Mar, sexo y sol
Los visitantes de 1987, hijos de la generación de turistas de la posguerra, buscan otros alicientes en España
"Cuando calienta el sol /aquí en la playa /sólo me faltas tú /cerca de mí". La vieja canción semiprohibida sigue siendo una buena síntesis de los encuentros a que aspiran los visitantes extranjeros en España. Sus actitudes ofrecen tonalidades panteistas, que se consagran en el altar de las tres eses: sea, sex, sun -mar, sexo y sol-, como se revela en una reciente encuesta realizada sobre una muestra de 1.231 personas por el sociólogo José Miguel Iríbar para la Oficina del Plan General de Benidorm.Esta encuesta, realizada a caballo de 1985 y 1986, indica que uno de cada cuatro turistas viaja a Benidorm para hacer el amor; que un 64% acude atraído por el sol y el clima; y que un 11,7% se encuentra motivado por la playa. Otro motivo complementario a las tres eses radica en el nivel de los precios.
Pero con eso no basta. Todos los industriales hoteleros coinciden en que el paquete turístico debe sofisticarse. Los jóvenes turistas de hoy son los hijos de aquellos europeos de posguerra que en los años cincuenta descubrieron la costa española y, cansados por el recuerdo del silbido de las bombas y el racionamiento, "sólo buscaban sol y descanso", como explica el hotelero y antiguo director general de Turismo de la Generalitat de Cataluña, Ramón Bagó. Los hijos de aquellas víctimas, y de aquellos verdugos, exigen ahora muchas otras cosas: deportes, animación, contacto cultural. Y, por tanto, nuevas infraestructuras.
También nuevas condiciones sanitarias y de calidad. "Una vez, en 1985, llegaron a zurrarme en una marisquería, la Posada del Mar, cuando inspeccionaba la calidad del marisco", recuerda Pascual Martí Miralles, entonces veterinario de Benidorm. "Ahora todo eso está controlado", afirma este militante de la calidad, actual director de la Oficina Municipal de Información al Consumidor (OMIC).
El problema sanitario, desde entonces, ha dejado casi de ser problema. Alguna intoxicación aislada. Si acaso, se echa en falta mayor transparencia. E incrementar el rigor en el control y la expedición de los títulos de manipulador: "Sería necesaria una revisión sanitaria, y los requisitos casi se limitan a escuchar un sermón", se lamenta José Manuel Navarro, responsable de la cadena hotelera Sol en la Marina Baixa -Benidorin y alrededores-, y directivo de Hosbec, la organización empresarial del sector.
Otros son más pesimistas, como Arseni Gibert, concejal socialista de Lloret y vicepresidente del Patronato de Turismo Gerona-Costa Brava, quien estima muy significativas las ventas de fármacos antidiarreicos durante la temporada. Todo indica que han disminuido los incidentes sanitarios y similares, "pero son frecuentes allá donde irremediablemente deben serlo: en el sector minoritario de hoteles, minoritario en número, pero no en camas, poco profesionales y especulativos", indica Gibert. El asunto permanece, debido a que persiste la degradación de la oferta porque los industriales que trabajan mal, ganan más dinero que los que lo hacen bien".
Una luna de miel
Entrecruzadas con los nuevos controles de calidad, se desenvuelven las historias de amores, encuentros y desamores. Como la de Aldo Scalzo y Michèle Ritondo. Esta pareja de veinteañeros belgas, hijos y nietos de italianos, se casaron en Bruselas. Contrataron su luna de miel -avión, pensión completa por dos semanas en el Hotel M, de dos estrellas, en Benidorm- con el operador turístico Airbeach. Aldo, mecánico, y Michéle, contable en paro, llegaron a España el 4 de julio. El vuelo se retrasó tres horas:
"Eran las 22.30, pedimos algo de comer, nos dijeron que no eran horas", explica Aldo.
"Eso fue sólo el comienzo, la limpieza dejaba que desear, cambiaban sábanas una vez a la semana, eran bruscos", tercia Michèle.
La luna llena de miel se fue convirtiendo en cuarto menguante de acíbar.
Otros jóvenes italo-belgas fueron coleccionando descontentos. Hasta que, el día de la toma de la Bastilla, 14 de julio, una decena de ellos se plantó.
"Todo lo que dicen son excusas, querían follón y lo han provocado, algunos no sintonizaron con la calma del hotel y se propasaron con las chicas en una fiesta de disfraces que montamos como animación", replica el hotelero, poniendo al centenar de huéspedes restantes como testigos.La pugna por la calidad prosiguió con análisis sanitarios en las cocinas, algo descuidadas, pero relativamente correctas. Los jóvenes, una decena, elevaron una protesta escrita ante la OMIC.
