcance y de insospechadas consecuencias. Ante todo, ha roto con una serie de tradiciones y reglas del juego.
Se puede estar de acuerdo con el sentido general de las reformas llevadas a cabo por el Gobierno actual por considerar que constituyen, en su conjunto, la única perspectiva para el país. Se puede también oponer uno a ellas por creer que vulneran en exceso el bienestar popular, la -soberanía del pais y el alma misma de la nación. Pero no cabe duda de que dichas transformaciones, de seguir vigentes, sí implican un cambio de fondo y, por tanto, forzosamente provocarán dramáticas sacudidas políticas en el seno mismo de la clase gobernante mexicana.
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