Entre el barroco español y el 'iberoamericanismo'
ENVIADO ESPECIAL, El talante característico de la actual musicología española es el de su vitalidad; quiero decir, la voluntad de convertir en música viva lo que antes se ha investigado en archivos y bibliotecas. Éste es el caso del conquense José Barrera, organista de la catedral de Málaga, interpretado en el último concierto de la Orquesta y Coros de Bulgaria.Antonio Martín Moreno ha trabajado sobre los originales de siete conciertos para órgano y orquesta de Barrera, de los que ahora hemos escuchado tres. Como sucede con otros conciertos, como los de Esteban Redondo, presentados en el festival granadino hace dos años, la línea estilística de Barrera tiende a la concisión, hace gala de una gra cia entre barroca y clásica, y se inclina más hacia la sustancialidad y los conceptos del padre Soler que hacia las formas de Haydn.
En todo caso, se trata de capítulos de nuestra historia musical -pequeña o grande- que jamás deben ser sustituidos por el silencio ni estatificados por la previa y necesaria documentación musicológica.
Algo parecido podría decirse de Fernando Sor, el desconocido, o sea, el de su obra no dedicada a la guitarra. En su Motete al Santísimo Sacramento, que conserva la catedral malagueña, Sor aparece, como siempre, clásico y elegante, con giros estilísticos que se balancean entre el primer Beethoven y el Cherubiní religioso y obediente a alientos expresivos directos y sugerentes.
Estas denominadas "recuperaciones" o, lo que es lo mismo, puesta en atril de una herencia escondida que desvelara muy lúcidamente el musicólogo Rafael Mitjana, resisten mal las vecindades rutilantes de un Vivaldi con su milagroso Concierto rústico o un Telemann con su bellísima Música funeraria para un canario de dulce cantar, que han sido dos de los más altos momentos en toda la actuación de la Orquesta de Tolbuhin y el Coro Madrigal de Sofía en su visita.
Se celebra este año el centenario del compositor brasileño Héctor Villa-Lobos, una naturaleza musical fuera de serie, una capacidad imaginativa extraordinaria y un temperamento efusivo y entusiasta, volcado a cuanto fue y significa la etnia de su país de origen.
En torno a Villa-Lobos
Flores Chaviano, excelente concertista y profesor de guitarra cubano, bien conocido y prestigiado, entre otros muchos valores, por su servicio constante a la música de su tiempo, explicó el miércoles, en el patio de los Arrayanes, seis capítulos importantes de la música latinoamericana. Autores de tres generaciones coetáneas de Villa-Lobos enmarcaron los cinco preludios de éste, pensados para la guitarra de Andrés Segovia.La Sonata de José Ardevol -nacido en Barcelona, pero en realidad figura básica de la música cubana- data de 1948, una creación importante tanto desde el punto de vista de la textura y la forma como en el de la frescura de las ideas, en cuyo desarrollo la guajira y el son se esencializan y trascienden.
Del mismo 1916 es el argentino Alberto Ginastera, que en su Sonata de 1976 pisa el terreno de la modernidad, sin olvidar los ritmos, las cadencias y las evocaciones del popularismo musical pampeano.
El año pasado murió el venezolano Antonio Lauro, un revitalizador del nacionalismo en su país a través de un amplio y feliz repertorio guitarrístico con o sin orquesta.
Los Tres valses pudieron servir de ejemplo de lo que, más que un trabajo sobre datos, es en Lauro la creación de un popularismo nuevo y cultivado.
El mexicano Carlos Chávez siempre miró de hito en hito tanto el indigenismo azteca como la herencia europea, para tirar después por la calle de enmedio de su original contemporaneidad.
En fin, el también mexicano Manuel Ponce y su Sonatina meridional, tan divulgada por su destinatario, Andrés Segovia, completaron un recital fascinante por la música y por la complicidad ambiental, nocturna y alhambrista.
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