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Penitentes

Rosa Montero

La pesadumbre les nimba como un halo glorioso. Me refiero a los sociatas, quienes, preocupados por una victoria electoral tirando a pírrica, andan últimamente la mar de arrepentidos y modosos. Yo no sé si este país siente debilidad por los perdedores, lo cual nos honraría, o si es que la tradición judeocristiana del castigo y la culpa nos ha convertido irremisiblemente en una caterva de sadomasoquistas; porque lo cierto es que nos priva la mortificación propia y ajena, hasta el punto de haber trocado la penitencia pública en un celebérrimo espectáculo, cual es el caso de la Semana Santa.Pues bien, hete aquí que los del PSOE, sin duda sabedores del éxito popular del nazareno, han decidido organizar su propia procesión penitencial, cosa en la que los sevillanos son, como todo el mundo sabe, grandes, expertos. Y así, es un portento el verles tan contritos, tan primorosamente humildes, con una corona de expiación sobre las sienes y los ojos moraditos de martirio. En fin, que la ciudadanía está disfrutando de lo findo.

En realidad se trata de una parábola moral muy conocida: es el cuento del soberbio que al final recibe su castigo y aprende en la humillación a ser buenísimo. La puesta en escena es fabulosa; la ejecución precisa; la procesión, en suma, les está quedando muy lucida. Lástima que se les haya escapado un pequeño detalle rechinante: su pataleta con los medios de comunicación en general y con TVE en particular, a la que acusan (¡cielos!) de haber tratado fatal a su partido. Reza la ortodoxia que la condición básica del penitente es el arrepentimiento y el propósito de enmienda. Y yo no encuentro que nuestros nazarenos de la política sufran tales espasmos de conciencia. Les ha dolido el capón de las urnas, eso está claro; pero para solucionarlo amenazan con sacar un diario propio y con tomar televisión en plan Atila. Se diría que, más que enmendar sus errores, lo que se proponen es enmendar a cantazos a quienes les son mínimamente críticos. Miedo me dan estos penitentes que empiezan por atizar a los demas con su cilicio.

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