Este conflicto, que no tragedia, tiene la virtud de erigirse en microclima de los sinsabores entre los convocados al encuentro, turistas y hoteleros. La salida, que no solución, del mismo fue emblemática. La protesta, en buena parte justificada, pero exagerada -alguno de los clientes arguyó diarreas causadas por la alimentación, pero declinó el examen médico, aparentemente por no perder más tiempo-, involucró sobre todo al hotelero. Pero el operador que había realizado las reservas desde Bélgica se fue de rositas.
"Lo cierto es que el mal clima suscitado tenía alguna razón de base: el operador extranjero había vendido habitaciones con balcón y en realidad el hotelero no está comprometido a ofrecer esos espacios", reconoce el representante de la agencia Riviera, la intermediaria.
Al final, todo acabó, al menos de momento, en un traslado de establecimiento de los huéspedes, previo pago de un simbólico suplemento. Un grupo de jóvenes con la amarga sensación de haber pasado su amor por el cedazo del engaño; un hotelero dispuesto a llevar a los tribunales su crispación con la Prensa local; un operador turístico que para pescar no necesita mojarse las rodillas, y una cauta Concejalía de Sanidad que se toma su tiempo. Ésos fueron los personajes y sus actitudes finales en la minúscula novela de un desencuentro.
Ministros y millones
Historias como ésta, llegue o no la sangre al río, las hay a miles. Porque los turistas siguen llegando a espuertas. Desde los tiempos gloriosos del boom, las cifras que se ofrecían versaban sólo sobre las llegadas, datos siempre crecientes coronados por la colocación de una banda de seda artificial sobre pecho y espalda de la turista equis millones.
Un antiguo alto cargo de Turismo recuerda una divertida anécdota que le contó el capitán de la Guardia Civil del puesto fronterizo de La Jonquera. "Llegó el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, y preguntó cómo iban las entradas", relataba el capitán.
"Ministro, este año va peor, un 10% menos que la temporada anterior", respondió el capitán.
"Es al revés, un 10% más, ustedes se han descontado, si lo sabré yo, que soy el ministro", sentenció Fraga.
"Como usted diga", se cuadró el oficial de la Benemérita.Desde entonces, explica el antiguo alto cargo, "la Guardia Civil dejó de contar".
En los últimos años ha habido un ajuste fino en el registro de entrada, aunque su precisión deja margen para la imaginería. Ya se sabe aquello del almirante Carrero Blanco al catedrático Fabián Estapé, cuando éste servía en el Plan de Desarrollo: "Déjese, déjese de estadísticas, Estapé, que eso son cosas de comunistas".
Sea como fuere, y pese a todas las insuficiencias estadísticas, es cosa cierta que 1986 constituyó nuevo récord para el sector: 47 millones de visitantes extranjeros entraron en España, un 9,6% más que los 43 millones de 1985. Y los cinco primeros meses de 1987 indican que el progreso no ceja: según cifras oficiales de la Secretaría General de Turismo, hasta mayo entraron 13,7 millones de visitantes, un 10,2% más que los 12,5 millones de igual período de 1986. Claro que los hoteleros, que en eso son más agricultores que industriales, se lamentan de los niveles de ocupación de la primera quincena de julio, que oscilan entre el 60% y el 80%.
Lo que sucede es que la tem porada, definitivamente, se ha alargado, y algunas de las semanas tradicionalmente punta lo son menos. La causa está en la remasificación del turismo de masas operada en los últimos años, desde la crisis del petróleo, por la vía del autocarismo. "Muchos de los que venían en avión vienen ahora en autocar", ilustra Arseni Gibert, "puesto que Lloret o Calella están a una sola noche de carretera desde Francfort". Con los precios de transporte más baratos, nuevas capas sociales se apuntan al bombardeo y se incorporan al hábito de viajar: sectores obreros, tercera edad.Nuevas capas, nuevas costumbres. Cada vez más, la gente hace vacaciones más cortas, una semana, un puente. La necesidad de romper el ritmo monocorde se impone. Las viejas vacaciones de tres semanas seguidas decaen. Y así, "las temporadas altas o bajas no van tanto por meses como por los períodos en que hay fiestas en los países emisores, como las diversas Pascuas", como explica Ramón Bagó.
Cerveza contra 'overbooking'
Con estos cambios, se modifican también las viejas lacras del sector. El fantasina del overbooking, por ejemplo. La doble contratación desencadenó el año pasado una tormenta en Lloret, al afectar a 500 personas (según la Gerieralitat de Cataluña) o a 3.700 (según el Patronato Municipal de Turismo), provocó hacinamien tos y, más que arreglos, cambalaches, como el de colocar a cuatro huéspedes en una habitación, a cambio de bebida gratuita. En esta temparada apenas se ha producido, pero se ha dado un caso en pleno mes de mayo, lo nunca visto, que afectó a docenas de alumnos de un colegio de Burgos y a su maestro.
