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Elisabeth Badinter está logrando que su libro sobre la pareja sea traducido y anunciado como una revolución. El libro se llama El uno es el otro y dista mucho de ser un fenómeno transformador. La ventaja que ofrece, por el contrario, es que ratifica todo lo que el lector había descubierto hace años y que por razón de su apretado horario no había tenido la oportunidad de exponer. Suelen tener mucho éxito estos libros.La base de la obra de Badinter es que, frente al tiempo en que los sexos eran complementarios (ella siempre amamantando y en contacto con la vida; él cazando búfalos y desafiando a la muerte), frente a los sexos complementarios, dice, se ha pasado al tiempo en que los papeles son intercambiables (ella lavando las camisas, él lavando el coche, ambos lavando los platos). Con ello, dice Badinter, se habrá perdido una punta de pasión pero no puede negarse que se ha ganado en nitidez. Es decir, se habrá perdido una parte de la vista entre lo que es femenino y lo que es masculino (si es que alguna vez se supo qué fue lo masculino), pero se ha logrado una mixtura que facilita el autoconsuelo y, en suma, la posibilidad de vivir sin torturarse con el misterio del sexo opuesto. Todo ello y otras ideas igualmente alentadoras que se encuentran en el libro se corresponden en definitiva con el famoso descubrimiento de hace unos años gracias al cual la mujer -en la medida en que empezó a ganar un buen sueldo- comenzó a constituirse en ser humano. No fue un descubrimiento sin tacha, ésa es la verdad. Tanto la mujer como el hombre se conmovieron con el hallazgo, pero a cambio les procuró dones desconocidos. El mayor de ellos fue acaso el que les permitió contemplarse como individuos, tipos con sexos diferentes pero no necesariamente de distinto género. Se vio entonces que había hombres que eran muy chicas y chicas que eran en verdad muy hombres. De esta manera empezó a desaparecer gran cantidad de sentimientos de culpa y se demostró que las víctimas eran indistintamente unos u otros. Fue el fin del feminismo.

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