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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Escaparates de ciencia

Los MUSEOS, esos inmensos almacenes donde se amontonan cuadros, estatuas y mirones junto a algún voluntarioso copista, tomaron su nombre de las Musas, quienes tenían por función inspirar a los artistas. Quizá ese sentido tradicionalista que su propio nombre refleja haya frenado, especialmente en nuestro país, la acumulación de ciencia, y de los instrumentos con ella relacionados, en esos espacios.España es un país bastante rico en museos artísticos, pero paupérrimo en ofrecer muestras de los desarrollos históricos y de la situación actual de la investigación científica. Quizá esté ello relacionado con la escasa tradición de investigación en campos como la física, la biología o la química. Quizá también tenga algo que ver la insistencia de las administraciones públicas en invertir en cultura artística, fundamentalmente cuadros y esculturas, con olvido casi sistemático de otras formas de ver el mundo, incluso de las más directamente relacionadas con el arte pero no incluidas entre las tradicionales.

Es obviamente más barato y rentable, medido en términos de eco propagandístico, comprar un cuadro, que no exige más que una pared, una luz y una mirada, que invertir en instrumentos científicos del pasado y del presente. Pero si no se puede ni se debe renunciar a la herencia cultural artística y literaria, no está claro que ésta deba llevarse casi la totalidad de las inversiones administrativas, con casi desprecio de la cultura vinculada a las ciencias duras.

Desde el Renacimiento, la visión que los hombres han tenido del mundo ha estado estrechamente vinculada al desarrollo de la ciencia. Rafael y Miguel Ángel son difíciles de explicar -aunque no de disfrutar sin tener en cuenta el avance de la física, de la geometría y de la matemática en los mismos años en que ellos pintaban o construían. La actual estructura museística, al reproducir la representación del mundo en forma estanca, ayuda poco a comprenderlo. El museo se transforma en puro lugar de paseo, dotado en no pocas ocasiones de aire acondicionado, donde sólo se puede mirar, y a veces ni eso. Frente a la cultura de la mirada hay una posibilidad distinta: aquella que exige la participación de otros sentidos y otras facultades. Y desde ese punto de vista es necesario descubrir a la ciencia, especialmente si no se reduce su muestra a la mera exposición de sus elementos, si se les contextualiza, si se les da la vida, con las series de experimentos que posibilita, muchos de ellos perfectamente reproducibles en espacios cerrados.

Hay museos dedicados a actividades científicas, pero no pocos de ellos siguen teniendo el sabor decimonónico que se percibe también al mirar los programas de estudios de nuestros bachilleres- el mundo se divide en ellos en asignaturas, y unas poco o nada tienen que ver con las otras, hasta el punto de que en ocasiones ni siquiera esos saberes acumulados tienen que ver con el mundo.

No hace mucho, algunos críticos y psicólogos hablaban del síndrome de Stendhal, que, según dicen, causa delirios tras la contemplación de una obra de arte. La verdad es que nuestros museos difícilmente pueden producirlos. Más bien amenazan al visitante con la saturación. Esta clase de cultura ha permitido hasta el momento a los gobernantes presumir de patrimonio, y a los turistas, de una colección de diapositivas compradas o tomadas en las puertas de los recintos. La ciencia no ofrece eso, pero pudiera ofrecer más. Algunos países que han comprendido esto ofrecen a los visitantes la oportunidad de manipular con instrumentos que sirvieron para experimentos científicos o con otros que permiten entender el comportamiento de las leyes de la física o de la química. La atracción que despiertan estos centros los ha convertido en lugares frecuentados por turistas, pero son sobre todo establecimientos de gran eficacia pedagógica, magníficos complementos de las escuelas y de una educación general que no posterga el valor cultural de las llamadas ciencias duras.

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