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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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"Libre y a la izquierda"

Si Willy Brandt tuviera que escribir un libro sobre su historia lo titularía Libre y a la izquierda. Eso dijo en el discurso con el que el pasado domingo acabó una larga historia al frente de los socialdemócratas alemanes. Hoy publicamos un amplio extracto de ese discurso. Brandt luchó contra Hitler, estuvo en la guerra de España, fue alcalde de Berlín Oeste, llegó a ser el primer canciller socialdemócrata de la RFA, fue Nobel de la Paz por su política de reconciliación entre los bloques e impulsó a los socialistas españoles, quienes, por cierto, no estuvieron en su despedida.

Era conocido desde el pasado verano que yo no me iba a presentar como candidato a la reelección en el próximo congreso ordinario. No puedo recomendar que se imiten tales cosas. También en la política hay algunas de las cuales sólo se debe hablar cuando están maduras. Incluso entre los socialdemócratas, que no somos precisamente enemigos jurados de una previsora planificación.Por lo demás, en un texto de Traven podemos espigar la conducta de una tribu mexicana al cambiar de jefe. Le bajan al recién elegido los pantalones y le ponen con el trasero desnudo unos momentos sobre el fuego. La imagen parece significar que no se debe quedar sentado largo tiempo en el asiento de jefe.Yo estuve sentado en él un turno bastante largo. Y, naturalmente, no siempre he hecho lo que era justo. Pido vuestra indulgencia.Tampoco quiero silenciar en este discurso de despedida que estoy contento con este paso a una nueva etapa de mi vida. Hemos ayudado -de manera insuficiente, en verdad- a introducir importantes principios de reforma política, cuando los asuntos de nuestra comunidad, en una ocasión anterior, amenazaban con hacerse excesivamente rígidos en los años sesenta. Y pusimos en marcha -contra una gran resistencia- una nueva política de reconciliación cuando se había hecho necesaria. Uno, que no luchó por Hitler, sino que pudo trabajar por la otra Alemania, pudo saber con gran satisfacción que de nuevo en nuestro país, y para muchos otros en Europa, la paz había conseguido un común denominador, lo que estaba de acuerdo con la buena tradición de la socialdemocracia alemana.Pese a los éxitos, tampoco los socialdemócratas tuvieron siempre razón. No soy tan necio para afirmar lo contrario. Pero podemos decir sin sobreestimarnos que nuestro partido no estuvo nunca al lado de aquellos que empezaron la guerra y esclavizaron a nuestro pueblo. Nosotros trabajamos, por el contrario, en hacer de los despreciados proletarios y de las incapaces mujeres ciudadanos conscientes del Estado.El tiempo del ciudadano emancipado no es el pasado. Vuelve siempre. Pese a la pereza mental reaccionaria y a los aires de estrellas de aquellos para los que trabajar seriamente es poco divertido o requiere un esfuerzo excesivo; pese a los que trabajan menos por los seres humanos que por su poder o su gloria.Nuestras misiones son claras. El SPD no debe dejar que se le impida perseguir aún con mayor energía su lucha contra el abandono de los intereses alemanes en el mundo, la lucha contra el paro y contra la injusticia que se extiende como mancha de aceite. Nuestras consignas han de ser: razón ilustrada, humanismo ecológico y social y cultura democrática. Nuestro deber, seguir siendo lo que hemos sido desde hace más de 100 años: una unión de patriotas alemanes con responsabilidades europeas, en un infatigable servicio a la paz y al progreso social, tanto en este país como en el exterior.LIBERTAD

