El Estado
Ignoro si entre los proyectos de creación de nuevas especialidades universitarias figura el de estadista. Teóricamente los estadistas deberían salir de la facultad de Ciencias Políticas, pero hasta ahora siguen siendo los abogados los que mayoritariamente consiguen el paraempleo de estadistas. Nuestro más importante estadista del Reino, don Felipe González, es abogado y ha aprendido a ser estadista con la práctica y con la ayuda de Las memorias de Adriano. Su saber real sobre cómo ser estadista es personal y difícilmente transferible. Sus pautas de conducta no pueden objetivarse del todo, ni proponerse como generales.Pero se adivinan algunas pautas comunes a todos los estadistas. Por ejemplo, en el transcurso del orientativo debate que el presidente sostuvo con Victoria Prego, se vio que como Disraeli o Bismarck, Felipe González no remodela su Gabinete cuando se lo pide la vox populi. Estaría bueno. González frivolizó incluso al atribuir la demanda remodelativa a los calores del verano. Ya lo escribió el poeta: "Siempre se espera un verano mejor y propicio para hacer lo que nunca se hizo". Sí la vox populi pide la cabeza de Solchaga y Barrionuevo, es deber de un estadista preguntarle al Estado qué razones puede haber en esa demanda. El Estado en verano sólo piensa en las vacaciones, como cada quisque, y, consciente de su envergadura superior a la de un jefe de Gobierno, lo ha despachado con una frase ininteligible que más o menos quería decir: con estos calores no me vengas con puñetas. Cuando el Estado está de mal humor, lo más prudente es que los jefes de Gobierno salgan de la audiencia de puntillas. Hay quien cree que el Estado es una abstracción necesariamente llena de archivos y abogados. Yo siempre he tendido a creer que el Estado era un señor concreto que siempre vive en el último piso de la casa más alta. Aunque reconozco que así como es necesario ser Papa para tener la certeza de la existencia de Dios, es imprescindible ser estadista para saber si el Estado existe o es una coartada.
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