Caminos de promesas
A PARTIR de 1991 parece ser que viviremos en un mundo casi perfecto. Eso por lo menos afirma el Plan General de Carreteras 1984-1991, elaborado por el Ministerio de Obras Públicas. De momento, y hasta que transcurran esos fatídicos cuatro años, el español que sale a la carretera en verano -y especialmente este fin de semana, en el que coinciden en las carreteras los que terminan su vacaciones de julio y los que empiezan las de agosto- tiene la sensación de que, mientras llega el cielo prometido, sus ruedas pasan por caminos de un inmerecido purgatorio. Las constantes retenciones -eufemismo utilizado por la prosa oficial en los partes radiofónicos para referirse a atascos de kilómetros- ocasionadas por la realización de obras en las calzadas, coincidiendo con días en los que se espera razonablemente una fuerte afluencia de coches, no contribuye, precisamente, a alejar del usuario la idea de que vive un mal endémico.La única forma que el conductor tiene de escapar a los atascos es, hoy por hoy, la utilización de las autopistas, allá donde las haya. Pero si el ciudadano no decide utilizar la autopista y proyecta, por el contrario, aprovechar el viaje hasta el pueblo para comprobar cómo se invierte el dinero de sus impuestos, se arriesga a circular por un camino de promesas en las que, a modo de anticipo, se encuentra, precisamente en esos días, una cantidad considerable de las tropas del ministerio realizando las obras, estrechando viales y entorpeciendo el paso de vehículos. En buena cantidad de urbes grandes y medianas, el conductor podrá además contemplar con calma edificios históricos y plazas, puesto que numerosas ciudades carecen todavía de una carretera de circunvalación. Problema en el que merece mención Valencia, ciudad que en cada operación salida acoge a los vehículos en tránsito de norte a sur y de sur a norte, además de los procedentes del centro hacia las playas, convirtiéndola en la capital más congestionada de Europa.
Es cierto que algunas rutas han mejorado notablemente, pero el Ministerio de Obras Públicas no debería permitir el abandono en que suelen quedar los trazados públicos, a los que viene a doblar una autopista de peaje. Con frecuencia, esos itinerarios más tortuosos empeoran y se vuelven más peligrosos unos años después de haberse inaugurado una autopista paralela. Tal política negligente con los caminos públicos se opone incomprensiblemente a lo que ha sido la orientación de este Gobierno en asuntos de carreteras, y en donde ha apostado por la iniciativa estatal en detrimento de la privada. Ciertamente, en el trazado que debe quedar completado en 1991, las autopistas de peaje apenas tienen variación sobre las ya existentes, mientras se potencian notablemente. carreteras y autovías públicas y gratuitas. La decisión, que obedece a una inspiración política, es plausible, pero siempre que a la indispensable inauguración de nuevos tramos se sume la conservación y mejora de los ya existentes. Así se avanzará en la superación de un problema de comunicaciones con influencia sobre la economía, la vivencia social y cultural y, desde luego, sobre la integridad física de los españoles.
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