Si debiera decir lo que es, junto a la paz, lo más importante para todos nosotros, mi respuesta clara y sin duda sería: la libertad. La libertad para muchos y no para unos pocos. Libertad de conciencia y de opinión, y también libertad de la miseria y del miedo. Así se afirmaba a principios de la II Guerra Mundial en la Carta del Atlántico, la que yo no comprendí entonces más que como un instrumento de la guerra psicológica.La libertad era un lujo para el canciller de hierro, algo que no se le podía ofrecer a todo el mundo. La libertad para el pueblo, para la mayoría no tiene nada que ver con las promesas que sólo se pueden cumplir con una minoría. Esto era suficiente para los capitalistas liberales. Los ideólogos neoconservadores han admitido este engaño. Aun así, no tenemos nada que perdonarnos cuando admitimos que nuestras propias debilidades nos han impedido decir lo suficientemente claro que no estamos por la felicidad reglamentada, sino que queremos la liberación de las capacidades creativas que tienen los hombres y la libertad de movimientos de los individuos dentro de la responsabilidad social.Pretender ostentar el monopolio de la libertad sería una pretensión desconocida por la historia e impropia de una democracia. A diferencia del Estado de Weimar, se consiguió, después de 1945, un entendimiento entre las fuerzas políticas importantes de la Republica Federal; en todo caso, un aucerdo sobre cómo se debía organizar el Estado y cómo debían ajustarse en él las diferentes opiniones e intereses. Atenerse a ello, conjuntamente con otros muchos, significa cerrar el paso a una separación ideológica y a una irresponsable debilidad nacional. En otras palabras: cuando se trata de la libertad no faltará nuestra posición por la que asumiremos responsabilidades totales, nacionales y europeas.El que tuviéramos que dedicar tantos esfuerzos a los derechos humanos y a la igualdad ha debilitado nuestra fuerza nacional y a Europa. No, no fue un capricho cuando exhorté en 1969 a atrevemos a progresar en la democracia. El camino que entonces recorrimos -desde la política educativa y jurídica hasta la organización de las industrias- no fue tan lejos como muchos esperaban, pero han cambiado cosas y se han creado nuevas realidades. Y cuando llegue su momento, volveremos a colocar otra vez mucho más adelante los jalones de la reforma social y democrática. Nuestra brújula sigue marcando el rumbo que yo califico de idea básica de nuestro movimiento, a saber, hacer que un número creciente de hombres pueda sentir la libertad, cuidando que los grandes sectores de la vida social estén penetrados por los valores fundamentales de la democracia y la justicia. Y que, sobre todo, la solidaridad significa proporcionar más libertad a los débiles. Y que lo moderno, por lo que hemos luchado y seguiremos luchando, tiene que afirmarse frente al retrógrado conservadurismo -incluyendo a su variante liberal- e igualmente contra el fundamentalismo anarquizante.Me parece indudable que se abren nuevas perspectivas para el Estado social por razones económicas y coherencia ecológica. Necesita, además, de sus energías para que no disminuyan la generosidad y la participación cultural, sino que se hagan propiedad de todos.

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Un partido popular moderno tiene que dar un nuevo enfoque al progreso: no tenemos que desprendernos de este concepto, sino redefinirlo. Ahí cabe -como ya hemos aprendido- una concepción moderna del desarrollo: de la ciencia como conocimiento orientador y de la técnica, que sigue siendo importante, pero a la que, en interés de los hombres, hay que poner barreras.Es importante que no nos dejemos confundir por posiciones enemigas de la sociedad, bien sean de fundamento alternativo o convencional. Es esencial para un partido moderno y popular reconocer que en muchos sectores el progreso es la conservación y que las cosas antiguas y buenas deben ser recogidas en un nuevo orden. Los verdaderos valores no tienen por qué ser sacrificados.Y esto también es válido para la clase trabajadora, para el movimiento obrero y para el valor y la dignidad del trabajo. Todos los que acabo de mencionar están también sujetos a la ley del cambio.Éste es, en todo caso, el momento en que hay que defender la idea del Estado socialista de las libertades. Más aún, tenemos que seguir desarrollándola, desburocratizarla cuando sea necesario, concretarla y adecuarla de modo realista a las necesidades de los interesados. El que la falta de una acción sin planificar no produce sino el caos es algo que vemos mucho más allá de las fronteras de lo social. Ciertamente, no nos faltaron catástrofes en los pasados años.No necesitamos relativizar nuestra afirmación de la competencia y de la economía de mercado. Más bien sería aconsejable destacar aún más la importancia de lo empresarial, de la responsabilidad propia y del compromiso cooperativo. El Estado no puede ni debe hacer ni regular todo.No apoyo la amplificación de la idea del Estado, pero continúo creyendo que no se puede hacer una política socialdemócrata cuando se tiene mala conciencia sobre la naturaleza del mismo. Es cierto que tan sólo los verdaderamente ricos pueden permitirse tener un Estado pobre.Lo aconsejable que es la vigilancia de todas aquellas tendencias que coartan innecesariamente la libertad del individuo y el tener cuidado de no dejarse conducir por malos caminos, por supuestas necesidades de la seguridad del Estado, lo experimenté yo mismo con el llamado decreto contra los radicales. También hay que estar vigilantes contra la excesiva centralización que está aumentado en varios terrenos.Apoyo que el pensamiento libre permanezca y se refuerce en el socialismo democrático. Esto quiere decir, entre otras cosas, que tenemos que detener la inclinación no exclusiva, pero sí ciertamente muy alemana, a la acumulación de poder. Tampoco tenemos que ceder en la superstición del efecto positivo de las medidas de la autoridad.Si no queremos vaciar el concepto de libertad -para completar la democracia parlamentaria-, éste debe concretarse no sólo en las instituciones del Estado, sino igualmente en las poblaciones y en las empresas; en la democratización de la vida económica; en el control social y humano del progreso material; en la autonomía comunal, que no debe dejarse decaer; en el ulterior desarrollo crítico de la democracia social y de sus instituciones. El futuro no puede estar en excrecencias burocráticas y en la perfección del poder del aparato administrativo, sino en la cogestión de los trabajadores, de los consumidores, y sobre todo de los ciudadanos en su administración.Nuestros veteranos lucharon contra el Estado autoritario. Ni ellos ni nosotros capitulamos ante los nazis y sus poderosos colaboradores. Ni ellos ni nosotros nos dejamos avasallar por el brutal desarlo del Este. Y así debemos seguir: los socialdemócratas alemanes no tolerarán nunca jamás ofensas a la libertad. En la duda, ¡por la libertad!Y hacemos una llamada a la libertad -en primer y último lugar- para nosotros, los europeos, y por nuestro propio pueblo; reclamamos libertad para los, perseguidos y débiles.

