Un nudo de enigmas
Hay dos libros de reciente publicación en España sobre la vida y la obra de Orson Welles. Uno es Orson Welles, de Barbara Leaming, y otro Orson Welles, esplendor y caída de un genio americano, escrito por Charles Higham. Ambos, sobre todo el primero, ofrecen abundantes investigaciones e informaciones inéditas sobre la vida y trabajos del cineasta y apuntan análisis referidos a todas sus películas.Los libros son muy diferentes, tanto en sus calidades como en sus enfoques críticos. Pero ambos coinciden en una cosa: conceden importancia, aunque con algo de tacañería, al filme Sed de mal (Touch of evil), realizado por Welles en 1957, dos años después que Mister Arkadin, que TVE emitió la pasada semana, y un año antes que El proceso. Estas dos películas fueron de producción europea, mientras que Sed de mal supuso el efímero retorno a Hollywood, como director, de un Orson Welles que ya estaba prácticamente expulsado de las nóminas de los grandes estudios californianos. Sed de mal no triunfó en Estados Unidos, y ésta puede ser la causa del tratamiento voluntariamente epidérmico que le dedican.
Hay varias versiones sobre cómo llegó Welles a dirigir una nueva película en el Hollywood que 10 años antes lo había desterrado con cajas destempladas, pero parece que la que sigue, por ser la menos rocambolesca, puede ser la más cercana a la verdad. En principio, Welles iba tan sólo a ser, junto con Charlton Heston y Janet Leigh, una de las estrellas de la película. Pero los buenos oficios de Heiton, que admiraba a Welles y deseaba actuar en un filme dirigido por él, acabaron por poner en manos del cineasta la responsabilidad de la realización de Sed de mal. Y lo que parecía destinado a ser una película de serie negra convencional sufrió en manos de Welles tantas y tan imprevistas transformaciones que terminó convirtiéndose en una de sus obras más personales e incluso en una de las más singulares de la historia de Hollywood.
Casi un vuelo
A raiz de su emisión hace unos años, en estas páginas llamamos la atención sobre uno de los fascinantes enigmas que hay en este extraño y poderosísimo filme, lleno de audacias formales sin precedentes y, después de 30 años, casi sin consecuentes.Nos referimos entonces a su famosa secuencia inicial, un movimiento -casi un vuelo- de cámara realizado en un solo plano de varios minutos de duración y que los estudiosos de la obra wellesiana consideran un alarde casi insuperable, por la dificultad que su realización entraña y por el derroche de facultades imaginativas que hay en ella.
A través de esta secuencia se entra en la película por todo lo alto, lo que es un anuncio de lo que va a ser el tormentoso curso del relato que a partir de ahí se desencadena: un esquema de tragedia clásica de pureza casi lineal, esa paradoja de la inventiva que, para entendernos, consiste en penetrar en una representación de los conflictos superiores de los hombres por la cumbre y, no obstante, seguir ascendiendo desde esa cumbre hacia arriba a medida que el espectador se adentra en ella.
Si Sed de mal comienza con un "no va más", su transcurso nos sigue sorprendiendo, pues cada secuencia -y si el espectador se detiene en los aspectos formales, en cómo Welles saca angulos visuales inéditos de situaciones y tipos convencionales- es un nuevo caso de irrupción en la pantalla de lo inesperado y en cierta manera de lo inesperable: los personajes, realmente insólitos, que interpretan Marlene Dietrich y Akim Tamirof; las escenas en la casa de la primera o las de la muerte del segundo; las secuencias del motel; la composición que Welles hace del policía Quinlan, presentan tanta originalidad que muchos exegetas de la obra de Welles consideran a Sed de mal como su película más inexplicable, más enigmática en su diafanidad.
Estamos ante una joya infravalorada en su tiempo, hasta que el paso de los años le ha ido devolviendo el lugar que le corresponde en la filmografía de su autor y en el libro de oro de la historia del arte contemporáneo.
Sed de mal se emite hoy por TVE-1 a las 21.15.
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