Solidarios
Una de las palabras más absolutamente vacías que conozco es la palabra solidaridad. Es también una de las más utilizadas por los políticos con acceso a distintas palestras, sean las orales, las impresas o las de las ondas radiofónicas o televisivas. Hay que ser, se nos dice, solidario porque ello, al parecer, producirá una sociedad más libre, tolerante y feliz. Nada más increíble ni más falso. Sólo el egoísmo produce provecho.Los hombres, y en eso parece haber pocas divergencias, son biológicamente iguales y, precisamente por eso, apetecen los mismos bienes. Lamentablemente, ¡ay!, esos bienes son escasos. De ahí el conflicto, la competencia y la lucha. Ante esa escasez con la que la naturaleza castiga nuestro apetito sólo quedan dos opciones: el pacto para el reparto o el enfrentamiento y que venza el más fuerte. Éste lo tendrá todo; el otro, nada. Y es el convencimiento de que nadie es absolutamente más fuerte el que nos impele a mostramos razonables y pactar nuestra parte en esos bienes y tambien nuestra exclusión de otros. Pero esa decisión se hace no porque pensemos que los demás merecen más o menos lo que se llevan sino porque es la única manera de tener nosotros algo asegurado.
Elévese esto a norma general de conducta: cualquier pacto, cualquier decisión social que se tome, debe procurar beneficios a todas las partes en litigio, en caso contrario, el descontento y el conflicto está garantizado.
Seguramente nunca habrá una sociedad sin conflicto, contra lo que creyeron los herederos de Locke, entre los que hay que incluir a no pocos marxistas confesos. Esa convicción es una de las características de nuestro tiempo. El paraíso terrenal no sólo no exisitió nunca en el pasado, tampoco existirá en el futuro. No es que el hombre sea, por naturaleza, perverso, es que es egoísta y, por eso mismo, solidario. Mi voluntad de solidaridad, sin embargo, se acaba, exactamente, donde empiezan a negárseme contrapartidas. Lo demás es cristianismo primitivo, es decir, ganas de martirio.
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