RESPONSABILIDAD

Acaba un semestre en el transcurso del cual nuestro partido tuvo que sufrir serios reveses electorales. Hamburgo y Renania-Palatinado dieron mejores resultados. Con esto me quedé satisfecho, como pueden pensar. Los que hablaron prernaturamente de una tendencia habían errado.Como yo no esquivo la responsabilidad, señalo también, sin falsa modestia, aquellos comicios en los que dirigí la lucha por el poder. Conseguimos en cuatro envites subir del 31% a casi el 46% del promedio federal, con una proporción en primeros votos superior incluso al 49%. En un cierto sentido, yo también fui corresponsable de que el número de nuestros afiliados subiera de 650.000 a casi un nifilón. En algunos puntos retrocedemos. Bueno, creo que tenemos que esforzarnos otra vez, esto ante todo.He cometido mis faltas. No he prestado atención a aquellos que debía haberlo hecho. Lo siento.Prometí mantener la unidad del partido como la niña de mis ojos, según la fórmula ordinaria. Mantener esta unidad fue lo que me motivó en muchas situaciones en las que unos u otros, e incluso todos juntos, deseaban que el presidente obrara o por lo menos hablara con más autoridad. Ni aun ahora les puedo dar la razon, sino que tan sólo puedo corroborar cuánto ha avanzado mi convicción sobre la libertad de la discusión, la unidad de la acción y la defensa conJunta contra los ataques. Estimo en poco la pseudoautoridad teutónica, que se demuestra con puñetazos sobre la mesa. Parece que el golpe la impresiona poco. Y entonces, ¿a quién?Hemos de quedarnos juntos en cubierta. Y tenemos que estar más alerta, pues si no, se estrellará este Titanic que los conservadores dirigen contra los icebergs, mientras que la orquesta del barco, con librea verde, se ocupa de la música hasta que el agua les llegue hasta los labios. Aquí se trata, en verdad, de agarrarse: al timón y corregir un rumbo funesto.Necesitamos la crítica simpatía de los secesionistas. También la de los incómodos. Incluso la de los pájaros variopintos que a veces se ríen de nosotros. Un partido del tipo de la socialdemocracia alemana no puede caer nunca en la tentación de la modestia espiritual. Y la falta de humor no es una clave para el éxito.El partido está sustancialmente sano.

Y digo esto en último término por parte de las experiencias que tuve en marzo cuando propuse a una joven -hija de padres no alemanes y todavía no organizada en nuestro país- para llevar a cabo los trabajos de prensa de la dirección. Mucho de lo que en aquella ocasión tuve que leer y oír era tan espantoso que todo en mí se levanta contra una posible repetición de lo sucedido; ciertamente, aquello no parecía venir de nuestro campo.

Y también quiero recordar, no solamente de manera abstracta, sino bien concreta para los que lo necesiten, que el SPD es europeo y que empezó a actuar bajo la reconciliación entre los pueblos. Los sentimientos de hostilidad nunca deben ser dejados sin respuesta, de tal manera que hasta la gente superficial se de cuenta de cuál es nuestra posición.

Por lo demás, puede ser que haya sido lan error el que yo considerara posible que una persona inteligente y sin resabios podría haber desarrollado la capacidad para explicar a un público más amplio nuestra línea política. Me he excusado con aquellos que hubieron de sufrir por mi error. También tengo que pedir comprensión a los que asusté con mi poco convencional propuesta. Pese a todo, mantengo lo que formulé en la memorable sesión de marzo de la dirección del partido con la palabra seguiremos.