La menor ocupación y una mayor previsión exorcizan el fantasma. Hoy día, los operadores venden ya plazas según zonas y clases con botel indeterminado, a fin de ajustar los envíos. Así se evitan mayores conflictos. El margen de maniobra es aún estrecho, pero algunas experiencias lo amplían. Así, la Generalitat valenciana -"nuestra función consiste más en prevenir que en sancionar", como señala Benjamín de Diego, del Departamento de Turismo en Alicanteelabora un damero semanal en el que coteja las previsiones de hoteleros y operadores. Cuando salta la disparidad, se descubre el problema. Y se logra evitar la actuación in extremis, que, en todo caso, debe culminar en menos de 24 horas con turistas y maletas sin techo.
El fantasma dormido, sin embargo, acecha. "Siempre habrá overbooking mientras los contratos no vinculen a las dos partes operadores y hoteleros", sostiene Pascual Lillo, director de Rhode, SA, y de la junta de Hosbec.
La dependencia de los indus triales respecto a los operadores se endurece o suaviza al compás del mercado. Demanda débil hotelero atornillado. Ahora mismo se están firmando los contratos para la próxima temporada. La relativa flojedad de julio en El Maresme y la Costa Brava provoca que las alzas de precios para el futuro sean sólo del 3% o el 4%, para temporada alta, y estabilización para la baja.
La relación de subordinación también evoluciona con los años. El típico hotelero medio que nació agricultor y construyó su establecímiento a base de anticipos ofrecidos por las agencias y los grancies operadores a cambio de contrataciones severas, ha devuelto ya créditos y anticipos. El hotel es suyo, pero no la mercadotecnia. Sigue doblegado a un mercado que no controla, supeditado a que la agencia le traiga los clientes desde más allá de los Pirineos.
Algunos intentos de establecer un operador turístico español están aún en mantillas. En la costa catalana -que supone un 30% del tráfico turístico-, 140 hoteles, además de cafeterías y campings, se unieron en Servicios Mancomunados de Hostelería (Sehrs), insólita cooperativa que preside Ramón Bagó, con un conjunto de 5.000 empleados y 30.000 camas, nacida en 1976 "de la obsesión de que nosotros éramos muy pequeños para luchar individualmente". La entidad compra para sus asociados artículos y servicios, fabrica el pan, dispone de mutua de seguros y contrata sus propias plazas, aunque en este terreno queda mucho por recorrer.
Fred Astaire
Junto al vacacional, masivo y de operador, permanecen otras dos clases de turismo: el de negocios, en las grandes ciudades; y el individual, tradicional y artesano. Es el que defienden encarnizadamente gentes singulares, como el propietario del hotel Aiguablava, Xlquet Sabater, un hombre jovial de 69 años de quien la National Geographic dijo que era el Fred Astaire del turismo español. Para Sabater, el litoral español y también la Costa Brava, "ha optado por el camino más fácil", porque aunque sea necesaria la alpargata del obrero de la Volkswagen o de la Philips, todo se ha enfocado a ese segmento. "Estamos huérfanos de turismo de calidad, nos pasa como en el textil, que la confección es necesaria, pero queda coja sin una buena y cuidada alta costura".
La historia de Sabater es también una historia de amor: por el paisaje, por la creación de algo "que no sea solamente ganar dinero". Un chalé destruido en la guerra, una atávica afición a la pesca, un esmero en la calidad, unos clientes que se suceden de padres a hijos, son los principales capítulos de la historia, fraguada ya en cuatro generaciones, y que motivó el libro del padre Mertens Las llaves del Reino de Dios, que, obviamente, se encuentran en Aiguablava.Pero no sólo en los locales de muchas estrellas se hallan ejemplos de encuentros de este género, entre la artesanía y el negocio. María Teresa García Rubau y Jaume Esteve, antiguo comerciante en cavas, empezaron en 1960 ofreciendo desayunos a visitantes suizos en su masía,junto a la playa de Sant Antoni de Calonge. Los mismos de entorices siguen acudiendo puntualmente, temporada a temporada, sin agencias ni intermediarios.
El primer año ganaron 13.000 pesetas. Pronto decidieron obtener un crédito de 100.000 pesetas en una caja de ahorros. De aquellos recursos y del trato personal surgió María Teresa, un establecimiento modesto y mítico. Y surgió también el encuentro, en un partido de fútbol, entre Toni, holandés, hijo de un ingeniero de la Shell, y Francina, la hija del emprendedor comerciante. Hoy, Toni acompaña a sus clientes no sólo a recorrer playas, sino también a conecer el románico del Pirineo o a entusiasmarse con la arquitectara modernista en Barcelona. Porque mucha industria turística estará cubierta de polvo, pero también en algunos casos, como Quevedo, "polvo será, mas polvo enamorado".
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