En las cextas encontré, debo añadir, un eco positivo como ocasión para el cambio adelantado en la presidencia, más de lo que muchos habían imaginado. He hablado de la ocasión, y ahora debo mencionar la razón. Ésta es sencilla: cuando no se aguanta ya lo que se ha aguantado mucho tiempo -cuando de una cuestión personal se hace algo importante y un asunto de estado y se separa una influyente minoría de mandatoxios-, entonces, a mis años de servicio, ha llegado el momento de pasar la página. El libro, sin embargo, no se ha acabado, sino que empieza un nuevo capítulo todavía, o tal vez por primera vez, justamente, que lleve el título Libre y a la izquierda.

Por eso quiero añadir aquí con toda franqueza que hubiera preferido otra salida. Había y hay muchas cosas por hacer. La renovación tras el fracaso de la coalición socialista-liberal no había aún avanzado suficientemente ni se había formado la alianza trabajo-cultura-ciencia. Todavía no se había superado la inestabilidad de las decisiones de los electores. Nuestros puntos de vista no eran, aceptados por el suficiente número de electores, lo que no demuestra, como hemos dicho, que fueran falsos.

Es evidente: un partido de reformas debe ser siempre capaz de hacer la suya. Como organización, el SPD necesita cuidados constantes y una notable modernización. Los viejos y experimentad.os secretarios del partido lo saben y lo dicen: una organización débil puede inipedir que se realice una buena política, pero una deficiente política no puede ser coirtpensada por una organización fuerte. Sería iniprudente descuidar el fortalecimiento del partido, no impulsarlo con celo e inteligencia; pero la fuerza la sacamos de la esencia de nuestras ideas políticas.

Lo que se ha decidido debe ser válido, hasta que sea corregido democráticamente, también para aquellos que se tienen por mucho más importantes que los otros. No es muy convincente cuando unos conjuran un día la solidaridad y al día siguiente ayudan -por decirlo gráficamente- a los que están al otro lado de las barricadas. Me desagrada habilar de estas cosas, pero soy de aquellos que a lo largo de los años no siempre perteneció a la mayoría y a quien no le ha importado cambiar de opinión cuanido cambiaron sus puntos de vista.

Tampoco podemos olvidar que las cosas grandes no se realizan tan sólo por la inteligencia. La política socialdeniócrata tiene que tener corazón y comprensión, alma y cuerpo. Esto se relaciona también con la manera como nos ocupamos con nuestra gran herencia histórica. De cómo conservamos y seguimos realizando lo que fue pensado, disputado y sufrido antes de nosotros. Ahí tenemos una gloriosa tradición. En 1988 tendrá el partido, a contar desde la fundación de la Unión General ele Trabajadores Alemanes (AlIgemeinen Deutschen Arbeiter Verein), 125 años en sus espaldas. Y habrán pasado 75 años desde que fuera enterrado en Zúrich el tornero de Leipzig, jefe del partido durante la década de la ruptura.

Nadie me tiene que enseñar que las mayorías no se ganan tan sólo con programas ni con libros de historia. Ahora bien, se apaga el fuego del entusiasmo y se seca la fuente de la fuerza, cuando los fundamentos de la acción política no son elaborados en la lucha de opiniones, sino que son como algo comprado en cualquier parte y entregado en otra. Y al menos en este lugar debo añadir el como también que se me ha colgado con frecuencia: el que cree que se ha hecho política escribiendo papeles no ha entendido de qué va la cosa.

Ya sé que en política es más importante conseguir el derecho que retenerlo bien. Pero la conciencia democrática nos da también el ánimo para lo incómodo y ocasionalmente impopular, para las declaraciones famosas y a veces sospechosas. Esto es propio de la lucha por el mando y por las nuevas minorías. Esto pertenece a las responsabilidades del partido de la libertad.

Tiene mucha historia nuestro partido. Si sabemos emplear debidamente las energías de la historia, afirmamos que entonces tiene mucho porvenir. El destino de la socialdemocracia alemana es poner nuestro sello en Europa para hacerla mejor.

Me lo pregunto con frecuencia. ¿Qué decenio recordarán aquellos contemporáneos que creían que había pasado el siglo de la socialdemocracia? ¿Los han cegado las dos guerras mundiales, las grandes crisis económicas y las nuevas amenazas existenciales? No, la época de la democracia social está todavía por llegar en el caso y para que pueda haber una superviviencia de la sociedad.

No, los viejos desaños no nos han debilitado. La causa de la socialdemocracia tiene un futuro, y la paz necesita siempre de nosotros. Pero la socialdemocracia tiene que renovarse permanentemente como partido del pueblo. Solamente así puede conservar su fuerza en movimiento.

PAZ

Se me pregunta sobre lo que hemos realizado en los últimos años, la política de paz no estaría en el último lugar. La socialdemocracia tiene una buena calificación por la estructuración de los contenidos y orientaciones en la lucha por la distensión en el desarme y en la cooperación; en la afirmación de Europa, en la defensa de los derechos humanos y de cualquier posible y realista reconciliación Este-Oeste y una mayor justicia y razón en las relaciones Norte-Sur y en el cambio de una política interalemana puramente declamatoria a una concreta.

¿Cuál sería hoy la reputación de Alemania sin la valerosa resistencia de miles de sus mejores hijos e hijas? Los críticos extranjeros a veces omiten que los demócratas y antifascistas llevaban ya siete veces más años en los campos de concentración cuando empezaron a llegar sus camaradas de la Europa ocupada. Yo respeto las víctimas de la protesta del 20 de julio de 1944, pero ésta no fue ciertamente el principio de la resistencia. Y que me perdone el papa polaco: la Iglesia no fue en nuestro país tan valerosa como algunos quisieran creerse.

Si tengo que señalar alguna omisión en los últimos años es la de no haberme empleado más a fondo -sin miedo a las pérdidas- contra los insultos de incorregibles e inconscientes nazis. Me da tan sólo una cierta satisfacción que no pocos que llamaron traición a nuestro tratado hoy afirman su continuidad, buscan créditos y toda clase de facilidades cuando hay negocios a la vista en Moscú o en cualquier otro sitio. Es tan sólo, como dije, una pequeña satistacción.

Ya el canciller sueco Oxestierna se quejaba hace 300 años de la necedad con la que era gobernado el mundo. Yo quisiera aconsejar con todo interés a nuestros sucesores para que estén en guardia contra la estultificación organizada y la bajeza alambicada como medio de la política. Entre ellas figura el brusco rechazo de las tentativas de algunos contemporáneos, algunos historiadores, pese a reinterpretar las maquinaciones de aquellos delincuentes como si hubieran sido en interés de la nación o querer subdividir la responsabilidad de atropellos indescriptibles y así, si no compensamos pieza a pieza la culpa y la responsabilidad, las cargaremos también a las nuevas generaciones. Y eso es todo lo contrario de responsabilidad ante la historia.

No sobreestimo la importancia de lo que se está tratando en las conversaciones entre las dos potencias mundiales. Pero no se puede hablar de una paz mundial asegurada cuando se retiran y destruyen cohetes atómicos de ciertas categorías. Pero tal vez se esté fijando una nueva fecha para la historia de las relaciones Este-Oeste, y posiblemente la posibilidad de nuevos progresos. La política ha triunfado en un importante terreno al cálculo militar. En caso de que esto se confirmara, sería una victoria de la razón sobre la espantosa dinámica propia del armamentismo.

Aun así, hay que reconocer que ni la retirada de los cohetes de alcance medio de Europa ni la reducción a la mitad de las máquinas de destrucción nuclear intercontinentales son la respuesta a una serie de preguntas preocupantes: ¿cómo se llegará a la estabilidad convencional? ¿Qué hacer con las armas atómicas de corto alcance? ¿Qué se hace con las armas químicas?

La evolución de los últimos años ha mostrado cuánto sufren incluso las naciones de mayor poderío económico bajo la presión de los gastos en armamento. Son ruinosos. Esta competición no debe seguir su carrera. Es una locura desarrollar nuevos sistemas de armas cada vez más perfeccionados, que nunca han de ser utilizados si se quiere evitar la autodestrucción. Hay, además, que contar con el hecho de que la riqueza social no se puede emplear dos veces.

ESPERANZA

Sin esperanza no hay ni grandes movimientos ni fuerza política. Y no se puede esperar sin saber que hay un futuro. Y éste no se puede alcanzar ni negando la realidad ni por cualesquiera otras formas de subocupación mental. Si podemos realizar nuestra cooperación para que el mundo sea más pacífico, para que nuestros nietos puedan respirar el aire y beber agua, para que el trabajo y el rendimiento inteligente hayan de tener su oportunidad, y el ser humano con ellas; todo esto dependerá mucho de cuánto progreso ilustrado pueda realizar la socialdemocracia en colaboración con muchos hombres que miren igualmente hacia el futuro.

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